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miércoles, 26 de octubre de 2022

HOMENAJE A SPIRIMAN, ADALID DE LA SANIDAD PÚBLICA. CUENTO: CURARSE EN SALUD. AUTOR: ARTURO REYES.

Hoy quiero dedicarle esta publicación a Jesús Candel, conocido por todos como “Spiriman”. Fue una persona muy admirada y querida porque se convirtió en el adalid contra una sanidad andaluza, que avanzaba hacia la precariedad a pasos agigantados. 


  Fotografía de Spiriman publicada por El Periódico. 


De origen granadino este médico que trabajaba en urgencias luchó por cambiar el sistema sanitario denunciando la mala gestión y los recortes que se producían. Fue un gran activista social que a través de las redes fue capaz de liderar un movimiento reivindicativo, sin dejarse influir por las posibles represalias que sus actos pudieran ocasionarles. 

Fue el azote de presidentes, consejeros, delegados, directores, y con su lucha a pie de calle logró unir a muchos profesionales de la Medicina pero también sufrió represalias de sus superiores. 

Informó en las redes sociales que tras su lucha contra el cáncer de pulmón se iba a reincorporar a su puesto de trabajo pero lo cesaron antes injustamente porque lo despidieron cuando se encontraba de baja, sin aviso previo ni indemnización, después de 18 años trabajando en el Hospital Clínico de Granada.

Spiriman creó una asociación que proporcionó material de protección a los sanitarios cuando al comienzo de la pandemia los profesionales de la sanidad pública no contaban con EPIS, mascarillas o gorros para poder realizar su trabajo, y tenían que defenderse de la COVID 19 con bolsas de basuras.

El 13 de octubre pasado falleció tras haber sufrido un cáncer de pulmón y ha dejado un vacío que será difícil de cubrir.

Cuando me enteré de la triste noticia sentí rabia y decepción porque personas como él deberían tener una larga vida para poder seguir realizando la encomiable labor que desempeñaba.  

Desde este blog queremos dar visibilidad a su labor, mostrarle nuestra admiración y agradecimiento donde quiera que se encuentre. Creemos que su figura debe de permanecer siempre entre nosotros como un ejemplo a seguir, en estos tiempos en que la individualidad nos invade en detrimento de la colectividad.

Va por ti Jesús. Va por ti Spiriman este cuento que mi bisabuelo Arturo escribió y hoy te dedicamos. No tuve el placer de conocerte pero sé de buena tinta tus esfuerzos por mejorar nuestra sanidad pública, y pienso que la sociedad tiene una deuda pendiente contigo.


                           CURARSE EN SALUD

                                   I

Antonio el Caperuza acababa de levantarse, cuando dos recios golpes asestados en la puerta de su habitación le hicieron gritar con acento de zumba:

-¡Falta el repique con los pitones, caballero!

-Abre ya, guasón, que es mangue er que llama, y mangue no quiere lastimarse con esas cosas que tú dices.

Antonio, al oír la voz del señor Candelario, sin preocuparse mucho ni poco de su casi paradisíaca desnudez, abrió la puerta, no sin decir en tanto que la abría:

-¡Camará, usté por aquí! ¡Vaya unas madrugás que se mete usté en el cuerpo!

-Cállate, hombre, si es que he pasao la noche sin dormir y amarillo y con ojeras.

-¿Y eso por qué, señor Candelario? ¿Ha tenío usté dolor de tripa?

-Dolor de clavo, dirás tú, y aciertas si lo dices.

-¿Y qué es lo que le trae a usté por este palomar a estas horas?

-Pos te necesito pa un chapú, y vengo a que me sirvas, y si no me sirves, me voy a estar dándote puñalás desde hoy al oscurecer hasta mañana temprano.

-¿Y en qué le pueo yo servir a usté pa que no haga usté esa perrá conmigo?

-Vístete, y asín que te vistas mos iremos a matar el gusanillo, y endispués que matemos el gusanillo platicaremos de lo que tenemos que platicar.

-Pos a vestirme, chavó, y to lo vivo que usté se lo merece.

Y mientras el Caperuza, después de lavarse como el aseo ordena, vestíase sus prendas de buen tejido y corte un tantico, y un tantico más, achulado, observábalo su amigo con extraña fijeza, como si quisiera enterarse hasta la saciedad de que habíalo dotado Dios o su representante Santa y Pródiga Madre Naturaleza, de gallarda apostura, de cuerpo enjuto y elegante, de pelo negrísimo, como las corridas cejas y el ligerísimo bigote; de ojos grandes y febriles, de tez oscura, fresca y de rojos desvanecidos en las mejillas, de facciones briosas y correctas y de labios gruesos y salientes y de encendido color.

El Caperuza, a quien la insistente mirada de su amigo habíale llamado la atención, exclamó de pronto, plantándose delante de él mientras se rodeaba el ceñidor azul de seda a la esbelta cintura:

-¿Se puée saber si se le ha perdió a usté algo y lo tengo yo por casolidá en argún poro de mi presona?

-No, hombre, es que te estaba reconociendo, y la verdá es que, teniendo en cuenta tus méritos, se necesita ser más valiente que el Ci pa encargarte lo que yo te voy a encargar dentro de un rato, si Dios quiere.

-Pos que me jagan albóndigas si lo entiendo a usté, señó Candelario.

-¡To se andará, hombre, que no nos han de faltar ni pieses ni brodequines!

Y media hora más tarde, después de haber matado el gusanillo en casa del Liendres, decíale el señor Candelario al Caperuza, sentado frente a este en una de las mesas del café del Tulipanes:

-Pos voy a decirte el favor que yo necesito que tú me jagas.

-Pos más vivo, que tengo yo ya ganitas de saber de lo que se trata y de servirlo a usté como manda Dios y la Santa Madre Iglesia.

-Pos se trata... Mírame primero bien..., como si fueras a retratarme.

-Por mirao -exclamo el Caperuza después de hacer lo que su amigo le indicara durante algunos segundos.

-Y bien, ¿qué tal te parezco yo?

-¡Hombre, a mí me parece usté mu requetebién! Pero ¿es que va usté a pedirme a mí la conversación?

-Mira: lo que yo te voy a pedir es un favor mu grande... Yo tengo en mi casa un espejo, y esta mañana me fui al espejo y le dije al espejo: «Mira, espejito, yo tengo cincuenta y dos años, tres meses y catorce días; yo de tos esos años cuasi cuarenta me los he pasao bebiendo cencia y mundología por montes y llanuras; jasta la presente me he mantenío más libre que una golondrina, tengo un armacén de semillas que me da pa vivir como los propios ángeles, y como los propios ángeles seguiría viviendo si no me hubiera metío en un mal fregao, u sea en empezar a perder los papeles por una chavalilla de la cual pudiera yo ser tatarabuelo, y como la chavalilla me dice que está por mí cuasi como yo estoy por ella, yo quiero, espejito, que tú me digas si tengo yo ya perfil pa que esos no sean infundios y paripés y collares de abalorios.»

-¿Y qué fue lo que le contestó a usté el espejito? -preguntole sonriendo el Caperuza.

-Cállate, hombre -repúsole el señor Candelario con acento sombrío-. El espejo, como tiée de cristal el corazón, no se anduvo por las ramas, y el mu charrán me dijo, sobre poco más o menos: «Señó Candelario, si usté quiée que yo le platique la fija, le diré a usté que las jechuras de usté ya no están de recibo, que es mucha la panza de usté pa un hombre solo, que tiée usté una calva que reluce más que una jarra alpujarreña, que encima de ca ojo tiée usté dos onzas de filete lo menos, que ca uno de sus carrillos parece una faltriquera» y, en fin, hijo mío, la mar de barbaridades que me dijo el pícaro espejo.

-Es que hay espejos que le alevantan un farso testimonio al mismísimo sol que reluce -exclamó el Caperuza con acento compasivo.

-No, si yo sé que no. Y como sé que el espejo me platicó en plata, pues en cuantito me dijo lo que me dijo, me dije yo: «Mira, Candelario, tú estás mu grave, pero que mu grave; la Chicharito tira más de ti que la resaca, y eso de que la Chicharito esté por tus peazos me parece a mí que nanai, que es grilla, y si te dejas llevar por la afición que le tiées y la conviertes en la mujer del Candelario, será mu posible lo que puée ser mu posible, ¿sabes tú?» Y cavila que te cavila en esto, me dije yo: «Vamos a ver, Candelario, si tú fueras a mercar una tumbaga, pongo por caso, lo primerito que tú harías antes de soltar los parneses sería llevarla al platero pa que la tocara en la piedra y enterarte de si era de oro de velón o si de oro de ley. Pos bien: el caso es el mismito. Yo voy a comprar y va a costarme esa gachí dambas alas der corazón, pero antes de embarcarme en eso que lo mismo puée ser un mal falucho que un güen bergantín goleta, quisiera yo saber si esa gachí es la verdá u no es la verdá lo que me pinta a toas las horas del día.» ¿Tú te enteras?.

-Me paece a mí, señó Candelario, que ya voy yo chanelando lo que usté quiere de mi presona.

-Como que es mu fácil de comprender: lo que yo quiero es que un verdón de los de paso le suelte tres veces la carretilla a mi Chicharito, y si es verdá que la Chicharito me tiée a mí ley, no va a ser bufío el que te va a meter, y si por el contrario son músicas ratoneras las que se trae conmigo, pos a la segunda vez que tú le entornes los clisos te canta la gallina y...

-Eso es: ella me canta la gallina y usté me mete un crujío que mudo jasta la ternilla de la nariz.

-Ca, hombre, ¿no ves tú que yo siempre salgo ganando? ¿Que te la llevas?... Güeno..., una medicina que sabe mal y que me degüerve la salú... ¿Que no te la llevas en er pico? Pos asegurao de incendio, porque si no te la llevas tú, no se la lleva ni to el apostolao. ¿Tú te enteras?

-¿Y se puée saber por qué ha de ser el hijo de mi madre el que se cargue esa faena?

-Pos te diré, hombre. A ti cuasi te he visto nacer; tu padre, que esté en gloria, y yo éramos cuasi gemelos; tú no eres capaz de engañarme, tú eres un mozo de los que aletargan a las mujeres con la pupila y además que tú eres forastero, a ti no te conocen aquí ni sabe nadie lo amigo mío que eres y dentro de un mes agüecas la pluma y..., en fin, que si tu padre jizo que te trajeran a ti al mundo no fue más sino pa que le jicieras este favor al mejor de sus amigos.

                              II

Varios días llevaba chambeleando sin éxito Antonio el Caperuza a la Chicharito, cuando ésta díjole una noche al señor Candelario:

-¿No sabe usté que me ha salío un novio que debe de ser de la dinastía de Pichote?

-¿Un novio? ¿Eso qué tiée de particular? Como que si tú no tiées un millón es porque yo no me pueo jacer un millón de peazos.

-Pos er que me ha salío ahora es un gachó al que no se puée mirar sin jecharse sal en la boca, de soso que es y de mal ange que tiene.

-Pero ¿quién es ese protector de las salinas de Cáiz?

-¡Yo qué sé! Un tonto perdío que parece recién barnizao y que se mira el perfil jasta en los charcos; un gachó que por no ajarse la ropa parece jasta embarsamao.

Cuando el señor Candelario recibió al día siguiente la visita del Caperuza, que iba a darle cuenta de cómo iba el negocio, díjole, procurando ocultar el gozo que se le desbordaba en er corazón:

-Ya sé que la cosa no se presenta mu con cascabeles pa ti... Son las mujeres más rarillas que toíto er mundo... Cudiao que se necesita tener una venda en los ojos... Pero, en fin, tú sigues cimbeleando como si tal cosa, y veremos a ver si ella cambia de opinión.

-No, pa qué, si la cosa está probá... ¡Pa qué seguir el negocio!

-Hombre, no seas tan súpito. ¿No me merezco yo que una gachí se defienda por mí tres días con sus tres noches tan siquiera?

-Es que a mí eso no me conviene; es que es mucha mujer la Chicharito, es que tiée unos ojos esa gachí que le ponen a cualesquiera el pelo de punta, y no quiero yo que juga jugando se me enreen los pinreles y se me enree el corazón, y... usté está por medio..., y usté pudiera pensar y me...

-¡Ca, hombre, ca! Si te gusta la gachí... duro con ella, que er que la sigue la mata... ¡Digo..., no faltaba más!... Tú trabajas la partía, y si la gachí cae, pos mejor pa ti, y yo no me ofendo; to lo contrario. Y es más, si te la ganas, yo me comprometo a ser er padrino de tu boda.

Y esta oferta la hizo el señor Candelario acordándose de cuanto habíale dicho la Chicharito de su nuevo pretendiente.

Este, cuando salió de casa de aquel, iba alegre como un repique; la mala partida que simbolizaba para él tirarle los chambeles de verdad a la Chicharito ya no lo era, ya podía dejar de hacerse el tonto de remate con ella. Con razón decía de él la Dolores aquello que tanta seguridad habíale dado el señor Candelario. Verdad que él no había obrado con absoluta lealtad; el encargo que habíale dado el viejo era de los de no te menees, porque si a la Dolores le daba por no armar en corso el corazón ni la cara y recibirlo con palmas y olivos, no parecíale a él cosa de las que enorgullecen a los hombres el ir a cantarle al viejo las deferencias que pudiera merecerle a una mujer.

Esto habíale hecho desear en un principio que la Dolores le mandara al Espigón a espurgarse o a quitarse la caspa a la Escollera.

Y al objeto de realizar sus deseos, ya que no podía hacer desaparecer sus encantos juveniles, al hacer su presentación en la calle donde vivía la Chicharito, colóse el sombrero hasta las orejas, puso cara de tonto, fingióse rígido de articulaciones y no tuvo para aquélla más que sonrisas estúpidas y miradas tan insistentes como indiscretas.

Dolores, cuando se vio objeto de las amantes miradas de aquel Don Chalaura, como dieron en llamarle los habitantes de la calle del Peregrino, se le rió en su cara y no perdía ocasión en que darle con la ventana en las narices, no obstante los consejos de la casera, una hembra de una vez, que al segundo día de ver al Caperuza de guardián en el recinto, díjole a la Chicharito:

-Pos, hija, no me parece a mí que ese mozo se merece tus desprecios, que comparao con quien yo sé, es una mata de claveles de bengala.

-Pero ¿tú te has fijao bien en ese gachó? ¿Tú no has visto que si por guasones pensionaran a los hombres, no sabría ese gachó dónde guardar los 9?

-No te diré yo que tenga cara de haber inventao na, pero lo que es mal mozo no lo es. Fíjate tú, y verás como tiene unos ojos y unas hechuras que no se las merece.

Y se fijó Dolores, y no pudo por menos de decirse para su chapona: «Es verdá lo que dice la casera, que tiée güenos ojos y güen perfil y güenas hechuras, y que comparao con...»

Dolores no quiso seguir pensando; habíale acudido en aquel momento a la imaginación la cara del señor Candelario, con sus rugosos párpados, su respetable abdomen y sus enormes carrillos, y sin pensarlo habíale sonreído al Caperuza, sin que en aquella ocasión se asomaran el desdén ni la ironía a sus labios purpurinos y fragantes.

                             III

Dolores estaba sentada en su ventana dedicada a la costura, no sin que con más frecuencia de la que al señor Candelario convenía, dirigiera a hurtadillas su mirada hacia el sitio en que solía el Caperuza hacer el centinela.

Tardaba más que de costumbre aquel día el Caperuza, y ya empezaba a impacientarse Dolores, cuando: «Cómo se parece a él ése que viene por lo alto de la calle», murmuró al divisar a Antonio, el cual, dichoso y contento por lo que aquella mañana hubo de decirle el viejo, avanzaba no con aire de palomino atontado ni con el sombrero calado hasta las orejas como otras veces, sino airoso, suelto, con el legítimo cordobés inclinado a lo truhán sobre la sien izquierda, andando con paso gallardo y rítmico y con el rostro radiante de expresión y de malicia.

Dolores se restregó los ojos; aquel no podía ser el pelmazo de todas las tardes; aquél era otro hombre sin duda, y en esta creencia se hubiera quedado si el Caperuza, al llegar frente a la ventana, no se hubiera detenido en firme, y avanzando hacia ella no le hubiera dicho con acento suplicante y acariciador, al par que se llevaba respetuosamente la mano al ala del sombrero:

-¿No le parece a usté, maravilla, que ya he hecho bastantes méritos pa que yo me entere de cómo trata usté a los hombres que se quedan por mo de usté sin sentío?

.   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .    .   .   .    .   .   .

Y dos horas eran transcurridas cuando...

-¿Vuelvo mañana, delirio? -preguntábale el Caperuza a la Chicharito mirándola con ojos centelleantes y apasionados.

Y Dolores vaciló un punto al acordarse del señor Candelario, de aquel pobre viejo para el cual un desengaño sería peor que una puñalada trapera; pero al acordarse de él se acordó de su imponente abdomen, de sus enormísimos mofletes, de su luciente calva, y miró después al Caperuza y...

-Güeno, pues vuelva usté mañana -le repuso, incorporándose gallardamente.

Y aquella noche, cuando el señor Candelario se retiró a su casa, después de su última entrevista con Dolores, sentóse en su gran sillón de brazos y murmuró con acento henchido de pena:

-Buena será pa mí la medicina, pero ¡cómo me rejelea en los labios y en el corazón, cómo me rejelea!

Y al decir esto, dos gruesas lágrimas se abrieron paso por entre sus párpados y resbalaron lentamente por sus rugosas mejillas.

                             Arturo Reyes

 

BIBLIOGRAFÍA:

- Cuento: “Curarse en salud”. Reyes, Arturo. Revista España, Revista de la Asociación Patriótica Española. Buenos Aires, 16-IV-1906.  

-Cuento: “Curarse en salud”. Reyes, Arturo. Cuentos andaluces II. Edición Homenaje del Excmo. Ayuntamiento. Málaga, 1964. Pags.: 121-127.

-la vozdelsur.es: El SAS cesa al médico "Spiriman" en plena baja para superar su cáncer, sin avisar y sin indemnización. 2 de abril de 2021.

https://www.lavozdelsur.es/actualidad/salud/sas-cesa-medico-spiriman-en-plena-baja-superar-su-cancer-sin-avisar-sin-indemnizacion_258017_102.html

martes, 5 de abril de 2022

HOMENAJE DE LOS ESCRITORES ARTURO Y ADOLFO REYES AL PUEBLO UCRANIANO. CUENTO: MEMORIAS DE UN SOLDADO. AUTOR ARTURO REYES.

 Desde que Putin ordenara la invasión de Ucrania y comenzara la guerra, llevo pensando como este blog familiar podría apoyar al pueblo ucraniano y contribuir con ellos en estos momentos tan difíciles.

Mi bisabuelo Arturo y mi abuelo Adolfo, creían en la solidaridad, en el hermanamiento de los pueblos hermanos, y en la necesidad de nutrirnos unos de otros, respecto a la cultura, el lenguaje, el arte, la gastronomía, las costumbres, etc

Hoy se sentirían desolados por la triste situación que Ucrania está viviendo.

El arsenal ruso desarrollado tecnológicamente en los últimos tiempos, con armas de destrucción masiva, utilizadas para exterminar al pueblo vecino, Ucrania, sitiando sus ciudades, bombardeándolas con misiles hipersónicos, obuses, bombas de gravedad, bombas de racimo, ..., y amenazando además con usar su armamento nuclear.

Y como consecuencia millones de refugiados, en su mayor parte mujeres y niños que han tenido que abandonar su país, intentado salvaguardar sus vidas, y dejando atrás sus familias, sus parejas, sus hogares, sus ciudades sumidas en el horror, la desolación, la muerte y la destrucción.

Queremos desde este humilde rincón homenajear al pueblo ucraniano que está demostrando su gran valentía y heroicidad ante Putin y sus secuaces, que no han demostrado ningún tipo de piedad hacia el país vecino. 

No queremos generalizar esta opinión sobre todos los ciudadanos rusos, pues muchos de ellos están en contra de esta guerra, y probablemente hayan sido engañados para llevarlos al frente de batalla.

Esperamos que esta pesadilla acabe pronto y que el mundo actúe en consecuencia y plante cara a este sanguinario dictador. No podemos dejar abandonados a este pueblo hermano, con el que nos une muchos lazos a pesar de las distancias.

Quiero hoy recordar y homenajear a dos mujeres que han formado parte de mi vida y de la de mi familia, de las que solo guardamos buenos recuerdos, Anna y Alicia, mujeres valientes y luchadoras, que dejaron Ucrania buscando una vida mejor en España, y que vivieron etapas muy difíciles hasta que se integraron aquí. Gracias a su fortaleza y buen hacer, supieron crearse un hueco en un país desconocido y en la actualidad residen entre nosotros y han podido reagrupar a sus familiares.




A pesar del transcurrir del tiempo, solo puedo seguir estándole agradecidas, y hoy quiero dedicarles este cuento que Arturo Reyes escribió en sus comienzos como escritor.

 

          MEMORIAS DE UN SOLDADO

A duras penas conseguí descifrar las pocas páginas que contenía aquel resto de un libro de memoria. Tal vez al hilvanar aquellos renglones, pude variar tal o cual oración, pero puedo asegurar que el fondo es el mismo.

Decían aquellas páginas lo que sigue:

23 Diciembre.

¡Qué noche, Dios mío, qué noche de angustias! he estado de descubierta por espacio de ocho horas; mi pobre compañero está en el hospital, medio muerto de frío. ¡Pobre muchacho! es un niño casi, su contextura es delicada, apenas empezó a caer la nieve en copos espesos matizando de blanco los zarzales y las torrenteras, comenzó a dar diente con diente, con titileo espantoso; se puso lívido y a los pocos minutos se dejó caer, preparándose a dormir sobre la nieve.

Como en un tiempo oí contar, que muchos de los soldados franceses que el Imperio arrojará a las estepas de Rusia, murieron helados en aquellas soledades, y que un sueño tenaz era precursor de la muerte, me dio miedo el de mi compañero y tras penosa brega conseguí que se incorporara. Yo tenía un poco de aguardiente que me regaló una patrona generosa en Villamancilla, le di un trago, mi hombre se reanimó, y traguito a traguito dio fin al contenido del frasco, pero no me arrepiento; si no lo hubiese hecho así, estaría el pobrete a estas horas tieso como un palmar en las chumberas del camino.

Yo que soy más robusto, he resistido mejor el relente de la sierra y la nevada; pero no obstante todavía no corre bien la sangre por mis venas y siento frío hasta en la médula de mis huesos.

Verdad que la noche ha sido de prueba, una de las más detestables de esta maldecida campaña.

Las doce serían cuando empezó a zumbar el viento, remedando en las cañadas gigantescos estertores de moribundo.

La campiña en un principio informe y negra, fue adquiriendo a poco ese matiz pálido de la nieve que da frío al alma y al cuerpo.

Como estas líneas las escribo para que tú la leas, Dolores de mi alma, pues aunque muera tengo encomendado que te las lleve cualquier compañero de los que sobrevivan y aquí las promesas son sagradas, voy a relatarte punto por punto todo lo que pensé en esta maldecida noche pasada.

Con el fusil terciado, hundido el rostro en los bordes cubiertos de escarcha de la manta burda, paseaba de acá para allá, venciendo con no poco trabajo la tensión de mis músculos que se negaban a sostenerme y con el oído alerta por temor a una sorpresa.

Sin embargo, en lo que menos pensaba era en los enemigos, ni en mi situación ni en lo frío de la noche.

Pensaba en ti y en mi hijo ¡pobre chiquitín! ya estará hecho un hombrecito – me decía, y recordaba con todos sus encantos, aquellas noches serenas en que ínterin tú rabiabas y pateabas por dormir al niño, yo te leía historias fantásticas de duendes y trovadores, que tanto te gusta oír, comentándolas con besos y miradas fervientes.

Pensaba así y sentía deseos de llorar; no me avergüenzo de decírtelo, aquí nadie se avergüenza de esto; llorar es cosa corriente, lo cual no impide que peleemos como desesperados; ayer vi al coronel de mi regimiento, leyendo una carta ¿y se le caía cada lagrimón! ¡y se le iba cada suspiro… no me atreví a mirarlo frente a frente, no le hubiera gustado ser sorprendido en sus debilidades de hombre de corazón.

Ahora son las ocho de la mañana, la situación no es mala, a las cinco fui relevado, se dio la orden de partir y se armó el barullo de siempre, gritos, toques de cornetas, relinchos, voces estridentes de mando, batir de tambores, carreras, vibraciones metálicas, en fin, lo que no te puedo explicar y emprendimos el camino a marcha forzada, pero a poco llegaron algunos exploradores a todo el galopar de sus caballos, se incorporaron al Estado mayor y dos segundos después, vibraban en el aire los agudos toques de los cornetines y nos deteníamos todos con automático concierto.

Nosotros interrogamos con los ojos a los sargentos, estos a los oficiales y aquellos a los jefes que se apiñaban en la vertiente de una colina.

Momentos después supimos lo que pasaba, los exploradores tropezaron con las descubiertas de una brigada francesa, los nuestros pudieron retroceder sin ser vistos y el General ordenó que nos encastilláramos en las alturas para caer sobre los enemigos, cuando estos penetraran en los desfiladeros.

Dentro de muy poco espero se arme el zafarrancho, te estoy escribiendo en la saliente roca, detrás de la que estamos parapetados un centenar de hombres, si no fuera porque pienso en ustedes me entusiasmaría la perspectiva.

¡Qué sierra más grandiosa, más agreste, más selvática! sobre nuestra cabeza amenaza desplomarse una roca, que ella sola bastaría para formar una montaña.

Las águilas y los cuervos baten sus alas delante de nosotros, y los valles, desde estas alturas, semejan cóncavos suaves en las hendiduras de los montes.

Tengo miedo, ¿a qué negártelo? siempre me estremezco en los preludios de la lucha, después no; cuando arrecia el combate no sé lo que me pasa, soy sincero, no me acuerdo de nada, parece que bañan vapores ardientes mi cerebro y siento tan solo anhelo de matar, de destruir todo lo que encuentro a mi paso; es una calentura horrible que reseca las fauces y abrasa la cabeza; en esos instantes no me aterra la muerte, no me conduelo de los que caen y solo me combate una cólera letal y rugiente, una especie de vértigo sangriento, el frenesí de la pelea, y cada vez que hundo mi bayoneta en las entrañas de un enemigo, siento un regocijo feroz, infinito, inexplicable, más propio de la bestia que del hombre.

Voy a tener que dejar de escribirte, ya se escucha ese rumor sordo y persistente que precede a un ejército.

Ya por tal o cual ribazo, se divisan a trechos haces apiñados de bayonetas e inconscientemente se aferran nuestras manos a los fusiles.

Cada vez que guardo estas memorias para entrar en combate, pienso que una bala puede poner término a ellas.

Adiós, Dolores mía, hasta luego o hasta… sí, hasta luego, Dios no puede permitir que yo muera, ¡qué sería de ustedes mañana, ea… fuera pensamientos lúgubres! Ahora coloco esta libreta sobre mi corazón y no hay miedo. Adiós…

Así terminaban aquellas páginas y en vano busqué algo más que leer en ellas; solo en un extremo vi una pequeña rotura en forma de circunferencia, con los bordes quemados y con algunas manchas de sangre renegridas por el tiempo.

                                                 Arturo Reyes

 BIBLIOGRAFÍA:

Libro: El Sargento Pelayo. Bocetos de una novela. Memorias de un soldado, pags.109 – 116. Madrid. Imprenta de Fortanert. Calle de la Libertad, núm. 29. 1888.

martes, 8 de marzo de 2022

APORTACIÓN DEL ESCRITOR ARTURO REYES EN EL DÍA DE LA MUJER. CUENTO: A PUNTA DE CAPOTE.

 Hoy publicamos “A punta de capote”, un cuento de mi bisabuelo, en el que el autor crea un cuadro de costumbres, donde nos sumerge en la vida cotidiana de la Málaga del siglo XIX, una época la que le tocó vivir,  en la que los hombres protagonizaban un papel principal frente a las mujeres que ostentaban un rol secundario, y por dicho motivo, el sexo femenino tuvo que crear estrategias, “lidiando a punta de capote” en la cotidianeidad para poder conseguir sus objetivos, muchas veces en contradicción con el sexo masculino.


Arturo, a pesar de ser hombre, nos conocía perfectamente, y muchas de sus obras reflejan el profundo machismo que existía en aquella época.


Este cuento llevaba mucho tiempo en borrador, esperando publicarse, y creo que hoy Día de la Mujer, es el momento que esperaba para ver la luz en el blog, aportando el escritor su granito de arena.


La sociedad española va cambiando lentamente, con pequeños pasos, que reafirman nuestra posición en la sociedad actual pero aún queda mucho por hacer ya que mientras no se introduzca en la educación de nuestros jóvenes, la educación en igualdad, la corresponsabilidad y otros pilares básicos, seguiremos hablando de términos tales como “techo de cristal, brecha de género, etc.”


Hoy queremos dedicar esta publicación a todas las mujeres del mundo, con especial mención a todas aquellas que no pueden gozar de libertad, a todas aquellas que se encuentran inmersas en procesos de guerra, a todas aquellas que trabajan en sus hogares y llevan el peso de sus familias sin obtener ningún reconocimiento a cambio.



También dedicárselo a todas las mujeres que trabajan y se esfuerzan por conseguir una sociedad más justa e igualitaria, a través de la defensa de los derechos del injustamente llamado “sexo débil”, y hoy en especial a mi compañera Lourdes Acosta, agente de igualdad de oportunidades del Ayuntamiento de Málaga, por ser un gran ejemplo en la lucha por los derechos de las mujeres, no escatimando perseverancia y empeño en su labor, fortaleciendo con su saber, cariño, empatía y otras cualidades el afianzamiento de los pilares del feminismo bien entendido.


Hoy también quiero felicitar a una gran amiga, Tania, porque en un día tan especial, celebra su cumpleaños, siendo también un modelo como mujer en todos los sentidos.


 Y sin querer extendernos más, a continuación, publicamos este cuento que deseamos os guste…


 

                 A PUNTA DE CAPOTE


 —Comadre, mú güenos días. 

—¡Josús, y cuánto güeno por aquí! ¿Qué méritos habré jecho yo la noche pasá pa tener este alegrón esta mañana?

 

—Pos no repique usté mucho, comadre, que entoavía va usté a concluir por ponerme en mitá de la del Rey.


—Eso no, asín viniera usté a darme un disgusto en vez de venir a traerme chocolate.

 

—A lo que yo vengo es a traerle á usté un colirio pa que vaya usté mejorando una miajita de los ojos.


—¡Pero qué empeño que tiée usté, comadre, en que yo ando mal de los ojos!...


 —Y tan mal como anda usté, comadre, pero por mí no deje usté su jacienda, que no tengo priesa ninguna.


—Pos mire usté, si usté me lo premite, voy á seguir planchando este camisón, porque, según parece, mi señor Don Cayetano tiée hoy que vestirse de gala pa dir a ver á algún diputao a Cortes.


—¿De gala, verdá? No es fijamente mal diputao el que tiée que ver ese caballero, otro diputao como el que tiée que ver el mío, porque el mío también hoy se ha vestío de tiros largos; como que me ha dao un sofoquín porque no tenía limpios los calcetines granate.


—¿Pero por qué ha de ser siempre tan mal pensá, comadre? ¿Por qué no ha de ser verdá que tengan que dir dambos a jacer esa visita que dicen?


—¡Que por qué no ha de poer ser verdá!—exclamó, incorporándose, como sacudida por un fleje de acero, Rosalía la Campechana.—Porque no lo es, porque yo esto que digo me lo sé a clavito pasao... ¡jaser una visita!... Como que dambos pendones tiéen quedir hoy a pendonear con dos archiduquesas que acaban de llegar de Sivilla, dos lañas más jarticas de roar que un mingo sobre un tapete.


—Pero, comadre, ¿por qué se ha de creer usté siempre lo que le dicen o lo que ensueña?


—No, comadre, que esto que le estoy diciendo yo a usté es el Evangelio; que esto me lo ha dicho a mí la Tapones, la sobrina de Antonia la de Pepillo el Trabuco.


—Pero usté no sabe que esa Tapones el día que no indispone un matrimonio bien avenío... aquella noche se le corta la digestión y no puée pegar los ojos.


—¿Pero qué interés diba a tener la Tapones en venirme a mi con un cuento?


—¿Y qué interés tiée en soltar baba los caracoles? ¡Vamos, comadre, déjese usté de tonterías!... Y sobre tó, supongamos que sea verdá eso que le han dicho á usté, vamos á ver: ¿que es lo que usté consigue con enterarse?


—¡Que qué consigo! Pos ya lo verá usté: darles un pregón a dambos y jacer que a dambos se les corte el cuerpo. ¿Que qué es lo que consigo? Desmoñarla a ella, si logro ponerle la mano encima...¡Que qué consigo!.. Si tendremos toas la sangre como usté, que lo que tiée usté no es sangre sino un medio de arvellana.


—Mire usté, comadre, yo tendré o no tendré la sangre de eso que usté dice; pero tenga usté la seguridá de que con ese genio que tiée usté, no se consigue naíta de los hombres, cuando los hombres son como lo son el de usté y el mío.


—¡Pero qué genio ni qué ocho cuartos, ni qué tiro que me peguen!... ¿Es que quiere usté que me entere yo de que hoy mi hombre se va con otra mujer de ¡viva y viva tu mare!, y yo me quée tan tranquila abanicándome á la sombra de la parra?


—¡Pero si yo no digo naíta de eso!... Si lo que yo digo es que con pillar catorce berrenchines no jace usté ná, y si está nublao, pos tan nublao, y si está azul, pos tan azul.


 —Pero vamos á ver, comadre: supóngase usté por un instante que sea verdá lo que me ha dicho a mí la Tapones.


—Güeno; supongámolo, y que yo ya me lo he suponío.

 

—¡Y me lo dice usted tan fresca, comadre!


—Pero ¿es que quiée usté que me tire al pozo?

 

—Y se queará usté tan fresca sabiendo, cuando el compadre se está poniendo de tiros largos, que si se pone de tiros largos es por dir en busca de otra señora.


—Fresca no me quedaría, pero tampoco me daría un síncope.


—Y gantes de que se fuera ¿qué haría usté?


—¿Yo? Procurar que no se fuera, pero no dándole ningún pregón, sino trabajando la partía como la debemos trabajar las mujeres: dándole coba jasta que se le cayera el barniz.


—Llorando y gimiendo ¿verdá?

—No, comadre, sin llorar ni gemir. Y si no, vamos á ver: ¿usté no dice que mi Paco tiée que dir con su Pepe de usté hoy de juerga con dos archiduquesas que han venío de Sivilla?


—Eso digo... Pero lo que es el mío, no vá, ¡qué ha ir el mío! Como que pa dir tendrá que dejarme a mi colgá, pero que colgá, de cualquier viga del techo.


—¡Y qué necesidá tiée usté de que hagan con usté esa perrería


—Pos quisiera yo que usté me explicara cómo se puée conseguir que no se vaya de juerga un hombre, sin armar una que sea más soná que la degollación de los inocentes.


—¡Pero si eso es la mar de fácil, comadre! ¿Quiere usté ver cómo mi Paco, sin que yo le pía que se quée, se quea sin dir a esa cita que usté dice?


—Eso tendría yo que verlo pa creerlo.


—Pos la cosa es la mar de sencilla. Mi Paco ha quedao en venir a vestirse y a almorzar a las doce en punto; asín es que si usté quiere, se quea usté aquí y me ve manejar el percal, á ver si consigo yo que usté aprenda arguna vez a llevarse a su hombre a punta de capote a donde á usté le dé la repotentísima gana.


—¡Pos ya lo creo que sí, que quiero ver esa faena tan maravillosa, comadre!


—Pero con la condición de que no hable usté una sola palabra de citas, ni de celeras, ni de ná, y de que á tó lo que yo diga, diga usté que sí catorce veces seguías.


—Desde luego que sí, comadre.


—Pues no hay más que hablar. ¡Ya verá usté cómo mi Paco no va hoy, ni solo ni con su compadre, a ver esas dos archiduquesas sivillanas!


—Si usté consigue eso, comadre, le regalo á usté el mejor de mis pañuelos.

 

                                      II


Cuando Paco el Garibaldino llegó a su casa no pudo evitar que reflejara su rostro su extrañeza al ver en ella a su comadre, y


—Vaya—pensó—ya esta pícara perra pachona se ha golío la cosa y ha venío á evitarlo soliviantando á mi Dolores.


Esta, que se había alisado el cabello y puesto un vestido azul que embellecía su figura y cuyo color contrastaba armónicamente con su pelo rubio y brillante, sus ojos grandes y azules y su tez nacarina, recibió a su marido con la sonrisa en los labios, y


—Ya empezaba yo a pensar que se te había parao la vida—le dijo, cogiendo el sombrero que aquél se acababa de quitar.


Y tras de colocarlo en el perchero, se dirigió de nuevo hacia Paco, diciéndole con acento alegre y sonoro, como el trinar de un pájaro:


—Ya tiées la ropa planchá... Asín es que cuando quieras te pones más pinturero que toíta España.


—No corre priesa: entoavía es mú trempano.


—¿Y por qué no almuerzas antes de ponerte de pontificá?


—Porque no tengo ganas de abrir la boca.


—¿Quieres que te haga antes un refresco?

 

—Pos, mira tú: no me caería eso mal del tó, porque estoy más achicharrao que el cisco.


—Ya se encargará de desacalorarle algún alma caritativa,—murmuró casi mentalmente Rosalía.


Dolores se apresuró á complacer a su marido, y momentos después sus manos pequeñas, limpias y sonrosadas, presentaron en reluciente vaso el refresco ofrecido al jacarandoso perchelero.


—¡Vaya si está superior,—dijo éste cuando hubo dado fin a la fresca limonada.


—¿Y por qué no te quitas la chaqueta y te echas un ratillo?... A bien que la comadre es de confianza.


— Hasta cierto punto—dijo él, mirando con expresión picaresca a su comadre.


Sonrió Paco y...


—¡No, no me echo, porque si cojo el sueño no va a haber aluego quien me despierte!


—Yo te llamaré, tonto, a la hora que tú me digas.


—No, no me echo.


—Como tú quieras—dijo Lola.


Y sentándose frente á su hombre, continuó, dirigiéndose a éste:


—¿A que no sabes tú quién ha estao aquí esta mañana?


—No sé.


—Pues mi prima Remedios, que vino á convidarme a dar un paseo.


—¿Y qué le dijiste?


—¿Y qué le iba á decir? 

 

Que yo soy una faluga  

que tiene su timonel

y que soy barquito a pique
cuando navego sin él.


Contempló el Garibaldino con expresión efusiva a su mujer, y

—¿Pa ónde se diba a dar ese paseo?

—Pos, según creo yo, por el Arroyo de los Ángeles.

—¿Y por qué no le has dicho que sí?

—Porque á ti no te diba a gustar, porque, según me dijo mi prima, también va a dir con ella Rosarito la Tulipana.

Se acordó Paco de que el que a la sazón era novio de la Tulipana había sido pretendiente de Dolores y miró a ésta como agradecido a su negativa, y dijo:


—Eso no le hace: aonde quiera que tú vayas, y sea con quien sea, van siempre bien los ojitos de mi cara.

—No, es que no era de mi gusto ir, y sobre tó, que si tú arremataras temprano y pudieras venir, y quisieras, te peiría yo que me llevaras a dar un paseo.

—Y si no voy a poder, mujer, si ya sabes tú que se trata de dir a ver á un amigo y al que ni yo ni mi compadre hemos visto desde hace una pila de años...

—¿Ha estao quizás en la Argentina?—le preguntó con acento sarcástico, no pudiendo contenerse, Rosalía.

Contempló Paco con aire inquieto a su comadre, y

—No, en la Argentina no, que yo sepa —le repuso con cándida expresión.—Pero sí ha estao muchísimo tiempo al frente de una tumba en el Puerto de Santa María.


—Güeno, pos no te preocupes por lo del paseo—dijo Dolores.

Y después, dirigiéndose a su comadre, añadió:

—Pos ya no me mande usté el mantón, comadre.

—Bueno—le repuso ésta, acordándose de lo que a Dolores había prometido.

—¿Pero es que le habías pedido el mantón a la comadre?

—Es que—dijo Lola sonriendo—había pensao una cosa; y era, aprovechando que tú estarías de tiros largos, pos había pensao que antes de dar el paseo fuésemos a la fotografía y nos hiciéramos juntos un retrato... Mira cómo yo quisiera que mos lo hiciéramos: yo, pongo por caso, sentá en una silla con el mantón de Manila de la comadre, terciao, y un puñao de claveles en el pecho y en la cabeza; el vestío de seda y la caena de oro; en fin, con toito lo del escaparate, y tocando la guitarra; y tú, de pié a la vera mía, con el sombrero echao hacia atrás y mirándome como cuando... ¡Vamos, ya sabes tú cómo yo digo!


—Vamos, comadre, que me parece a mí que voy a tener que dirme—exclamó levantándose y fingiéndose cómicamente indignada Rosalía.

—Vamos, comadre, no sea usté tan súpita—dijo riendo Paco—que no hay por qué soliviantarse.

Y después, dirigiéndose a su mujer, le preguntó:

—¿Y tú sabes los parneses que cuesta hacerse ese retrato, y que estoy más arriao que una vela?

—Es que yo no necesito parneses—le repuso sonriendo maliciosamente Dolores.

Y dirigiéndose hacia la cómoda sacó de uno de sus cajones una cajita, que agitó alegremente haciendo sonar su contenido.

—¡Ah, pícara!—exclamó Paco.—¿Con que esas tenemos? ¡Con que no se puée uno aquí dejar colgao en ninguna parte el chaleco!

—Y si no fuera por eso ¿con qué te diba yo haber mercao lo que te he mercao?

—¿Y qué ha sío lo que tú me has mercao? Que yo me entere..

—Pos una corbata azul superiorísima... Pero esa no la ves hasta mañana, que es tu día y cumpleaños de...

—¡Pos es verdá, que mañana es cumpleaños de nuestro casamiento! ¡Cinco, años!

—Pos mira tú lo que son las cosas: a mí me han pareció esos cinco años cinco días... ¿Pero qué estas haciendo?

—Pos ya lo ves, quitándome la chaqueta.

—¿Pero te vas á echar, por fin, un ratillo?

—Sí... Digo, si me lo permite la comadre.

—Por mí, como no sea más que eso...

—¿Y a qué hora te llamo si te queas dormío?—le preguntó Dolores a su marido, al par que lo acariciaba dulcemente en los ojos.

—Pos mira, yo estoy citao con el compadre a la una...

Pero...

—¿Pero qué?

—Que estoy pensando en que ese amigo bien podíamos visitarlo otro día, mañana, pongo por caso, y como la comadre verá dentro de un rato al compadre...

—¡No, mira, por mí no lo hagas. ¡Otro día que tú no tengas que hacer me llevarás de paseo y nos haremos el retrato... ¡Por más que hace hoy un día tan hermoso! Pero, en fin, antes son tus gustos que los míos.

—No, mira, yo ahora me echo un rato, y si cojo el sueño, tú tan y mientras te jaleas y a eso de las tres me llamas.


—Pero, mira, Paco, que si eso te contraría...

—No, mujer, no me contraría—dijo Paco.

Y después, dirigiéndose a su comadre, exclamó:

—Y usted, comadre, me hará usté el favor de disculparme con el compadre.

—¡Ya lo creo!—repúsole aquella poniendo una mirada de asombro en Dolores, que la miraba con expresión de triunfo y como diciéndole en el dulce y elocuente idioma de luz de sus grandes ojos azules:

 

—¡Lo vé usté, comadre, usté vé cómo a los hombres no hay más sino que saber manejarlos, y cómo esas archiduquesas sivillanas se quean hoy sin ver a Paco el Garibaldino!.

                              Arturo Reyes

BIBLIOGRAFÍA:

-      Cuento: “A punta de capote”. Autor: Arturo Reyes Aguilar. Publicado en: Por esos mundos (Madrid). 1/8/1910, página 7.