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domingo, 18 de noviembre de 2018

CUENTO "AL COLMENAR CON CARETA". AUTOR: ARTURO REYES.

Hoy vamos a publicar otro cuento de mi bisabuelo Arturo que esperamos sea de vuestro agrado.

En este relato, el Requena, al ser echado por la mujer a la que pretende, le dice a esta que se ha declarado a ella por una apuesta que ha hecho con su marido.




                     AL COLMENAR CON CARETA

                                            I

- Que no me quiere a mí ya ese gachó, te digo; que no me quiere ya como no sea que me pongan nueva la piel y que me torneen de nuevo.

- Mira, niña, tú en lo tocante a experiencia estás más en cueros vivos que Eva en el Paraíso; tu no chanelas naíta, y en lo que toca a los hombres estás dequivocá der to. Lo que a tu Joseíto le pasa con tu personita gitana es lo que te pasa a ti, pongo por caso, con tu mantón de Manila.

- ¿Y que es lo que a mí me pasa con mi mantón de Manila?

Y al hacer esta exclamación se le llenó la cara de ojos y de boca, como suele decirse, a Mariquita Cañaverales, más conocida por la Nena del Cotufero.

- Lo que te pasa a ti con tu mantón, te digo – continuó diciendo Candelaria -. Y si no, vamos a ver, ¿tu mantón no es el mejor de toítos los mantones del barrio?

- ¡Digo! Siete veces mejor que el mejor de los mejores.

- Pos bien: cuando tú te compraste el mantón, no pasaba un día sin que tú no fueras a lucirlo por toas partes. ¡Y vaya mantón por aquí! ¡Y vaya mantón por allí! ¡Y a la luna te hubieras tú dío a lucirlo! ¿No es la pura verdad toíto lo que te estoy diciendo?

- ¡Vaya! ¡Lo que se oye en la misa!

- Güeno, después te empezaste tú a jartar del mantón y encomenzaste a ponerte el de crespón encarnao, ¿no es asín?

- ¡Vaya!

- Y ahora no te pones el de Manila porque estás ya mu jartica de ponértelo, ¿no es la fija la que yo estoy claveteando?

- ¡La fija!

- Pos bien: supónte tú que un día al entrar en tu casa, al ir a echar mano al dichoso mantón, te encontraras tú con que cualisquier otra presonita había metío mano al arca y que diba a llevarse el de Manila pa ella lucirlo y recrearse con él. ¿Qué te pasaría a ti por el cuerpo?

- ¡Mía qué graciosa; jacía puntas de festón a la que me lo quisiera quitar! Pero ¿qué tiée que ver to eso con lo que me pasa a mí con mi Joseíto?

Y los ojos magníficos de María se posaron interrogadores en los pequeños y maliciosos de Candelaria.

Esta contempló a aquélla como con lástima y le repuso, incorporándose y dirigiéndose con paso lento hacia la puerta de la sala:

- Estudia tú lo del mantón, ¿sabes? Estúdialo bien, y será mu posible que des con el migajón de lo que yo te he contao.

Cuando la del Cotufero quedó a solas, empezó a meditar en lo que acababa de decirle su amiga, y meditando seguía cuando entró en la sala su madre, la señora Rosario la Trompeta, la cual con voz que era una plena justificación de su mote, le preguntó:

- ¿Qué te ocurre a ti hoy, hija mía, que tiées hoy una carita que es retama?

María irguió la cabeza.

- Na, madre, es que estoy pensando en qué tendrá que ver mi mantón de Manila con que mi Joseíto sea más aficionao a los jarapos que a atún en escabeche, ni con que me esté perdiendo por minuto el apego que me tenía.

Cuando su hija le repitió lo que acababa de decirle Candelaria, quedóse pensativa la señora Rosario.

- Pos no te creas tú que no tiée centro lo que a ti te ha dicho Candelaria.

- Pero, ¿qué tiée que ver la una cosa con la otra?

- Es que la Candelaria chanela más que un astrónomo.

- Pero, ¿qué es lo que me ha querío decir con eso del mantón la Candelaria?

- Pos lo que te ha querío decir es…, yo veré a ver si caigo y te lo digo otro día. ¿Y tu José aónde ha dío?

- Salió jace un ratillo; vino por él el Requena, al que bien podía Dios mandarle un tumor en ca pata pa que no gorviera a venir más por él.

- ¿Y por qué eso de los tumores?

- Pus porque ése es el que me lo trae disparao y porque Joseíto está ciego con el Requena. Y mire usté que el Requena es de los de chipé, ¡y si mi Joseíto supiera!...

- ¿Por qué no sigues? – le preguntó su madre, frunciendo las cejas y entornando los párpados.

La muchacha sonrió maliciosamente y le repuso:

- Porque me ha dao una punzá en las glándulas, madrecita.

Esta no se dio por convencida.

- Bueno, pos cuando se te pase lo de la punzá, hazme el favor de seguir diciéndome lo que me dibas a contar de Periquito el Requena.

- ¡Qué quiere usté que le cuente! Que ese Periquito, que es un gachó que cree que mujer a la que él le enseña la dentaura, mujer que se cae reonda ar suelo si él no la sujeta. Pos ese gachó, apenas coge un rayito de luz, ya está el hombre asesinándome con su mo de mirar y con su mo de mover el talle y llenándome la sala de suspiros.

- ¿Y por qué no lo has puesto ya de patitas en la calle? – le preguntó severamente la señora Rosario.

- ¡Toma!, pus porque como el gachó es un vivo y sabe jasta latín, cuando se escurre lo jace de un mo que no hay medio de cogerlo; supónte tú que cuando empieza a platicarme de cosas de quereles, encomienza a decirme que él se está muriendo a chorros por una gachí que es el sol, que es la luna y que es una estrella, y cuando yo le pregunto que quién es esa iluminación, el mu charrán encomienza a decirme con los ojos y con la sonrisa y con toa la cara, que esa gachí soy yo; pero, en cambio, con la lengua me dice que es una señora que se acaba de mudar, u me dice, como la última vez, que es una que tiée en Lucena una fábrica de velones.

- ¡Valiente púa está el tal Periquito!

- ¡Que si lo está, vaya! Una vez por poquito si lo cojo, pero se me escapó más vivo que un gato. Supóngase usté que el día que yo digo estaba el mozo una miaita más pintón que de costumbre, y se había sentao a esperar a Pepe, y como jacía mucho calor, estaba yo una miajita escotá y con los brazos al aire…

- Que no debías haber estao asín, porque asín no se pone ninguna mujer de bien más que pa matar mosquitos.

Enrojeció la Nena, y al objeto de velar sus momentáneas turbaciones, continuó:

- Pos bien: estaba yo como te he dicho, y el hombre parece que tenía el mal de la temblaera y con los ojos y con el labio que se le caían, y yo que estoy rabiando por cogerlo en un renuncio, pos encomencé…, la verdá…, no estaría bien hecho…, pero la verdá es que encomencé a jacer charranerías con el cuerpo y con la cara pa arrancarlo der to, y tanto apreté que de pronto se alevantó como si le hubiera picao la tarántula, y se vino pa mí el hombre cuasi rechinando los dientes, y cuando ya diba yo a ponerme en la puerta de la calle y si era preciso jasta a llamar al sereno, él se comió la partía. “Oiga usté – me dijo, parándose en firme antes de que yo pudiera jurar que me había jurgao ar pelo de la ropa -, me voy porque he comío coles y me han sentao mal las coles, y ¡mardita sean las coles!...” Y na, que con aquello de las coles se largó como si le hubiera dao un cólico miserere.

- ¡Valiente roa! –exclamó la señora Rosario, moviendo acompasadamente la cabeza-. Pos lo que tú debes jacer en cuantito se desmande es mandarlo de un guantazo a Chafarinas.

- Pero ¿y si se entera Pepe y tenemos bronca pa rato?

- ¡Qué ha de haber bronca! El Requena le teme a tu José más que a un miura; al Requena to lo que le sobra de tunantería le farta de corazón. ¡Pos si su cara es el paraguantazos del distrito!

Cuando María se quedó sola, empezó a meditar en lo que con el Requena le ocurría; tenía ya ganas ella de que aquél se escurriera de verdad para plantarlo en la del rey, y además, que si aquello pasaba podría por fin enterarse su Pepe que lo que él despreciaba a diario…

Y comenzó a comprender lo que le había dicho Candelaria de su mantón de Manila.


                                            II

Algunos días eran transcurridos desde aquel en que tuvo lugar la escena que acabamos de narrar, y María, terminados ya sus quehaceres domésticos, entreteníase en dar fin a un pañuelo de lanilla, sentada junto al balcón, cuando penetró en la sala Perico el Requena, el cual, según nos aseguran, era mozo de rostro atrayente y simpático, de voz suave, gallardas hechuras y amanerados ademanes.

- ¡Que Dios bendiga a la ortava maravilla! – exclamó al penetrar en la habitación, quitándose airosamente el pavero y colocándolo cuidadosamente sobre uno de los sillones.

María sonrió.

- ¡Hola!, que es usté, Perico –exclamó con voz de pérfidas dulzuras…

- ¿Y Pepe?...

- Salió jace un ratillo, y dijo que diba en busca de usté a ca del Requesones.

- Pos de allí vengo yo, de ca der Requesones; pero como no estaba allí Joseíto y como a mí me gusta tanto tomar el sol y oler a nardos…, pos velay usté.

- ¡Pos pa tomar er sol…, la escollera, y pa goler a nardos, el güerto de la Tiña!

- ¡Eso dicen, pero créalo usté, Mariquita, aquí es aonde me entra a mí el sol por toítos los poros de mi presona!

María volvió a sonreir picarescamente. Aquella tarde parecía dispuesto el Requena a pasar las lindes, y deseosa de verlo caer, díjole con voz acariciadora:

- Eso es que a usté le pinta es la voluntá que le tiée a esta ermitica.

A la ermitaña, a una ermitaña con unos clisos que son dos espuelas capaces de jacer que se le desboque el jaco al mismísimo Apóstol; con una carita ovalá que me río yo de toíto lo ovalao; con una mata de pelo que mata al que la ve y no la jurga; con un talle que es una espiga y con un pecho que es un navío, y con unos pinreles que son dos comas, y con un…

- Pero ¿es que to eso me lo está usté diciendo a mí, Periquito? – preguntóle a éste la Nena, la cual a medida que aquél hablaba, había ido armando en corso el perfil.

- ¿Pos a quién quiée usté que se lo diga? – exclamó el Requena con acento zumbón-. ¿Quiée usté que se lo diga al casero? Eso que he dicho yo –continuó con voz grave– se lo he dicho a usté y por usté, ¿usté se entera? Por usté, una vez; y por usté, dos veces; y por usté, cien mil millones de veces. Por usté, que es la quinta esencia de lo bonito y de lo garboso y de lo gitano; por usté, a la que yo quiero jace ya la mar de meses, más que a las niñas de mis ojos; por usté, por la que estoy pasando más ducas que armecinas de un armecino…

María, al iniciar el Requena aquella explosión de frases apasionadas, habíase incorporado bruscamente, y juzgando oportuno el momento, miró hosca y agresivamente a su enamorado y díjole, interrumpiéndole, con acento desdeñoso y glacial:

- Pos si es por mí to eso, jágame usté el favor de dirse ya mismo y contárselo toíto al guardacalle, y decirle de mi parte que lo lleve a usté a la grillera.

El Requena palideció intensamente, miró hosco y apenado a María y después, dominando su amargura, sonrió forzadamente y le repuso sin moverse del asiento:

- ¿Y pa qué voy a dir yo a contarle eso al guardacalle? A usté es a quien le puée importar que yo palme u no palme de la pena.

- A mí lo que me importa es que no güerva usté a pisar los umbrales de esta casa.

- Eso estaría muy bien, sí, señora; mu bien y mu en su lugar si eso que le he dicho yo a usté no fuera onjana y no se lo hubiera yo dicho a usté con el consentimiento de Pepe.

María quedóse mirando con expresión de asombro al Requena, que sonreía irónicamente, y el cual continuó diciéndole con voz zumbona:

- Qué, ¿le extraña a usté lo que digo? Pos no hay de qué asombrarse, señora. Supóngase usté una porfía en la que Pepe de usté dice que usté no tiée alientos si un hombre se propasa con usté ni pa tocar el pito de carretilla, y que yo, por el contrario, sostengo que usté, al que se desmande con usté lo pone de patitas en la calle, y su Pepe de usté: “Tú no conoces a las mujeres.” Yo: “¡Vaya si las conozco!”. Pepe: “Tu no chanelas na de eso.” Yo: “Yo me apuesto ahora mismito dos cañeros a que ahora mismito voy yo a tu casa y le digo dos chuflas a tu María y tu María me echa a la calle”. Pepe: “Pos yo me los apuesto a que no te echa, y que lo único que hace es contármelo to en cuantito yo llegue a la casa.” Yo: “Tú no conoces a tu María.” Pepe: “Que no la conozco? ¡Chavó, que no la conozco!”. Yo: “Pos yo apuesto los dos cañeros.” Pepe: “¡Pos van apostaos!”. Y na…, que ya lo sabe usté to…, que yo aposté que usté me echaba a la calle, y como he ganao la apuesta, pos yo me voy, señora, con su premiso, a beberme los dos cañeros.

 Y el Requena, después de mirar con burlona expresión a la del Cotufero, salió de la estancia, y ya en la calle, borrando bruscamente en sus labios la sonrisa, murmuró con voz sorda y apenada:

- “¡Por vía e Dios y la que se arma y la esazón que me dan si me llego a dir al colmenar sin careta!”.

                                                   Arturo Reyes

BIBLIOGRAFÍA:

-      Cuento: “Al colmenar sin careta”. Autor Arturo Reyes. 

* Publicado en Revista Nuevo Mundo. Madrid, 23 – VII – 1908.

* Publicado en Cuentos andaluces de Arturo Reyes. Tomo I. Edición Homenaje del Ayuntamiento de Málaga, 1964. Pags. 215 – 220. Gráficas San Andrés, Málaga.