Hoy publicamos “A punta de capote”, un cuento de mi bisabuelo, en el que el autor crea un cuadro de costumbres, donde nos sumerge en la vida cotidiana de la Málaga del siglo XIX, una época la que le tocó vivir, en la que los hombres protagonizaban un papel principal frente a las mujeres que ostentaban un rol secundario, y por dicho motivo, el sexo femenino tuvo que crear estrategias, “lidiando a punta de capote” en la cotidianeidad para poder conseguir sus objetivos, muchas veces en contradicción con el sexo masculino.
Arturo,
a pesar de ser hombre, nos conocía perfectamente, y muchas de sus obras
reflejan el profundo machismo que existía en aquella época.
Este
cuento llevaba mucho tiempo en borrador, esperando publicarse, y creo que hoy Día
de la Mujer, es el momento que esperaba para ver la luz en el blog, aportando el escritor su granito de arena.
La
sociedad española va cambiando lentamente, con pequeños pasos, que reafirman
nuestra posición en la sociedad actual pero aún queda mucho por hacer ya que
mientras no se introduzca en la educación de nuestros jóvenes, la educación en
igualdad, la corresponsabilidad y otros pilares básicos, seguiremos hablando de
términos tales como “techo de cristal, brecha de género, etc.”
Hoy queremos dedicar esta publicación a todas las mujeres del mundo, con especial mención a todas aquellas que no pueden gozar de libertad, a todas aquellas que se encuentran inmersas en procesos de guerra, a todas aquellas que trabajan en sus hogares y llevan el peso de sus familias sin obtener ningún reconocimiento a cambio.
Hoy
también quiero felicitar a una gran amiga, Tania, porque en un día tan
especial, celebra su cumpleaños, siendo también un modelo como mujer en todos
los sentidos.
Y sin querer extendernos más, a continuación, publicamos este cuento que deseamos os guste…
A PUNTA DE CAPOTE
—Comadre,
mú güenos días.
—¡Josús,
y cuánto güeno por aquí! ¿Qué méritos habré jecho yo la noche pasá pa tener
este alegrón esta mañana?
—Pos
no repique usté mucho, comadre, que entoavía va usté a concluir por ponerme en
mitá de la del Rey.
—Eso no, asín viniera usté a darme un disgusto en vez de venir a traerme
chocolate.
—A
lo que yo vengo es a traerle á usté un colirio pa que vaya usté mejorando una
miajita de los ojos.
—¡Pero qué empeño que tiée usté, comadre, en que yo ando mal de los ojos!...
—Y tan mal como anda usté, comadre, pero por mí no deje usté su jacienda,
que no tengo priesa ninguna.
—Pos mire usté, si usté me lo premite, voy á seguir planchando este camisón,
porque, según parece, mi señor Don Cayetano tiée hoy que vestirse de gala pa
dir a ver á algún diputao a Cortes.
—¿De gala, verdá? No es fijamente mal diputao el que tiée que ver ese
caballero, otro diputao como el que tiée que ver el mío, porque el mío también
hoy se ha vestío de tiros largos; como que me ha dao un sofoquín porque no
tenía limpios los calcetines granate.
—¿Pero por qué ha de ser siempre tan mal pensá, comadre? ¿Por qué no ha de ser
verdá que tengan que dir dambos a jacer esa visita que dicen?
—¡Que por qué no ha de poer ser verdá!—exclamó, incorporándose, como sacudida
por un fleje de acero, Rosalía la Campechana.—Porque no lo es,
porque yo esto que digo me lo sé a clavito pasao... ¡jaser una visita!... Como
que dambos pendones tiéen quedir hoy a pendonear con dos archiduquesas que
acaban de llegar de Sivilla, dos lañas más jarticas de roar que un mingo sobre
un tapete.
—Pero, comadre, ¿por qué se ha de creer usté siempre lo que le dicen o lo que
ensueña?
—No, comadre, que esto que le estoy diciendo yo a usté es el Evangelio; que
esto me lo ha dicho a mí la Tapones, la sobrina de Antonia la de
Pepillo el Trabuco.
—Pero usté no sabe que esa Tapones el día que no indispone un
matrimonio bien avenío... aquella noche se le corta la digestión y no puée pegar
los ojos.
—¿Pero qué interés diba a tener la Tapones en venirme a mi con
un cuento?
—¿Y qué interés tiée en soltar baba los caracoles? ¡Vamos, comadre, déjese usté
de tonterías!... Y sobre tó, supongamos que sea verdá eso que le han dicho á
usté, vamos á ver: ¿que es lo que usté consigue con enterarse?
—¡Que qué consigo! Pos ya lo verá usté: darles un pregón a dambos y jacer que a dambos se les corte el cuerpo. ¿Que qué es lo que consigo? Desmoñarla a ella,
si logro ponerle la mano encima...¡Que qué consigo!.. Si tendremos toas la
sangre como usté, que lo que tiée usté no es sangre sino un medio de
arvellana.
—Mire usté, comadre, yo tendré o no tendré la sangre de eso que usté dice; pero
tenga usté la seguridá de que con ese genio que tiée usté, no se consigue naíta
de los hombres, cuando los hombres son como lo son el de usté y el mío.
—¡Pero qué genio ni qué ocho cuartos, ni qué tiro que me peguen!... ¿Es que
quiere usté que me entere yo de que hoy mi hombre se va con otra mujer de ¡viva
y viva tu mare!, y yo me quée tan tranquila abanicándome á la sombra de la
parra?
—¡Pero si yo no digo naíta de eso!... Si lo que yo digo es que con pillar
catorce berrenchines no jace usté ná, y si está nublao, pos tan nublao, y si
está azul, pos tan azul.
—Pero vamos á ver, comadre: supóngase usté por un instante que sea verdá
lo que me ha dicho a mí la Tapones.
—Güeno; supongámolo, y que yo ya me lo he suponío.
—¡Y
me lo dice usted tan fresca, comadre!
—Pero ¿es que quiée usté que me tire al pozo?
—Y
se queará usté tan fresca sabiendo, cuando el compadre se está poniendo de
tiros largos, que si se pone de tiros largos es por dir en busca de otra
señora.
—Fresca no me quedaría, pero tampoco me daría un síncope.
—Y gantes de que se fuera ¿qué haría usté?
—¿Yo? Procurar que no se fuera, pero no dándole ningún pregón, sino trabajando
la partía como la debemos trabajar las mujeres: dándole coba jasta
que se le cayera el barniz.
—Llorando y gimiendo ¿verdá?
—No, comadre, sin llorar ni gemir. Y si no, vamos á ver: ¿usté no dice que mi
Paco tiée que dir con su Pepe de usté hoy de juerga con dos archiduquesas que
han venío de Sivilla?
—Eso digo... Pero lo que es el mío, no vá, ¡qué ha ir el mío! Como que pa dir
tendrá que dejarme a mi colgá, pero que colgá, de cualquier viga del techo.
—¡Y qué necesidá tiée usté de que hagan con usté esa perrería
—Pos quisiera yo que usté me explicara cómo se puée conseguir que no se vaya de
juerga un hombre, sin armar una que sea más soná que la degollación de los
inocentes.
—¡Pero si eso es la mar de fácil, comadre! ¿Quiere usté ver cómo mi Paco, sin
que yo le pía que se quée, se quea sin dir a esa cita que usté dice?
—Eso tendría yo que verlo pa creerlo.
—Pos la cosa es la mar de sencilla. Mi Paco ha quedao en venir a vestirse y a almorzar a las doce en punto; asín es que si usté quiere, se quea usté aquí y
me ve manejar el percal, á ver si consigo yo que usté aprenda arguna vez a llevarse a su hombre a punta de capote a donde á usté le dé la repotentísima
gana.
—¡Pos ya lo creo que sí, que quiero ver esa faena tan maravillosa, comadre!
—Pero con la condición de que no hable usté una sola palabra de citas, ni de
celeras, ni de ná, y de que á tó lo que yo diga, diga usté que sí catorce veces
seguías.
—Desde luego que sí, comadre.
—Pues no hay más que hablar. ¡Ya verá usté cómo mi Paco no va hoy, ni solo ni
con su compadre, a ver esas dos archiduquesas sivillanas!
—Si usté consigue eso, comadre, le regalo á usté el mejor de mis pañuelos.
II
Cuando Paco el Garibaldino llegó a su casa no pudo evitar que reflejara su
rostro su extrañeza al ver en ella a su comadre, y
—Vaya—pensó—ya esta pícara perra pachona se ha golío la cosa y ha venío á
evitarlo soliviantando á mi Dolores.
Esta, que se había alisado el cabello y puesto un vestido azul que embellecía
su figura y cuyo color contrastaba armónicamente con su pelo rubio y brillante,
sus ojos grandes y azules y su tez nacarina, recibió a su marido con la sonrisa
en los labios, y
—Ya empezaba yo a pensar que se te había parao la vida—le dijo, cogiendo el
sombrero que aquél se acababa de quitar.
Y tras de colocarlo en el perchero, se dirigió de nuevo hacia Paco, diciéndole
con acento alegre y sonoro, como el trinar de un pájaro:
—Ya tiées la ropa planchá... Asín es que cuando quieras te pones más pinturero
que toíta España.
—No corre priesa: entoavía es mú trempano.
—¿Y por qué no almuerzas antes de ponerte de pontificá?
—Porque no tengo ganas de abrir la boca.
—¿Quieres que te haga antes un refresco?
—Pos,
mira tú: no me caería eso mal del tó, porque estoy más achicharrao que el
cisco.
—Ya se encargará de desacalorarle algún alma caritativa,—murmuró casi
mentalmente Rosalía.
Dolores se apresuró á complacer a su marido, y momentos después sus manos
pequeñas, limpias y sonrosadas, presentaron en reluciente vaso el refresco
ofrecido al jacarandoso perchelero.
—¡Vaya si está superior,—dijo éste cuando hubo dado fin a la fresca limonada.
—¿Y por qué no te quitas la chaqueta y te echas un ratillo?... A bien que la
comadre es de confianza.
— Hasta cierto punto—dijo él, mirando con expresión picaresca a su comadre.
Sonrió Paco y...
—¡No, no me echo, porque si cojo el sueño no va a haber aluego quien me
despierte!
—Yo te llamaré, tonto, a la hora que tú me digas.
—No, no me echo.
—Como tú quieras—dijo Lola.
Y sentándose frente á su hombre, continuó, dirigiéndose a éste:
—¿A que no sabes tú quién ha estao aquí esta mañana?
—No sé.
—Pues mi prima Remedios, que vino á convidarme a dar un paseo.
—¿Y qué le dijiste?
—¿Y qué le iba á decir?
Que
yo soy una faluga
que
tiene su timonel
y
que soy barquito a pique
cuando navego sin él.
Contempló el Garibaldino con expresión efusiva a su mujer, y
—¿Pa ónde se diba a dar ese paseo?
—Pos, según creo yo, por el Arroyo de los Ángeles.
—¿Y por qué no le has dicho que sí?
—Porque á ti no te diba a gustar, porque, según me dijo mi prima, también va a dir con ella Rosarito la Tulipana.
Se
acordó Paco de que el que a la sazón era novio de la Tulipana había
sido pretendiente de Dolores y miró a ésta como agradecido a su negativa, y
dijo:
—Eso no le hace: aonde quiera que tú vayas, y sea con quien sea, van siempre
bien los ojitos de mi cara.
—No, es que no era de mi gusto ir, y sobre tó, que si tú arremataras temprano y
pudieras venir, y quisieras, te peiría yo que me llevaras a dar un paseo.
—Y si no voy a poder, mujer, si ya sabes tú que se trata de dir a ver á un
amigo y al que ni yo ni mi compadre hemos visto desde hace una pila de años...
—¿Ha estao quizás en la Argentina?—le preguntó con acento sarcástico, no
pudiendo contenerse, Rosalía.
Contempló Paco con aire inquieto a su comadre, y
—No,
en la Argentina no, que yo sepa —le repuso con cándida expresión.—Pero sí ha
estao muchísimo tiempo al frente de una tumba en el Puerto de Santa María.
—Güeno, pos no te preocupes por lo del paseo—dijo Dolores.
Y después, dirigiéndose a su comadre, añadió:
—Pos ya no me mande usté el mantón, comadre.
—Bueno—le repuso ésta, acordándose de lo que a Dolores había prometido.
—¿Pero es que le habías pedido el mantón a la comadre?
—Es
que—dijo Lola sonriendo—había pensao una cosa; y era, aprovechando que tú
estarías de tiros largos, pos había pensao que antes de dar el paseo fuésemos a la fotografía y nos hiciéramos juntos un retrato... Mira cómo yo quisiera que
mos lo hiciéramos: yo, pongo por caso, sentá en una silla con el mantón de
Manila de la comadre, terciao, y un puñao de claveles en el pecho y en la
cabeza; el vestío de seda y la caena de oro; en fin, con toito lo del
escaparate, y tocando la guitarra; y tú, de pié a la vera mía, con el sombrero
echao hacia atrás y mirándome como cuando... ¡Vamos, ya sabes tú cómo yo digo!
—Vamos, comadre, que me parece a mí que voy a tener que dirme—exclamó
levantándose y fingiéndose cómicamente indignada Rosalía.
—Vamos, comadre, no sea usté tan súpita—dijo riendo Paco—que no hay por qué
soliviantarse.
Y después, dirigiéndose a su mujer, le
preguntó:
—¿Y tú sabes los parneses que
cuesta hacerse ese retrato, y que estoy más arriao que una vela?
—Es que yo no necesito parneses—le repuso sonriendo maliciosamente
Dolores.
Y dirigiéndose hacia la cómoda sacó de uno de sus cajones una cajita, que agitó
alegremente haciendo sonar su contenido.
—¡Ah, pícara!—exclamó Paco.—¿Con que esas tenemos? ¡Con que no se puée uno aquí
dejar colgao en ninguna parte el chaleco!
—Y si no fuera por eso ¿con qué te diba yo haber mercao lo que te he mercao?
—¿Y qué ha sío lo que tú me has mercao? Que yo me entere..
—Pos una corbata azul superiorísima... Pero esa no la ves hasta mañana, que es
tu día y cumpleaños de...
—¡Pos es verdá, que mañana es cumpleaños de nuestro casamiento! ¡Cinco, años!
—Pos mira tú lo que son las cosas: a mí me han pareció esos cinco años cinco
días... ¿Pero qué estas haciendo?
—Pos ya lo ves, quitándome la chaqueta.
—¿Pero te vas á echar, por fin, un ratillo?
—Sí... Digo, si me lo permite la comadre.
—Por mí, como no sea más que eso...
—¿Y a qué hora te llamo si te queas dormío?—le preguntó Dolores a su marido, al
par que lo acariciaba dulcemente en los ojos.
—Pos mira, yo estoy citao con el compadre a la una...
Pero...
—¿Pero qué?
—Que
estoy pensando en que ese amigo bien podíamos visitarlo otro día, mañana, pongo
por caso, y como la comadre verá dentro de un rato al compadre...
—¡No,
mira, por mí no lo hagas. ¡Otro día que tú no tengas que hacer me llevarás de
paseo y nos haremos el retrato... ¡Por más que hace hoy un día tan hermoso!
Pero, en fin, antes son tus gustos que los míos.
—No,
mira, yo ahora me echo un rato, y si cojo el sueño, tú tan y mientras te jaleas
y a eso de las tres me llamas.
—Pero, mira, Paco, que si eso te contraría...
—No, mujer, no me contraría—dijo Paco.
Y después, dirigiéndose a su comadre, exclamó:
—Y usted, comadre, me hará usté el favor de disculparme con el compadre.
—¡Ya
lo creo!—repúsole aquella poniendo una mirada de asombro en Dolores, que la
miraba con expresión de triunfo y como diciéndole en el dulce y elocuente
idioma de luz de sus grandes ojos azules:
—¡Lo vé usté, comadre, usté vé cómo a los hombres no hay más sino que saber manejarlos, y cómo esas archiduquesas sivillanas se quean hoy sin ver a Paco el Garibaldino!.
Arturo Reyes
BIBLIOGRAFÍA:
- Cuento: “A punta de capote”. Autor: Arturo Reyes Aguilar. Publicado en: Por esos mundos (Madrid). 1/8/1910, página 7.
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