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Archivo Arturo y Adolfo Reyes Escritores de Málaga por Mª José Reyes Sánchez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

domingo, 12 de enero de 2020

CUENTO: AMPARO. AUTOR: ARTURO REYES.

Hoy quiero dedicarle este cuento a Amparo Quiles Faz, profesora  titular de Literatura Española de la Universidad de Málaga, por su trabajo incansable en pro de la cultura y por haberme ayudado y apoyado tanto, en la difusión de la vida y obra de mi bisabuelo Arturo y de mi abuelo Adolfo. 

Investigadora tenaz, siempre en busca de nuevas hipótesis sobre la vida de nuestros autores, trabajadora infatigable, simpática, dicharachera, andaluza de corazón, existen muchos más adjetivos con los que podría definirla pero en definitiva es el prototipo de mujer de la que nos tenemos que sentir orgullosos en nuestra ciudad. 

Siempre que la he necesitado la he tenido cerca y viceversa, siempre que ha requerido mi concurso me he sentido muy feliz de poder colaborar con ella.

¡¡¡¡¡Va por ti Amparo!!!!!



                                          
                         AMPARO

Cuando penetró en el limpio patio del corralón Paco el Coquinas, brillaba todo en él, iluminado por el sol de la tarde, como de coral los floridos geráneos de los arriates y como de esmeraldas la enredadera que tendía sobre el muro sus a modo de faldellines de encajes; trasudaba el cubo en cristalino goteo sobre el limpísimo brocal del pozo; porraceaba, junto a éste, sobre el ladrillo de lavar, la señá Consuelo la renegrida ropa de su hombre; picoteaban acá y acullá algunas gallinas; desperezábase al sol un gato de morisca piel en graciosas ondulaciones; parecía de cristal purísimo el espacio, de zafir el horizonte; todo, en fin, parecía entonar al unísono un cántico a la vida.

- ¿Qué te pasa? -preguntole al Coquinas la señá Dolores, la casera.

Paco fue a sonreir, pero acordándose de la mala cara que debería tener si quería que le sirviera de pararrayos, en la borrasca que suponía le aguardaba en sus cubriles, mantúvose con el semblante fosco y repúsole a la vieja:

- ¿A mi qué me va a pasar?... ¡Naíta!

- Pus me alegro... ¡Ah!, se me orviaba... Aquí han estao el Pimpi y el Talabartero a conviarte pa esta noche al bautizo de la hija de la Nena.

- Me los acabo de trompezar a dambos.

- Pos aquí estuvieron un ratillo de palique con tu jembra.

- ¡Ya lo sé!

- Pos mía tú, la cosa creo que va a sonar más que un repique, porque el pairino va a serlo el Tururú, ¡y como el Tururú está ahora en parneses! Y tú no te perderás el rato, ¿verdá?

- Pos de juro que no me lo perderé.

- Y harás mu bien si lo jaces.

- ¡Vaya si iré, y si a Amparo le sienta mal, que tome tila!

- ¿Y por qué le va a sentar mal a Amparo? ¿Por qué? ¿Porque tamién irá al bautizo la Rosarito?

- ¡Como es tan maniosa y no quiere ni pa Dios que yo vaya a onde la otra vaya! Pero yo, señá Dolores, yo soy un hombre, y a los hombres las mujeres deben respetarlo.

- Pos naturalmente que sí. ¡Digo! Pos ya lo creo. Y si Amparo dijera argo tú te pones en tu sitio; pero no creo que sea menester, porque yo he platicao con Amparo y yo la he visto tan contenta arreglándote la ropa y como si la cosa se le importara un comino.

- ¿Tan contenta? -preguntó lleno de asombro el Coquinas.

- Hombre, no te diré yo que esté bailando la tarántula, pero lo que es tranquila, lo está... En fin, que a mí me parece que como ya te va conociendo y sabe que a ti no se te puede llevar la brida, pos la mujer se habrá dicho “que más vale un por si acaso que un quien pensara.”

El Coquinas no volvía de su apoteosis. ¡Que Amparo no estaba rabiosa después de saber que él pensaba ir a un sitio donde vería a Rosarito! Indudablemente la señá Dolores había tomado la mañana protegiendo a Rute, a Faraján o a Cazalla de la Sierra.

Cuando Paco penetró en su sala, donde por el balcón abierto de par en par penetraba la radiante luz del día en deslumbradoras oleadas, quedose un punto perplejo.

La habitación estaba que embestía de limpia; brillaba el suelo recién fregado; los muebles, a los que un poco de petróleo hacíanle aparecer como recién salidos de manos del barnizador; la cama, que tentaba al reposo con el blancor de su colcha y de sus almohadas también blanquísimas; las flores, que en tiestos y macetas dábanle al balcón aspecto de jardín, y, por último, la figura de Amparo redondeada por los primeros síntomas de la maternidad; con el bellísimo rostro de gitano abolengo radiante y expresivo, con los encendidos labios contraídos por una sonrisa y los magníficos ojos adormecidos y como impregnados de enervadoras caricias.

- ¿Cómo tan temprano? -preguntóle Amparo al Coquinas, incorporándose rápidamente y poniendo en magnífico relieve al hacerlo el seno espléndido y la arrogante cadera.

Paco contempló un instante a su mujer: su actitud, su sonrisa, el plácido mirar de sus ojos, toda ella, en fin, llenándole de profunda sorpresa.

- ¿Sabes que aquí han estao el Pimpi y el Talabartero a conviarte al bautizo de la hija de la Nena?

- Sí; me los he trompezao en el camino.

- Yo por si querías llevar la ropa negra la he sacao toíta y le he dao un limpión... Ahí la tienes toa prepará y cuasi goliendo a jazmines.

Y Amparo señaló con un dedo las sillas donde aparecía cuidadosamente doblada la amplia chaqueta, el abotinado pantalón, el escotado chaleco, la blanca camisa de bordada pechera y todas las galas, en fin, de las grandes solemnidades.

Paco no sabía qué pensar, ni qué decir, ni qué cara poner. Amparo no era su Amparo; aquello no tenía explicación. ¿Por qué, por qué Amparo no se ponía por las nubes sabiendo como sabía que si iba al bautizo de la Nena seguramente había de tropezarse con Rosarito?

- Pero qué te pasa, hombre. Cualquiera diría que te habías propasao hoy con el solera.

- No, no me he propasao con na ni con nadie; lo que me pasa es que me duele una miaja la cabeza y me voy a echar un ratillo en la cama.

- No hagas eso, hombre, mira que cuando tú coges el sueño eres un tabardillo pa alevantarte.

- No, ya verás como no.

- Entonces, ¿a qué hora te llamo?

- Pos un poquillo antes de la hora de la cita.

Cuando ya algo aligerado de ropa húbose tumbado Paco en la cama, entornó Amparo cuidadosamente el balcón y sentose a coser aprovechando la escasa luz que por él penetraba.

Paco estaba lleno de intranquilidad; no podía explicarse la actitud de su Amparo; aquel cambio tan brusco y sorprendente llenábale de inquietud el corazón. Amparo parecía no ya resignada, sino contenta; vaya si parecía contenta. ¿Y por qué, por qué había de estar contenta?... Y vaya si era bonita Amparo; con razón la llamaban la Serrana, y luego que además de bonita era buena desde la raíz a la pámpana; para ella todo hombre que no fuese él como si fuera una estampa..., y eso que para él no había pasado inadvertido que Juan el Galafate la miraba con las de Caín, y si él ya no le había dado el quien vive al Galafate era por no dar una campanada... Y vaya si el Galafate era un mozo de una vez, buen mozo, simpático, con rumbo, con el corazón en su lugar y luego cantándose como los propios ángeles... ¿Por qué no habrían invitado al Galafate al bautizo? Y no lo habían invitado fijamente porque el Pimpi le había dicho muy claro que cantarían el Virana, el Caperuza y el Niño del Espartero... Por qué sería aquello del Galafate, tan amigote como era éste del padre del recién nacido?...

- Pero despierta, hombre, que son ya las tantas -exclamó por tercera o cuarta vez Amparo, moviendo bruscamente a su marido.

Este entreabrió los párpados, miró hoscamente a su mujer y díjole con acento nada acariciador:

- ¡Que me dejes ya, que me duele mucho la cabeza!

- ¡Pero es que se te va a jacer tarde, hombre, que son ya casi las ocho!

- Pos que sean las ochocientas -gritó Paco mirando de modo amenazador a Amparo, que miró a su vez a su marido con ceñudo semblante, y volviéndole las espaldas, salió de la estancia ondulando gallardamente su cuerpo de escultura.

Y apenas hubo traspuesto el umbral de la sala, intensa expresión de triunfo se derramó a borbotones en su semblante, y vibrando toda de alegría dirigiose rápidamente hacia la señá Dolores, que aguardaba en la puerta de su habitación, y echándole un brazo al cuello, la atrajo hacia su pecho y díjole besándola en las chupadas mejillas:

- ¡Ay, señá Dolores!, que ca consejo de usté vale un millón, porque le he dicho que van a dar las ocho, por poquito si me pega.

- Pos no se lo güervas a decir, poique se le pudiera ir la mano en el especiao, y en vez de amanecer mañana amarilla y con ojeras, pudieras amanecer con toíto el cuerpo llenito de cardenales.

Y mientras Amparo se dirigió de nuevo hacia su habitación, murmuró la señá Dolores con acento lleno de profunda ironía:

- ¡Y luego dicen que si chanelan los hombres! Y eso que el Coquinas es un vivo. ¡Los setenta años sí que saben más que los siete sabios de Grecia!

                                                        Arturo Reyes

BIBLIOGRAFIA: Cuento “Amparo”. Reyes Aguilar, Arturo. Publicado en “ESPAÑA”. Rev. de la Asoc. Pat. Esp. B. Aires, 2-VII-1906).