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Archivo Arturo y Adolfo Reyes Escritores de Málaga por Mª José Reyes Sánchez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

martes, 2 de noviembre de 2021

POR EL ALMA DE ARTURO REYES: LA MUERTE DE UN POETA.

Ojeando hace unos días Facebook, encontré una publicación en el grupo “Historias de Málaga”, realizada por la escritora Ana María Espinar Casajú, sobre el fallecimiento de Arturo Reyes, y pensé que siendo estas fechas tan significativas, podría precisar datos sobre los últimos días de la vida de mi bisabuelo, su fallecimiento y posterior sepelio, así como algunas impresiones que quedaron impresas en periódicos y revistas de la época, y que vislumbran la personalidad y carácter del escritor malagueño.

Arturo Reyes murió joven, a la edad de 49 años, el martes 17 de junio de 1913, tras sufrir una larga y dolorosa enfermedad, que influyó mucho en la última etapa de su obra literaria, sobre todo en su faceta poética, con creaciones que nos descubren a una persona que no tenía temor ni miedo a que llegara el final de sus días, pues lo liberaría de los intensos y agudos dolores que solo se aliviaban cuando consumía morfina.



Según publicó el periódico La Correspondencia de España el 19/06/1913:

“Arturo Reyes pasó la noche del domingo último escribiendo una poesía para la velada que había organizado la Unión Industrial. El lunes por la mañana, sintióse indispuesto, pero no dio importancia a la dolencia. Por la noche agravóse y el mal fue tan en aumento, que falleció al día siguiente por la tarde. Arturo Reyes murió dulcemente, rodeado de su familia y de sus íntimos amigos Narciso Díaz de Escovar, Eduardo León Serralvo, Ramón Urbano y el canónigo Sr. Marquina.

Arturo Reyes preparábase a marchar ayer mismo para Barcelona, adonde se proponía pasar una temporada, invitado por el dramaturgo Sr. Marquina.

El insigne poeta muere sin haber tomado posesión del cargo de bibliotecario municipal que se había creado por iniciativa de la Asociación de la Prensa, como homenaje de la ciudad al escritor que enaltecía con sus obras, y como un medio de ayudarle a vivir decorosamente.

El duelo por la muerte del gran malagueño es general en la población. Muchos malagueños ausentes han enviado sentidos telegramas de pésame. La Prensa local le dedica necrologías sentidísimas.”

 

Hemos encontrado también varias reseñas en el periódico El Imparcial de Madrid. Como anécdota contaros que su director, José Ortega Munilla, fue íntimo amigo de mi bisabuelo, y padre de José Ortega y Gasset.

 

El día 18/06/1913 publicaron:

MUERTE DE ARTURO REYES:

“Casi repentinamente, pues hasta el sábado hizo su vida habitual, ha fallecido el popular escritor malagueño Arturo Reyes de un cólico hepático. Al circular la noticia por la ciudad ha producido general sentimiento, pues Reyes era admirado y querido sinceramente por sus paisanos. (…) La pena por la muerte del insigne autor de “Cartucherita”, “La Goletera”, “Del Bulto a la Coracha” y de otros muchos libros, no puede ser exclusiva de los malagueños, pues Arturo Reyes era estimado en lo mucho que valía por todos los españoles de buen gusto.”

 

Publicado también en ese diario el 19/06/1913 encontramos:

ARTURO REYES.

 “Anoche fue trasladado al cementerio de San Miguel el cadáver de Arturo Reyes. Como casi nadie tenía noticias de que se realizaba la traslación, fueron contadísimas las personas que a ella asistieron. Presidieron el cortejo fúnebre el alcalde interino, el secretario y el contador del Ayuntamiento; el secretario del Gobierno Civil, el presidente de la Asociación de la Prensa, el director de la Academia de Declamación, el canónigo Sr. Marquina y los magistrados señores. Lasala y Suarez. Figuraban además en la comitiva algunos periodista y literatos. Toda la prensa local dedica sentidísimas necrologías al inspiradísimo poeta malagueño. (…)”

 

En este mismo periódico se publicó el 27/06/1913 lo siguiente:

POR EL ALMA DE ARTURO REYES.

“En la parroquia de las Mercedes se han celebrado con extraordinaria solemnidad, a costa de sus íntimos y admiradores, honras fúnebres en sufragio del alma del gran novelista Arturo Reyes. Han asistido unas 500 personas, en su mayoría intelectuales. El templo ofrecía severo aspecto. En el centro destacábase un soberbio túmulo, rematado por coronas de laurel. Las autoridades hicieron acto de presencia, presidiendo el duelo el gobernador civil y el alcalde”.

 

Pero ha sido la noticia que se publicó en el periódico La Unión Mercantil el 27/06/1913, de la cual tuve conocimiento a través de Ana María, la que más impacto me produjo, pues no tenía conocimiento de como se desarrollaron las honras fúnebres, y aquí venían descritas con todo lujo de detalles. Por la extensión de publicación, transcribiré los fragmentos que me parecen más interesantes:


POR ARTURO REYES.

FUNERALES EN LA MERCED

"Con el templo lleno de fieles se celebraron ayer, a las diez de la mañana, en la iglesia de la Merced, solemnes funerales por el alma del gran poeta y novelista e insigne malagueño Arturo Reyes.

Estas exequias, como es sabido, correspondían a la piadosa iniciativa de un entusiasta núcleo de amigos y admiradores del ilustre muerto.


EL TEMPLO.

El templo se hallaba severamente exornado con crespones negros. Los cirios de todos los altares estaban cubiertos de gasas de luto. En el centro de la iglesia habíase colocado un túmulo de primera clase, cubierto con un paño de terciopelo negro, bordado en plata, que fue cedido por los señores marqueses de Larios. Alrededor del túmulo referido ardían en candeleros de plata profusión de blandones.


EL CEREMONIAL.

Consistió el ceremonial en una vigilia de canto llano, la misa de Requiem del maestro Cabas Galván y Responso final del mismo autor.

Oficiaron en la misa el párroco de la Iglesia don José Alcántara y los coadjutores don José Reguera, de Diácono y don José Muñoz, de subdiácono.

De presencia asistieron los sacerdotes don Juan Rodríguez, capellán de la iglesia de la Victoria; don Juan Molina, párroco de Alcaucín; don Rafael Morcoso, coadjutor de San Felipe; Don Luis Alé, don José Lucena, don José Medina y don Manuel Martin Lorcas.

La capilla vocal e instrumental actuó en las exequias bajo la dirección del notable maestro don José Cabas Quiles (…).


LOS CONCURRENTES.

El gobernador civil, don Agustín de la Serna; el secretario del Gobierno Civil don Rafael Pérez Alcalde, representando a la Asociación de escritores y artistas; don Adolfo Reyes Guillot (hijo del finado), don Eugenio Marquina, don Eduardo León y Serralvo, don Antonio de Nicolás, don Ramón A. Urbano, don Luis Suarez, don Manuel Cruz Lozano, don Enrique Lassala, don Jose Ruiz Borrego, don Miguel del Pino, don José Viana Cárdenas, don José León Muñoz, don José Soriano, don Pedro Mira, don Benito Marín Ruiz, don Antonio Campos, don Salvador Povea Muro, don Antonio Castilla Medel, don Fernando Lacarra, don Federico Sánchez, don Adolfo Durante, don M. E, Hurtado, don Fernando y don José Espinosa de los Monteros,  don Emilio Moreno Godoy, don José Díaz Souza, don Manuel Fernández del Villar, don Francisco Frías, don Aurelio Arias Baena y su hijo don Ramón, don Manuel Arcal, don Rafael Garnica Cobos, don Adolfo Mármol, don Francisco García, don Sebastián Jiménez, don Manuel González Danza, don Rafael Morales Portales, don Miguel Luque, don Francisco Martín, don Enrique Rivas, don Francisco Castillo Bravo, don Idelfonso Vera, don Rafael Molero.

Don Salvador Pradal, don Nicolás Leal, don Miguel Denis, don Juan Trujillo, don Manuel Orellana, don Luis Cuervo, don Francisco García, don Rafael Martos, Muñoz, don Juan Góo, don Juan Gil Martín, don Antonio León y Donaire, don Miguel Postigo, don Faustino G. Navarrete, don Luis Navarro García, don Cándido Marina, don Antonio Martos, don Sebastián Souviron Rubio, don Francisco León y Donaire, don Antonio de las Peñas, don Valentín y don José Viñas del Pino, don José Sánchez Rodríguez, don Alberto Torres de Navarra.

D. Enrique F. Quincoses, don Ramón Oliver, don Gregorio Rico, don Eugenio Vivó, don Francisco Gómez Anaya, don Enrique Jaraba, don José López Morga, don José Estrada Estrada, don José Martín Velandia, don José Pérez Gómez, don Francisco Masó, don Manuel Calafat Jiménez, don Victoriano Giral, don José Casini, don Gustavo Barroso, don Juan Huelin, don José Carlos Bruna, don Eladio Saro, don Manuel Hidalgo, don José Gutiérrez, don Ernesto Viana Cárdenas, don Miguel Mesa, don Antonio Álvarez, don Narciso Díaz de Escovar, don Martín Vega del Castillo, don Joaquín Díaz Serrano, don Francisco Laso de la Vega, don Manuel Sánchez y otros muchos cuyos nombres sentimos no recordar.

También asistieron comisiones de alumnas y alumnos de la Academia de Declamación y Escuelas públicas, como así mismo la distinguida directora de la escuela Normal doña Suceso Luengo, y crecido número de señoras y señoritas amigas de la familia doliente.

 

LOABLE ACTITUD

Los sacerdotes oficiantes y todos los elementos que integran la capilla vocal e instrumental, cooperaron al mayor esplendor de los funerales con un noble y alto desinterés que les enaltece.

La comisión organizadora del acto envió oficios dando las gracias a todos ellos por su levantada actitud, con la que quisieron por su parte, rendir un tributo de afecto y admiración a la memoria de Arturo Reyes."


Y quiero finalizar transcribiendo unas palabras que le dedicó D. José Ortega Munilla, que coinciden con otros muchos amigos y colegas de profesión, y que resumen la personalidad del autor malagueño:

"Como hombre era de una modestia sincerísima, que aunque muy simpática por ser poco vulgar, le perjudicó bastante en su profesión literaria. Enemigo de figurar y de solicitar favores, vivió Arturo Reyes apartado de toda relación literaria, "cultivando su huerto" y ajeno a todas las intriga y mezquindades del mundo de los escritores, donde se cotizan los valores artísticos como en una bolsa donde abundan los agios."


Quiero agradecer a Ana María que se haya prestado a ayudarme y colaborar con esta publicación, pues su ayuda ha sido crucial para encontrar este último artículo de periódico que se guarda en el Archivo Díaz de Escovar.


P.D.: Los nombres de 101 personas concurrentes que acudieron a las honras fúnebres y que el cronista  recordaba, han sido publicados, aunque pueda parecer tediosa, por si a alguien le interesa conocer dicha información.


Continuará...

 

BIBLIOGRAFÍA:

 Artículo: “Muerte de Arturo Reyes”. Publicado en El Imparcial el 18/06/1913, página 3.

Artículo: “El entierro de Arturo Reyes”. Publicado en La Correspondencia de España. 19/06/1913, nº 20.217, página 2.

Artículo: “Arturo Reyes”. Publicado en El Imparcial el 19/06/1913, página 3.

Artículo: “Por el alma de Arturo Reyes”. Publicado en El Imparcial (Madrid) el 27/06/1913, pág. 4.

Artículo: “Por Arturo Reyes. Funerales en la Merced”. Publicado en La Unión Mercantil (Málaga), Num. 9961, viernes 27 de junio de 1913, pág. 2. 

domingo, 13 de junio de 2021

CUENTO ANDALUZ: CURRITA LA QUINQUILLERA. AUTOR: ARTURO REYES.

Despues de tanto tiempo sin publicar nada en el blog, y teniendo en borrador este cuento desde finales del pasado febrero, hemos querido volver a tomar las riendas y activar este espacio que se encontraba dormido por múltiples razones, y retomar esta labor que nos devuelve a nuestras raices más profundas. 

 

Hoy queremos compartir con los lectores y lectoras este pequeño relato de Arturo Reyes, que nos parece francamente interesante, pues utiliza muchas palabras y expresiones actualmente en desuso, que se perdieron en las voces de nuestros antepasados andaluces, y que en muchas ocasiones, no se encuentran recogidos por la Real Academia de la Lengua Española.

 

Vocablos y expresiones que usaban nuestros ancestros, que han sido olvidados pero que siguen intactos en las páginas de los textos de nuestros escritores costumbristas malagueños.

 

Palabras como “pardillazo”, “hondilón”,  “acharranado”, cuyo significado desconocíamos. 

 

Otros términos como “chapuz”, tan usado en nuestros tiempos, y que como observamos en este relato, también era utilizado a principios del siglo XX. “Chapuz” es un sustantivo recogido en la RAE, y cuyo significado es “obra o labor de poca importancia”.

 

Hay expresiones que también me han llamado la atención como por ejemplo, “se desabrochó la pechera de la camisa, dejando ver más crines que un caballo de Pomerania” . Indagando me he enterado de que Pomerania es una región del norte de Polonia, que en la actualidad no es famosa por sus caballos sino por una raza de perros autóctona “los Pomeranias”, una especie canina que se encuentra en estos tiempos, muy de moda entre la gente “fashion”. Su pelaje lo asemeja a un precioso peluche.

 

También despierta mi curiosidad: “es un flemón que tiée el mal de San Vito”, y quería conocer que era “el mal de San Vito”, pues es una enfermedad genética hereditaria, catalogada como rara, que fue diagnosticada en 1872, conocida científicamente como la “enfermedad de Huntington”, que afecta al movimiento, al pensamiento y al comportamiento, con trastornos conductuales y dificultades en el aprendizaje, además de movimientos involuntarios en miembros y aparición de muecas repentinas.

 

Cuando he leído la palabra “taberna”, he sentido nostalgia, pues ya quedan pocas en nuestras ciudades, convirtiéndose en una especie en vías de extinción, para dar paso a  la "vinoteca”.

 

El título de este cuento que hoy vamos a publicar “Currita la quinquillera” también me resulta sugestivo, y puestos a buscar, me he encontrado con la palabra “quincalla”, en la RAE: “Conjunto de objetos de metal, generalmente de escaso valor, como tijeras, dedales, imitaciones de joyas, etc.”. Pero Arturo se refiere a Currita como “una de las más famosas de todas las vendedoras de randas y encajes de Andalucía”.

 

Sería muy interesante que algún docente de la universidad malagueña viera la importancia de conservar nuestro lenguaje, del que debemos sentirnos orgullosos, y se estudiara en profundidad nuestro argot, pues probablemente algunas de aquellas antiguos términos sigan utilizándose y si no es así, pues quizás deberían recobrar la vida que tuvieron en un pasado no tan lejano.

 

A continuación publicaremos este cuento que quiso ver la luz para el día de Andalucía, una publicación que estuvimos varias semanas preparando, y que hoy queremos compartir con nuestros lectores. Esperamos que os guste…

 

 


                        

 

                       CURRITA LA QUINQUILLERA

 

 Llegado que hubo Joseíto el Penitas al hondilón del Caravaca, como el sol implacable de Junio habíale hecho sudar más de lo que se necesita para curar un constipado, apenitas húbose sentado tiró sobre una silla el sombrero, se desabrochó la pechera de la camisa, dejando ver más crines que un caballo de Pomerania, aflojóse el ceñidor que cogíale casi desde el sobaco a la ingle, y después de resollar a pleno pulmón y de enjugarse la frente con un pañuelo de imponentes dimensiones, exclamó dirigiéndose a Paquiro un chaval esmirriado y de acharranado semblante, que mataba el ocio escamoteando alguna que otra aceituna, o alguna que otra rodaja de huevo de las fuentes, que colocadas sobre el limpísimo mostrador, tentaban a los parroquianos.

 

-A ver tú Paquiro, ¡er baño de la surtana!...

 

Paquiro tragó sin cuidarse del hueso la aceituna que acababa de escamotear y...

 

-Ar galope -respondió, cogiendo cuatro de las copas, que limpias y en correctas filas brillaban delante de las doradas cafeteras, y dirigiéndose con ellas, y con vivacidades de ardilla hacia la cuarterola del seco.

 

El señor Paco el Caravaca no habíase enterado de la llegada del Penitas; era la hora del pardillazo y repantingado en el gran sillón de pino y aneas, descansándole la barba casi sobre el abdomen, sanguíneo, sudoroso, apoplético, roncaba a intervalos y a intervalos también y de modo automático sacudíase iracundo con el pañuelo las moscas que acudían en tropel a posársele en la reluciente calva.

 

Servido que le hubo Paquiro las copas al Penitas, levantó éste en alto una de ellas, contemplóla al trasluz y...

 

-¡Vaya caldo! -murmuró acercándosela a la boca, lenta, lentísimamente, como si quisiera prolongar el placer que le proporcionaba la contemplación de aquello que, según él, no era vino, sino gloria santa de la que le ha de conceder el Altísimo como galardón a todos sus elegidos.

 

Volvió a quedar en silencio el hondilón, tornó Paquiro a sus hábiles escamoteos; seguía el Caravaca haciendo temblar al conjuro de sus imponentes ronquidos la cristalería de los pintarrajeados anaqueles; y dábale fin el Penitas a la última de las copas, cuando apareció en la puerta de la taberna, penetrando después en ésta como en país conquistado, Currita la Quinquillera, una de las más famosas de todas las vendedoras de randas y encajes de Andalucía, hembra como de treinta abriles, de caderas y senos imponentes, tez cobriza, pelo negrísimo, encaracolado en las sienes y cayéndole sobre la nuca en pesadísima castaña, donde lucía un enorme clavelón de tallo larguísimo; dos grandes aretes, de oro, al parecer, brillaban en sus diminutas orejas; un pañuelo amarillo estampado de vivos colores atersábase sobre su seno de nodriza montañesa; su falda de percal encarnado de anchos volantes de vivos negros, dejaba del todo descubierto el pie calzado por arqueados brodequines y el principio de la pantorrilla, de una pantorrilla arrogante, heraldo de otras y más tentadoras arrogancias.

 

-¿Quién mal te quiere que por aquí te envía? -preguntóle Paquiro, echándose de bruces sobre el mostrador y haciéndole un gracioso mohín a la recién llegada.

 

Plantose ésta en mitad del establecimiento, la siniestra mano en un ijar, y en la otra, como un abanderado su bandera, una a modo de tienda portátil en el extremo de una caña, sobre cuyos entrenzados carrizos ondeaban randas, puntas y encajes, a modo de blanquísimos gallardetes; plantose Currita -repetimos- en medio del hondilón y sin dignarse contestar a la pregunta de Paquiro, exclamó encarándose con el Penitas:

 

-A tí, mozo güeno, a tí es a quien viene buscando Currita la Quinquillera.

 

-¿A mí? -dijo haciendo un movimiento de sorpresa el Penitas.

 

-A tí, hombre, a tí, y oye tú, Paquiro -continuó dirigiéndose a éste con acento de zumba-; ¿qué es lo que te pasa hijo? Es que te ha salío un flemón en una encía?  

 

Paquiro mudó de sitio en su boca la aceituna recién escamoteada, y repúsole a la gitana sonriendo:

 

-Calla tú, hija, que es un flemón que tiée el mal de San Vito y tan pronto lo tengo en un sitio, como se me pone en el otro.

 

-¿Conque dices tú que es a mí a quien buscabas tú en esta oficina?

 

-¡A tí, hombre, a tí! -y Currita clavó los ojos en las vigas del techo, y cantó a media voz con el estilo más neto de la tierra, y con acento ronco y preñado de pasionales ternuras:

 

                   A ti te busco, gitano

                   yo nunca busco lo güeno

                   que siempre busco lo malo.


-Pos muchas gracias por la fineza y abre ya el grifo que aquí está mangue pa toíto lo que tú quieras mandar.

 

-Pus por lo pronto bien poías conviarme, y eso no debías haber esperao a que yo te lo dijera.

 

-¡A ver, tú, Paquiro..., lo que pía esa boca de corales!

 

-Pos lo primero que necesito -exclamó Currita soltando su “establecimiento” contra una de las cuarterolas, y sentándose gallardamente frente al Penitas- es un par de chatos, del barril de los amigos..., pero eso vivo, Paco, y pa darle convoy a esos dos chatos, tráeme unas anchoas; pero, hijo, que no sean de las que tú has dejáo en cueros vivos..., várgame un divé, pos dí tú que jaces más estrago en la fuente que un tordo en un olivar... ajajá... mira, mocito, jazme el favor de no jurgarlas con los deos, que siempre te estás tú jurgando con ellos er perfil, y... camará, y cómo ronca el Caravaca, y en qué posturita, chavó, como que paéce que se está besando la perilla del ombligo... oye tú, que a mí no me gusta comer con los dátiles... dame tu navaja... ajajá... pos di tú Penitas, que has jecho hoy una obra de misericordia, como que me parece que no van a llegar las anchoas a su sitio, que se me van a quear enganchás en las telarañas der camino... como que está er negocio pá que lo egüellen, y no lo siento yo tanto por mí, como por mi churumbel, y por mi diputao a cortes que está pasando las de Evelica; como que no comen más que por casolidá, asina están los probes, que por una pavía son capaces de cometer un fatricidio; y esto pasa por lo que pasa, porque nuestro Señó de azotes y columnas, le debe estar jaciendo caso a los fariseos..., y sea osté pá esto mujer de bien; porque lo que es yo... arrastrá y enrroá se vea la que es güena... como que cá vez que me tiro a la cara a una cualisquiera, la Muselina, pongo por caso... Mira tú la Muselína... Anda guasón, jéchame otro chato, que al Penitas no se le engurruñe na por tan poquilla cosa... Ajajá Dios no te recoja sin confesión, Paquiro... Pos como diba diciendo, mire usté la Muselina, una yegua jarta de destetar potros cerriles, con unos ojos que son tachuelas de tapicero, y una boca en que le caben tres dentones y un besugo, y unas narices en cuyas ventanas le caen las lágrimas cuando llora, y un pelo... Sí, señores, un pelo, porque si tiée más que uno, que me egüellen; con un pelo que no le llegaría ar pie si le hubiera nacío en el tobillo; y con un cuerpo que es un tináo, y con dos pinreles que son dos falúas, además con toíto el mal ange que le tocó en el reparto, y pensar que a ese costal de carne en gelatina, la tiée un hombre de mérito cuasi como en un estuche; várgame un divé, y qué cosas se ven en la vía!... Mia, Paquiro, dame un cachito der de cabra... ¡Ay! ¡Virgen del Rocío, lo que es el comer! Ya soy otra, pero que otra. Dios te lo pague, Penitas, Dios te lo pague.

 

-Está bien Currita; pero ya que me has jechao a pique dos lúganas lo menos, vamos a ver si yo me entero, pá qué es pa lo que tú me buscabas.

 

-¡Mia qué gracioso!, pos ya lo creo que te lo diré, como que no he venío más que a decirte: Mia, Penitas, yo te tengo a tí voluntá, y eso te lo sabes tú de clavo pasao, ¿verdá? Güeno; pos como yo te tengo a ti voluntá, vengo a decirte que es un contra Dios lo que está jaciendo contigo la Bigotona.

 

-¡Bah!, ¡yo creía que era de otra cosa de lo que tú me dibas a platicar, salero!

 

-¿Pero tú sabes, gachó, qué es lo que yo te voy a platicar de la Bigotona?

 

-¡Vaya!, como si me lo hubieras confesao; lo que tú me ibas a dicir, es que la Bigotona me la pega desde antier con el Pollo del Trabuco.

 

-¿Pero tú lo sabías?

 

El Penitas miró con expresión zumbona a la gitana, y le repuso con acento dulce y simpático:

 

-Llevaba ya tres meses, mujer, tres meses, y estaba ya tifo de la Bigotona, y como no me daba un motivo.... pus ná... pus le jeché el Trabuco, y ná, que me ha desbancao er Trabuco.

 

-¿Y cuánto te lleva el Trabuco por esa faena?

 

-Ahora er Trabuco trabaja con rebaja de precios; suponte tú que a mí me ha trabajao este chapuz, por un terno de elásticotin, que a mí se me ha queao estrecho, y por una prensa de canilla y una convidá en cá del de los Caracoles.

 

-Camará, y que mó de perder la vergüenza que tiéen toitos los hombres -exclamaba momentos después Currita la Quinquillera, saliendo del hondilón y plantándose en mitad de la calle bañada en sol y en aquellos momentos llena de una riente multitud, que mataba el ocio en puertas y ventanas con alegres charloteos; descansó en tierra el extremo de su portátil “establecimiento”, y gritó con voz dulce y quejumbrosa:

 

                   Niñas, encajes, randas, peinetas,

                   y agujillas y agujetas

                   e corales de la mar:

                   yo to lo vendo y a precio bajo

                   y cambio hasta el refajo

                   con la que quiera cambiar.

 

                     Arturo Reyes

 

 BIBLIOGRAFÍA:

 

- “Currita la quinquillera”. Autor: Reyes Aguilar, Arturo. España. Revista de la Asociación Patriótica de España, Buenos Aires, 23-VI-1907.


- “Currita la quinquillera”. Autor: Reyes Aguilar, Arturo. Cuentos andaluces, tomo I. Edición Homenaje del Excmo. Ayuntamiento de Málaga. Málaga, 1964.

jueves, 28 de enero de 2021

CUENTO: "COSA DE HOMBRES" (1902). AUTOR: ARTURO REYES.

 En el siglo XIX la caballerosidad de los españoles se encontraba en entredicho. Eran retratados como irracionales y salvajes, incapaces de controlar sus instintos, irrespetuosos con las mujeres, atributos todos ellos condensados en la imagen del “bruto español”.

 

Pero Arturo Reyes, persona siempre idealista, apoyaba la leyenda de la caballerosidad del hombre español, quien tenía que contar con una serie de cualidades entre las que destacaban el valor, la honradez, la galantería, la cortesía y el respeto.

 

Este cuento, “Cosa de hombres”, fue escrito por mi bisabuelo, plasmando el ideal de la naturaleza humana en su más amplio sentido. Una historia de pasiones, donde el amor es el hilo conductor, y en la que mientras algunos personajes, como Toño el Pastañeta se deja llevar por sus instintos más pasionales, otros personajes como Juan el Rumboso, mantiene en todo momento una conducta cívica, intachable y coherente.

  

Arturo, a través de sus cuentos, y quizás sin saberlo, apoyaba la leyenda de la caballerosidad del hombre español.

  

Esta historia se escribe “entre fogones”, y mientras realizaba esta publicación, me he acordado mucho de Toñi, mi amiga bloguera, que tanto éxito tiene con su blog gastronómico-cultural: “Mi cocina. Carmen Rosa”, y que tanto apoyo me ha ofrecido de forma altruista. Quizás ella no sepa en qué medida se lo agradezco. Este es el enlace para su blog que os recomiendo 100%.

http://micocinacarmenrosa.blogspot.com/

  

Quiero dedicarle a ella este cuento porque sé que lo va disfrutar y por la gran pasión que siempre ha mostrado por la figura de D. Arturo, como ella lo nombra y que a mí tanta gracia me hace ...

 

Y a vosotros/as, lectores y lectoras … Espero que os guste…

 


                            COSA DE HOMBRES


Cuando el tío Pizarroso llegó á su casa, las sombras empezaban á invadir el á modo de embudo formado por los montes, en cuyo fondo blanqueaba el edificio, al borde de una cañada llena de piedras enormes y espesos macizos de adelfas.
 

- Pos di tú que te has dormío en un cajorro – exclamó la tía Tomasa al ver llegar al legítimo dueño de su orondísima persona.

 

- Pos no me he dormío, ni tan siquier he estao á dormivela.

 

- Pos entonces habrás estao de picos pardos en algún abrevaero del monte.

 

- ¡No ha sío malo el abrevaero!

 

- Pos entonces, ¿aónde te has metío, alma condená?

 

- Pos en ninguna parte: una miaja que me entretuve en la encrucijá del Tomillo con Juan el Rumboso y Toñico el Pastañeta, y … ¡arza pa entro, Pimentona, arza pa entro!

 

Y esto lo dijo asestando una cariñosa palmada en una de las poderosas ancas á la mula, á la cual habíale quitado el aparejo mientras hablaba.

 

La cabalgadura, á la cariñosa insinuación, tomó lentamente el camino de la cuadra, mientras el Pizarroso sentábase sobre un capacho, junto á su hermano el Totovías, un viejo enjuto y grave que entreteníase en hacer tomizas para los usos domésticos, mientras el porquero, un rapaz greñudo y andrajoso, contemplaba con famélica expresión, desde la puerta, la gran olla que hervía sobre las enormes trébedes de hierro en la chimenea.

 

- Y ¿qué es lo que dicen el Rumboso y el Pastañeta? ¿Tantas cosas teníais que contaros, que si se entretienen ostedes una miaja más volveis tóos á vuestras casas con barbas corrías?

 

- Y dale, mujer, dale, no seas asina; si me he entretenío ha sío por decirle al Rumboso con toas las veritas de mi alma y con tó mi metal de voz: “¡Ole con ole por los hombres machos con toas las de la ley!” ¡Vaya si es una prenda el viejo! ¡Y con un corazón más grande que una cantera!.

 

- Y eso ¿poiqué? ¿Te ha regalao alguna vestiura pa el Corpus?

 

- No, señora, que lo que ha jechito vale más que tó eso; el Rumboso ha puesto esta tarde su bandera en lo más artico del monte.

 

- No es una noveá en él; ¡ese es de los que siempre se la han traío! – exclamó con voz gutural el Totovías;- pero, á la fin y á la postre, dinos ya lo que ha jecho, que la olla mos espera gruñe que te gruñe.

 

- Pos ha jecho lo que sus voy á contar. Figúrense ostedes que Rosalía, la del cortijo de la Embocaura, que es un pasmo de bonita y que tié un cuerpo que es una parma…

 

- ¡Una parma! Un parmito, ¡más ropa que carne! – dijo con tono desdeñoso la tía Tomasa.

 

- ¡Eso ya sus lo dirá el Pastañeta cuando se case con ella!.

 

- ¡Pos no estás tú mu atrasao de noticias! Rosalía ya no se casa con el Pastañeta, poique se le ha cruzao en el camino ese que dices tú que es una prenda.

 

- A eso voy, mujer, á eso voy; es mu verdá que el Rumboso se le cruzó en el camino, y que, como el hombre tié más fanegas de tierra que nosotros abejas en los panales, al padre de la Rosalía, que es un agonioso, la avaricia se le puso de pie, y cogió á su hija y le dijo que como gorviera á mirar á Toñico les iban á caer cataratas en los ojos á dambos, y que era menester que se pegara manque fuera con liria una sonrisica en los labios pa cuando hablara con el viejo; y la muchacha no entendió de chiquitas, y cuando se le puso a tiro el Rumboso se le echó á llorar, y le dijo que lo que quería jacer con ella era una picardía; que ella no podía peinarse ni despeinarse en el mundo más que pa su Toño; y tan y mientras ella le decía esto al señor Juan, el otro andaba diciéndole á grito pelao á tó el que lo quería oír que no había de parar hasta sembrarle al viejo una almáciga de plomo en el corazón, ó el jierro de su cuchillo en la mismísima boca del estómago.

 

- Y eso era lo que se merecía por dir á meter la pata en unos güenos quereles, valiéndose de que el padre de Rosalía es un “tó pa mí” de cuerpo entero y Toño es un probetico desmamparao.

 

- Tu no estás bien enterá, Tomasa; en estas cosas sa menester ajondar pa verles el fondo. Cuando el hombre se prendó de Rosalía, cuasi naide estaba enterao de esos quereles, poique se querían de contrabando; y lo que pasó fué que el Rumboso, que jacía ya cinco años que no veía á la muchacha, se la topó una tarde en el pueblo, y al hombre se le reverdeció la sangre, y el hombre está más solo que una esparraguera, y la zagala es güena y es bonita, y el hombre no sabía ná de sus amoríos; y cuando el hombre se enteró, ya él le había hablao al de la Embocaura, y ya el Pastañeta andaba de atajo en atajo aconsejándole que se pusiera bien con Dios y que jiciera testamento.

 

- ¿Pero es que no vas á acabar nunca? ¡No ves que se va a pegar la olla!

 

- Ya arremato. Pos bien, esta tarde, miajita antes de que yo llegara, el Rumboso, que iba pa el lagarillo del Zegrí montao en su Ceniciento, que es un jaco que vale un millón, al dir á dar la vuelta al olivar del Tardío, se topó manos á boca con el Toño, que estaba acechándolo entre las pitas de la linde.

 

Naturalmente, al echárselo á la cara, el señor Juan se comió la partía, poique estaba al cabo de la calle en lo tocante á las bocanás del otro; pero el hombre, que es prudente, se jizo el lila, y no hubiera chistao tan siquiera si el otro no se le hubiera atravesao en el camino, con la escopeta montá en la mano, diciéndole que se apeara pa hablar de la Rosalía.

 

Y miá tú lo que son las casolidades; en aquel mesmísimo momento desemboqué yo en la encrucijá, poique esto que yo sus he contao, esto lo sé yo por boca del Rumboso.

 

- Y no acabarás, y la olla gruñe que te gruñe. 

 

- Ya acabo, jambrón, ya acabo. Pos bien, yo, al ver aquello, miré por si encontraba un boquete por donde colarme, pero el señor Juan, al verme llegar, me gritó riéndose:

 

- No te vayas, Pizarroso, no te vayas, que me conviene que veas la corría.

 

Y diciendo esto, saltó en tierra con la misma agiliá con que yo saltaba en mis moceáes, y endispués de jecharle las riendas sobre las crines al Ceniciento, le dijo á Toño al mesmo tiempo que se iba pa él:

 

- A ver si bajas ese juguete, chaval, poique si se te va el tiro y güelo la pólvora, no vas á volver á estornuar en toa tu vía.

 

- Coja osté la suya, mostramo, cójala osté, poique esta tarde me queo con osté, ú osté se quea conmigo.

 

Y esto se lo decía el Pastañeta reculando, jaciéndole puntería, con la cara del color de la gayomba y con los ojos espaventáos.

 

- ¡Yo qué he de quearme contigo! Yo no mato volantones.

 

- No se acerque osté, y coja osté su escopeta; mire osté, mostramo, que hoy le jago yo á osté yesca el pecho.

 

Y entoavía no había arrematao de icirlo, cuando le dio gusto al deo, y ¡pum! ¡vaya un berrío que dio la vizcaína!.

 

- Y qué, encarnó?

 

- Un plomo en un brazo na más, un plomo perdiguero; pero, camará, yo no he visto hombre más vivo ni más bravo que el Rumboso; entoavía no se había arrematao el estampío, cuando la escopeta de Toño y el cuchillo que éste había sacao estaban en la cuneta, y Toño en el suelo, sin poer mover un remo, tan y mientras el señor Juan le dicía con acento enfurecío:

 

- Eso que tú has jecho no se jace; los hombres no pelean sino como Dios manda; ¿y si yo ahora te diera lo que te mereces?

 

- Démelo osté; máteme osté, mostramo; máteme osté, poique si hoy me ha faltao la puntería otro día me pué no faltar…

 

- Anda y alevantáte, y vete, y otra vez no jeches tanta pólvora, poique con tanta pólvora no se le da un tiro á un cerro.

 

Y diciendo esto, él mesmito alevantó al Toño, y le volvió las espaldas, tan tranquilo como si detrás tuviera una pareja de la benemérita.

 

- ¿Y el Pastañeta?

 

- Pos el Pastañeta se queó mirándolo y mirándome como atontao; endispués recogió la escopeta y el cuchillo, y de pronto, cuando ya el Rumboso iba á montar, tira las jerramientas y se va pa el viejo, y baja los ojos, y le dice como si de pronto se hubiera vuelto tartamúo:

 

- Mostramo, perdóneme osté; pero yo estoy loco, yo estoy desesperaíto; yo soy un probe, yo no tengo más calor en el mundo que mi Rosalía, y quitarme á mí mi Rosalía es sacarme el corazón del pecho, y es darme garrote vil, y es …

 

Y al decir esto, se le llenaron los ojos de lágrimas como puños; y miren ostedes, á mí también se me mojaron las parpagueras, poique la verdá es que aquello lo dijo el mozo de un móo… Ya ven ostedes cómo lo diría, que el Rumboso le tendió la mano y le dijo:

 

- Peazo de bruto que eres, ¿poiqué no has hablao asín antes? ¿No comprendes tú que desde el punto y hora en que tú quisiste que me fuera á rumbo de valentía, yo no podía dirme, y que necesitaba antes de dirme probarte á tí y á tó er mundo que me iba poique me daba la gana, poique yo no le hago á naide estorsiones, y además que yo no estoy tan loco que quiera casarme con una jembra prendá de otro hombre? ¿Tú no comprendías eso, peazo de bruto que eres, tú no lo comprendías?

 

Y ná, que se dieron las manos, y que se fué Toño y que yo acompañé un ratico al Rumboso y que me he venío tó el camino diciendo: “Ole con ole por los hombres machos con toas las de la ley”, y lo he venío diciendo con tó el metal de mi voz y con toas las veritas de mi alma.

 

Y momentos después humeaba el sabroso contenido de la olla en el enorme barreño donde la hubo de volcar la tía Tomasa, y sentábanse todos alrededor de la reducida mesa, á la oscilante luz de un enorme candil suspendido del alero de la chimenea, donde entre ramos de verde romero brillaban, como si fuesen de oro, las grandes calderas y los limpísimos peroles.

 

                                                    Arturo Reyes.

 

BIBLIOGRAFIA:


Cuento: “Cosa de hombres”. Reyes, Arturo. Libro: “Del Bulto a la Coracha”. Madrid. R. Velasco, Imp., 1902. Madrid.