Licencia Creative Commons
Archivo Arturo y Adolfo Reyes Escritores de Málaga por Mª José Reyes Sánchez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

sábado, 8 de junio de 2024

CUENTO: DE MAR Y TIERRA. AUTOR: ARTURO REYES.

 Mi vida desde pequeña siempre ha estado muy ligada al mar, pues tuve la gran suerte de ser una vecina cercana a este inmenso espacio que tantas aventuras y diversiones me procuró durante mi infancia y juventud.

Asimismo también la pesca ha sido una afición que ha sido practicada en mi familia a lo largo de varias generaciones.

A mi padre le encantaba pescar, y recuerdo como cuando se tomaba sus vacaciones estivales, solía salir casi todas las tardes después de comer, en su pequeña barquita de madera celeste y con sus chambeles, retornando a su destino, nuestra casa, cuando la noche caía. 

Éramos pequeños y la familia esperaba impaciente y con los brazos abiertos su retorno. 

En primer lugar porque a menudo se les rompía el pequeño motor, y tenían que volver varios kilómetros a remo, con la consiguiente preocupación de mi madre cuando anochecía y no estaban de vuelta, y en segundo lugar porque solían venir cargados de besugos, voraces, pargos, arañas, etc. que nos mostraban con toda su alegría y satisfacción. Por la noche recuerdo las veladas todos alrededor de la mesa felices y hambrientos, esperando a que mi madre terminara de hornear los besugos. Verdaderas delicias que mi paladar nunca olvidará. 

Mis hermanos fueron desde pequeños verdaderos aficionados a bucear, coger pulpos y casi siempre alguno de ellos también solía acompañar a mi padre a pescar. A ellos también se unía mi querido tío Adolfo, y cuando me dejaban yo también me incluía en el pack.

Esta afición a la pesca fue pasando de padres a hijos, y entre mis hermanos, el mayor, Juan Carlos, también ha sido desde siempre el más apasionado en la práctica de este deporte. En segundo lugar mi hermano Arturo y el más pequeño, Dolfi, siempre se mareaba, por lo que no podía disfrutar de estas bonitas experiencias.

La tercera generación, mis sobrinos Juanillo, Luis y Arturo, también han heredado esa afición a la pesca, disfrutando de vez en cuando en familia de días de ocio en alta mar.




En esta nueva generación, ha destacado por su amor a esta afición mi sobrino Arturo, de 33 años, que lleva practicado este deporte desde muy pequeño. Comenzó cogiendo pulpos con cinco o seis años, y en la actualidad se aventura en las profundidades para capturar piezas de gran tamaño entre las costas de Cádiz y Málaga. 

A mi sobrino Arturo le apasiona salir con su zodiac, y con su pequeña pero flexible caña de pesca Falkor, con la que atrapa enormes pargos, meros, dentones, corvinas, samas, gallinetas, etc. Parece increíble que pueda coger esas enormes piezas, a veces casi tan grandes como él. 

Una similitud con el libro “El viejo y el mar”, de Hemingway, en el que la lucha entre el hombre y la naturaleza es constante pero el ser humano con su constancia, perseverancia y tenacidad sumado a las herramientas con las que cuentan: cañas de última generación, radares, cebos, etc., son capaces en última instancia de ganarle la batalla al mar.

Hace varios años y viendo su afición por la pesca en alta mar, le sugerí a mi sobrino que podría dedicarse a enseñar a los amantes de la pesca con caña, sus técnicas, sus trucos, así como los lugares interesantes donde podrían capturar sus preciados trofeos. Y a fecha de hoy ya ha conseguido su carnet de monitor y está cumpliendo uno de sus deseos: organizar clases de pesca en alta mar. Me alegro muchísimo por él, y espero poder disfrutar de una día de pesca iniciándome en esta aventura marítima.

Os dejo la información por si estáis interesados o conocéis a alguien que esté atraído por esta afición:

ESTRECHO EXTREMO: “Disfruta de tu día de pesca acompañado de familia o amigos en la costa de Málaga”. Llama para más información y reservar tu día: 686 683 373 y 636 773 767.

 Mi sobrino Arturo es un fantástico pescador y toda la familia se siente muy orgullosa y sorprendida por sus capturas. Os animo a reservar un día con él esta bonita y gratificante experiencia.

Y hoy me acerco al pasado y al presente, y mis recuerdos se dirigen hacia mi padre, mis hermanos, mis sobrinos Juanillo y Luis, mi sobrino Arturo, mi tío Adolfo, todos ellos grandes amantes del mar.

Y no puedo dejar de hablaros de mi sobrino nieto, Arturito Jr., que con solo 6 años de edad, e integrante de la cuarta generación familiar, ya sabe pescar, conoce casi todas las especies de peces, y al que su padre le ha inculcado también ese amor y pasión por la pesca y el mar.

¡Abuelo, hijos, nietos y bisnieto, toda una saga de pescadores! 

A todos ellos, y en especial a mi querido padre, les dedico hoy este cuento que escribió mi bisabuelo Arturo y que espero sea de vuestro agrado.

 

                                        DE MAR Y TIERRA

A ver, tú, Cantinero, a ver si les das un achuchón a esos bigardones, antes de que se nos venga encima el Levante.

Y en tanto dirigíase aquel a dar cumplimiento a la orden recibida, se sentó Adolfo sobre un rollo de cuerdas embreadas, rellenó la pipa con un puñado de legítimo calpense, la encendió, y tras devolver por boca y nariz densas espirales de humo, quedóse como sumergido en graves y hondas meditaciones, mirando sin ver las gentes que bullían alrededor de las abiertas escotillas y sin que lograran sacarlo de su ensimismamiento el enérgico vocear de los capataces, los quejumbrosos silbidos de la máquina, el áspero rechinar de las cadenas, el batir de los remos y los cien brutales vocablos y las cien frases ingeniosas conque amenizaban todos o casi todos la abrumadora faena.

Descendió ágil y rápido el Cantinero por la renegrida escala, y ya en la bodega exclamó encarándose bruscamente con los hombres de la cuadrilla:

—Vamos a ver si tenemos una miajita de algo y otra miajita de güena voluntá; una miajita de cá cosa, caballeros.

—Si te creerás tú que embotellar estos bombones - repúsole Pepe el Maroma al par que ponía en tensión sus poderosos músculos, metiéndole el hombro a uno de los enormes fardos, -es lo mismo que bordar en muselina.

—¡Como que va a ser menester que le diga al mayordomo que te mande un caldisopa o dos onzas de bizcochos mostachones

—¿Mosta... qué?

—Mostatiros que sus peguen por malitos que seis!

—Y seis catorce!—exclamó en tono de zumba Paco el de la Malagueta.

Le miró al soslayo el Cantinero, y cogiendo de nuevo la escala se dirigió hacia donde el capataz seguía triste y meditabundo, y díjole al llegar junto a él, al par que le colocaba sobre un hombro la encallecida mano.

-¡Pero es que no se puée saber lo que a ti te pasa hoy, que parece que te has alevantao con cólico miserere!

-¡Con ganas de mentarle a alguien la familia es como yo me alevanté esta mañana! - repúsole Adolfo bruscamente.

- Algo y más que algo apostaría yo a que tó eso es por mó de alguien que se parece mucho al Niño de la Canela.

- ¡Se le parecerá si tú lo dices!

- Vaya, y si no, dime, ¿por qué ese gachó no ha venío a trabajar hoy con nosotros?

- ¡Pos no ha venío, porque con salú que Dios me dé, ese gachó no trabajará con nosotros, tan y mientras a mí el cuerpo me jaga sombra!

- ¡Ves tú, lo que yo me temía, lo que tenía que pasar tarde o trempano!

- ¿Y por qué tenía que pasar tarde o trempano; vamos a ver, por qué tenía  que pasar? - y esto lo preguntó Adolfo con voz sorda y mirando en casi amenazadora actitud el Cantinero.

- Toma -repúsole este, encogiéndose de hombros,—porque sí, porque no hay bien ni mal que cien años dure; porque tos nos sabíamos de memoria que el Niño andaba chambeleando en tu badía; ¡ganas de malgastar tiempo y chambeles!, eso ya lo sabíamos tos también, pero es que cuando los hombres perdemos el pesqui se mos empaña la pupila y, en fin, ná, que se emperró en buscarse una cosita guasona, y que se la ha jallao, y ahora se enterará el gachó de lo que es ver encender los faroles sin un chusco en la faltriquera y sin tener con qué llevarle alpiste a los gurripatos; ahora se enterará, porque lo que es el Chinorrel, ni el Jureles, ni el Pollo de los Besugos, ninguno de esos tres gachones es capaz de meterlo en su cuadrilla, como no sea embalsamao.

- ¡Pos él lo ha querío; asín es que con su pan se lo coma!; yo he tenío pa con él más pasencia y más galga y más anclaje que nadie en el mundo; yo sabía jace ya mucho tiempo que ese mal falucho le había puesto la proa a mi bergatín goleta; yo lo sabía mu bien, pero como yo sé que la mía no es de las que se pican el embrague, y como además el gachó se contentaba cuando se trompezaba con ella con alargar el moco y agüecar la pluma, pos yo me venía jaciendo el lipendi; pero ayer se olvió ese mal barquito desarbolao del respeto que se les debe a los hombres y a las jembras de los hombres que son nuestros amigos, y se fue de un ancla y en comenzó a  garrear y... na, que yo me enteré y que no pasó naíta porque la Virgen del Carmen se empeñó en que no pasara.

- Pero, ¿quién fue el malita hora que te dio a ti la noticia?

- ¡Quién había de ser! Uno que daría un ojo de la cara por verme con el otro camino del Batatar en uno de !a tertulia; Joseíto el Calabrote!

- Tenía que ser él; si lo parió su madre pa malo y malo tié que ser jasta que arríe la bandera.

—Pos bien, como tú comprenderás, en cuantito me lo dijo, se me acabó la pacencia y me fui en busca del Niño y no lo encontré; y como no lo encontré, se me fue refrescando la sangre; y na, que me he contentao con mandarle a decir con el mismo que me trujo er paquete, que es correo seguro, que no se ponga más elante e mi presona si es que no quiee que le dé más puñalás que dan las costas coquinas.

-Pero es que el de la Canela no es hombre capaz de aguantar esa clase de recaos -murmuró sordamente el Cantinero.

- Eso creo yo también, y me alegraría que no lo aguantara; me alegraría de que viniera a buscarme, que no te puees tú figurar las ganitas que tengo yo ya de enterarme de una vez de si pisa u no pisa ese gachó tanto como cacarea.

Y al decir esto se incorporó lentamente el capataz y se dirigió hacia la escotilla para ver qué tal se ganaban el salario los que comían de su pan con el sudor de su frente.

 

                                                II

Era ya anochecido, cuando penetró lenta y gallardamente el Cantinero en la taberna de Cloto, lugar preferido per las gentes de mar y tierra para matar en él el gusanillo, ahogar en vino las desazones de la vida, prepararse para llevar a cabo alguna de sus frecuentes hombradas o para jugarse tranquilamente al tute ó al dominó cuatro chatos de solera o cuatro cortadillos del de Jubrique o del de Farajan o del de Cazalla de la Sierra.

-Aquí está ya el Cantinero -gritó al ver penetrar a este en la taberna el Pollo Cacaratusa.

- Pos llega, chavó, que ni llamao por telégrafo -exclamó el Sardinita - porque él sabrá la chipé de lo que ha pasao a bordo entre el capataz y el Niño de la Canela.

- Vaya si lo sé -exclamó el Cantinero apoyando un codo en el mostrador y echándose el sombrero hacia atrás: -¡como que lo he visto con estos mis ojos que, según dice mi chata, son dos estrellas polares!

- Vamos a ver si te dejas de pamplinas y nos cuentas lo que pasó a bordo entre dambos acorazaos; ya to sabemos lo que pasó ayer y que hoy el de la Canela se fue pa a bordo en busca del que te tiée a ti metió en un puño - exclamó en tono de broma otro de los concurrentes.

- Pos bien; dijo con acento reposado el Cantinero; lo que pasó a bordo fue que llegó el Niño y que, como Dios le dió a entender, porque ya la marejá le venía larga a cualisquiera, saltó sobre cubierta y se fue pa el Adolfo y lo miró como si fuera a retratarlo, y asín que se jartó bien de estudiarle el perfil, le dijo que él no iba allí na más que pa decirle que tenía pa él dos copas y dos botellas y dos garrafones y dos puñalás en la ingle o en el sitio y lugar que más fueren de su gusto.

Naturalmente Adolfo no se puso ni amarillo ni colorao, y le contestó que se viniera pa tierra, que él, en cuantito arrematara, se vendría pa el muelle en busca de su presona.

El de la Canela no dijo ni pío y se fue pa la escala y llamó al del bote, pero aquello de tomar el bote no estaba mu mollar que digamos, y tan no estaba mu mollar, que cuando el Joseíto quiso saltar a él, llegó una ola, se le resfalaron los pinreles al mozo en las chumaceras, y pataplún, hombre al agua.

Como es natural, al verlo caer se armó a bordo el jollín número uno, y este corre pa acá y el otro corre pa allá, y uno tira al agua un cabo y otro tira un salvavía y otro lo primerito que coge, y tan y mientras, el de la Canela, que había vuelto a sacar la coronilla, volvió a hundirse como si tuviera plomo en los brodequines; y cuando más atosigaos estábamos tos y ya estábamos recetándole los lutos a la familia del Niño, Adolfo, que tan y mientras se había quedao cuasi con el mismo terno de cordobán conque su madre lo echó al mundo, se abre paso a rempujones, salta a la borda, se quea mirando la mar, como si quisiera dragar el puerto con la pupila, y de pronto pum, al agua de cabeza! y... vamos, caballeros, ¡que me río yo de los delfines y de los atunes y de los peces espadas!

- ¡Como que nada el gachó más y mejor que una liza!—exclamó con entusiástica entonación el Jureles.

- ¡Que si nada! Camará si nada el gachó! Pos bien, como sus diba diciendo, se tira a la mar de cabeza el Adolfo, se hunde, saca a poquito la gaita, toma resuello pa una quincena, se vuelve a hundir, y cuando ya estábamos tos con el corazón encogío y pensando que dambos se habían dio en busca de los del Reina Regente, vimos salir otra vez a cien brazas lo menos al capataz con el de la Canela trincao por el morrillo, y... na, caballeros, que a los cinco minutos estaban los dos a bordo, el uno fumándose su pipa y el otro devolviéndole al puerto to el salitre que el hombre se había bebío.

- ¿Pero en qué queó lo de la custión? - preguntóle al Cantinero uno de aquellos proceres de voz ronca, rostro atezado y hercúlea contextura.

- ¿Que en qué queó? - repúsole aquel con aire satisfecho.

- Pos queó en lo que debía quear, en una cosa más reonda que una piña; queó en que el Adolfo, asín que se hubo secao y vestío, se fue pa el otro y le dijo que él se venía pa tierra y que en tierra lo esperaba pa darle remate al negocio que dambos tenían entre manos; y en que el de la Canela, se alevantó al oírlo, se fue pa él, lo miró con cara de niño llorón, le echó los brazos al cuello, pegó su cara contra la cara del otro, y que no sean menos de quince las puñalás que me den si no fueron dos los besos que le soltó al Adolfo el de la Canela en mitá de los carrillos.

Y un prolongado murmullo de aprobación brotó de aquellos pechos varoniles, celebrando todos al unísono aquellos besos conque hubieron de poner fin a sus malas intenciones dos de los más famosos, de los más duros de roer y de los de más tronío de los hombres de mi tierra.

 

BIBLIOGRAFIA:

Cuento: De mar y tierra. Autor: Arturo Reyes. Libro: De Andalucía. Cuentos. Pags: 23 – 36. Editado por R. Velasco, imp. 1910.

Si queréis seguir a mi sobrino Arturo y sus experiencias en el mar pescando, aquí tenéis la información:

Cuenta de Instagram: extrechoextremo.

Facebook: Arturo Reyes.