Mi vida desde pequeña siempre ha estado muy ligada al mar, pues tuve la gran suerte de ser una vecina cercana a este inmenso espacio que tantas aventuras y diversiones me procuró durante mi infancia y juventud.
Asimismo también la pesca ha sido una afición que ha sido practicada en mi familia a lo largo de varias generaciones.
A mi padre le encantaba pescar, y recuerdo como cuando se tomaba sus vacaciones estivales, solía salir casi todas las tardes después de comer, en su pequeña barquita de madera celeste y con sus chambeles, retornando a su destino, nuestra casa, cuando la noche caía.
Éramos pequeños y la familia esperaba impaciente y con los brazos abiertos su retorno.
En primer lugar porque a menudo se les rompía el pequeño motor, y tenían que volver varios kilómetros a remo, con la consiguiente preocupación de mi madre cuando anochecía y no estaban de vuelta, y en segundo lugar porque solían venir cargados de besugos, voraces, pargos, arañas, etc. que nos mostraban con toda su alegría y satisfacción. Por la noche recuerdo las veladas todos alrededor de la mesa felices y hambrientos, esperando a que mi madre terminara de hornear los besugos. Verdaderas delicias que mi paladar nunca olvidará.
Mis hermanos fueron desde pequeños verdaderos aficionados a bucear, coger pulpos y casi siempre alguno de ellos también solía acompañar a mi padre a pescar. A ellos también se unía mi querido tío Adolfo, y cuando me dejaban yo también me incluía en el pack.
Esta afición a la pesca fue pasando de padres a hijos, y entre mis hermanos, el mayor, Juan Carlos, también ha sido desde siempre el más apasionado en la práctica de este deporte. En segundo lugar mi hermano Arturo y el más pequeño, Dolfi, siempre se mareaba, por lo que no podía disfrutar de estas bonitas experiencias.
La tercera generación, mis sobrinos Juanillo, Luis y Arturo, también han heredado esa afición a la pesca, disfrutando de vez en cuando en familia de días de ocio en alta mar.
En esta nueva generación, ha destacado por su amor a esta afición mi sobrino Arturo, de 33 años, que lleva practicado este deporte desde muy pequeño. Comenzó cogiendo pulpos con cinco o seis años, y en la actualidad se aventura en las profundidades para capturar piezas de gran tamaño entre las costas de Cádiz y Málaga.
A mi sobrino Arturo le apasiona salir con su zodiac, y con su pequeña pero flexible caña de pesca Falkor, con la que atrapa enormes pargos, meros, dentones, corvinas, samas, gallinetas, etc. Parece increíble que pueda coger esas enormes piezas, a veces casi tan grandes como él.
Una similitud con el libro “El viejo y el mar”, de Hemingway, en el que la lucha entre el hombre y la naturaleza es constante pero el ser humano con su constancia, perseverancia y tenacidad sumado a las herramientas con las que cuentan: cañas de última generación, radares, cebos, etc., son capaces en última instancia de ganarle la batalla al mar.
Hace varios años y viendo su afición por la pesca en alta mar, le sugerí a mi sobrino que podría dedicarse a enseñar a los amantes de la pesca con caña, sus técnicas, sus trucos, así como los lugares interesantes donde podrían capturar sus preciados trofeos. Y a fecha de hoy ya ha conseguido su carnet de monitor y está cumpliendo uno de sus deseos: organizar clases de pesca en alta mar. Me alegro muchísimo por él, y espero poder disfrutar de una día de pesca iniciándome en esta aventura marítima.
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afición:
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Y hoy me acerco al pasado y al presente, y mis recuerdos se dirigen hacia mi padre, mis hermanos, mis sobrinos Juanillo y Luis, mi sobrino Arturo, mi tío Adolfo, todos ellos grandes amantes del mar.
Y no puedo dejar de hablaros de mi sobrino nieto, Arturito Jr., que con solo 6 años de edad, e integrante de la cuarta generación familiar, ya sabe pescar, conoce casi todas las especies de peces, y al que su padre le ha inculcado también ese amor y pasión por la pesca y el mar.
¡Abuelo, hijos, nietos y bisnieto, toda una saga de pescadores!
A todos ellos, y en especial a mi querido padre, les dedico hoy este cuento que escribió mi bisabuelo Arturo y que espero sea de vuestro agrado.
DE MAR Y TIERRA
A ver, tú, Cantinero,
a ver si les das un achuchón a esos bigardones, antes de que se nos
venga encima el Levante.
Y en tanto dirigíase aquel
a dar cumplimiento a la orden recibida, se sentó Adolfo sobre un rollo de
cuerdas embreadas, rellenó la pipa con un puñado de legítimo calpense,
la encendió, y tras devolver por boca y nariz densas espirales de humo, quedóse
como sumergido en graves y hondas meditaciones, mirando sin ver las gentes que
bullían alrededor de las abiertas escotillas y sin que lograran sacarlo de su
ensimismamiento el enérgico vocear de los capataces, los quejumbrosos silbidos
de la máquina, el áspero rechinar de las cadenas, el batir de los remos y los
cien brutales vocablos y las cien frases ingeniosas conque amenizaban
todos o casi todos la abrumadora faena.
Descendió ágil y rápido
el Cantinero por la renegrida escala, y ya en la bodega exclamó
encarándose bruscamente con los hombres de la cuadrilla:
—Vamos a ver si tenemos
una miajita de algo y otra miajita de güena voluntá; una miajita de cá cosa,
caballeros.
—Si te creerás tú que
embotellar estos bombones - repúsole Pepe el Maroma al par que ponía en
tensión sus poderosos músculos, metiéndole el hombro a uno de los
enormes fardos, -es lo mismo que bordar en muselina.
—¡Como que va a ser
menester que le diga al mayordomo que te mande un caldisopa o dos onzas de
bizcochos mostachones
—¿Mosta... qué?
—Mostatiros que sus
peguen por malitos que seis!
—Y seis catorce!—exclamó
en tono de zumba Paco el de la Malagueta.
Le miró al soslayo el Cantinero,
y cogiendo de nuevo la escala se dirigió hacia donde el capataz seguía triste y
meditabundo, y díjole al llegar junto a él, al par que le colocaba sobre un
hombro la encallecida mano.
-¡Pero es que no se puée
saber lo que a ti te pasa hoy, que parece que te has alevantao con cólico
miserere!
-¡Con ganas de mentarle a
alguien la familia es como yo me alevanté esta mañana! - repúsole Adolfo
bruscamente.
- Algo y más que algo
apostaría yo a que tó eso es por mó de alguien que se parece mucho al Niño
de la Canela.
- ¡Se le parecerá si tú
lo dices!
- Vaya, y si no, dime,
¿por qué ese gachó no ha venío a trabajar hoy con nosotros?
- ¡Pos no ha venío,
porque con salú que Dios me dé, ese gachó no trabajará con nosotros, tan
y mientras a mí el cuerpo me jaga sombra!
- ¡Ves tú, lo que yo me
temía, lo que tenía que pasar tarde o trempano!
- ¿Y por qué tenía que
pasar tarde o trempano; vamos a ver, por qué tenía que pasar? - y esto lo preguntó Adolfo con voz sorda y mirando en casi amenazadora
actitud el Cantinero.
- Toma -repúsole este,
encogiéndose de hombros,—porque sí, porque no hay bien ni mal que cien años
dure; porque tos nos sabíamos de memoria que el Niño andaba chambeleando
en tu badía; ¡ganas de malgastar tiempo y chambeles!, eso ya lo sabíamos tos
también, pero es que cuando los hombres perdemos el pesqui se mos empaña
la pupila y, en fin, ná, que se emperró en buscarse una cosita guasona, y que se la ha jallao, y ahora se enterará el gachó
de lo que es ver encender los faroles sin un chusco en la
faltriquera y sin tener con qué llevarle alpiste a los gurripatos; ahora se
enterará, porque lo que es el Chinorrel, ni el Jureles, ni el Pollo
de los Besugos, ninguno de esos tres gachones
es capaz de meterlo en su cuadrilla, como no sea embalsamao.
- ¡Pos él lo ha querío;
asín es que con su pan se lo coma!; yo he tenío pa con él más pasencia y más
galga y más anclaje que nadie en el mundo; yo sabía jace ya mucho tiempo que
ese mal falucho le había puesto la proa a mi bergatín goleta; yo lo sabía mu bien,
pero como yo sé que la mía no es de las que se pican el embrague, y como además
el gachó se contentaba cuando se trompezaba con ella con alargar el moco
y agüecar la pluma, pos yo me venía jaciendo el lipendi; pero ayer se olvió
ese mal barquito desarbolao del respeto que se les debe a los hombres y a las
jembras de los hombres que son nuestros amigos, y se fue de un ancla y en
comenzó a garrear y... na, que yo me
enteré y que no pasó naíta porque la Virgen del Carmen se empeñó en que no
pasara.
- Pero, ¿quién fue el
malita hora que te dio a ti la noticia?
- ¡Quién había de ser!
Uno que daría un ojo de la cara por verme con el otro camino del Batatar
en uno de !a tertulia; Joseíto el Calabrote!
- Tenía que ser él; si lo
parió su madre pa malo y malo tié que ser jasta que arríe la bandera.
—Pos bien, como tú
comprenderás, en cuantito me lo dijo, se me acabó la pacencia y me fui en busca
del Niño y no lo encontré; y como no lo encontré, se me fue refrescando
la sangre; y na, que me he contentao con mandarle a decir con el mismo que me
trujo er paquete, que es correo seguro, que no se ponga más elante e mi presona
si es que no quiee que le dé más puñalás que dan las costas coquinas.
-Pero es que el de la
Canela no es hombre capaz de aguantar esa clase de recaos -murmuró
sordamente el Cantinero.
- Eso creo yo también, y
me alegraría que no lo aguantara; me alegraría de que viniera a buscarme, que
no te puees tú figurar las ganitas que tengo yo ya de enterarme de una vez de
si pisa u no pisa ese gachó tanto como cacarea.
Y al decir esto se
incorporó lentamente el capataz y se dirigió hacia la escotilla para ver qué
tal se ganaban el salario los que comían de su pan con el sudor de su frente.
II
Era ya anochecido, cuando
penetró lenta y gallardamente el Cantinero en la taberna de Cloto,
lugar preferido per las gentes de mar y tierra para matar en él el
gusanillo, ahogar en vino las desazones de la vida, prepararse para llevar a
cabo alguna de sus frecuentes hombradas o para jugarse tranquilamente al tute ó
al dominó cuatro chatos de solera o cuatro cortadillos del de
Jubrique o del de Farajan o del de Cazalla de la Sierra.
-Aquí está ya el Cantinero
-gritó al ver penetrar a este en la taberna el Pollo Cacaratusa.
- Pos llega, chavó,
que ni llamao por telégrafo -exclamó el Sardinita - porque él sabrá la chipé
de lo que ha pasao a bordo entre el capataz y el Niño de la Canela.
- Vaya si lo sé -exclamó
el Cantinero apoyando un codo en el mostrador y echándose el sombrero
hacia atrás: -¡como que lo he visto con estos mis ojos que, según dice mi chata,
son dos estrellas polares!
- Vamos a ver si te dejas
de pamplinas y nos cuentas lo que pasó a bordo entre dambos acorazaos; ya to
sabemos lo que pasó ayer y que hoy el de la Canela se fue pa a bordo en
busca del que te tiée a ti metió en un puño - exclamó en tono de broma otro de
los concurrentes.
- Pos bien; dijo con
acento reposado el Cantinero; lo que pasó a bordo fue que llegó el Niño
y que, como Dios le dió a entender, porque ya la marejá le venía larga a cualisquiera,
saltó sobre cubierta y se fue pa el Adolfo y lo miró como si fuera a
retratarlo, y asín que se jartó bien de estudiarle el perfil, le dijo que él no
iba allí na más que pa decirle que tenía pa él dos copas y dos botellas y dos
garrafones y dos puñalás en la ingle o en el sitio y lugar que más fueren de su
gusto.
Naturalmente Adolfo no se
puso ni amarillo ni colorao, y le contestó que se viniera pa tierra, que él, en
cuantito arrematara, se vendría pa el muelle en busca de su presona.
El de la Canela no
dijo ni pío y se fue pa la escala y llamó al del bote, pero aquello de tomar
el bote no estaba mu mollar que digamos, y tan no estaba mu mollar, que cuando
el Joseíto quiso saltar a él, llegó una ola, se le resfalaron los pinreles
al mozo en las chumaceras, y pataplún, hombre al agua.
Como es natural, al verlo
caer se armó a bordo el jollín número uno, y este corre pa acá y el otro
corre pa allá, y uno tira al agua un cabo y otro tira un salvavía y otro lo
primerito que coge, y tan y mientras, el de la Canela, que había vuelto a
sacar la coronilla, volvió a hundirse como si tuviera plomo en los brodequines;
y cuando más atosigaos estábamos tos y ya estábamos recetándole los lutos a la
familia del Niño, Adolfo, que tan y mientras se había quedao cuasi con
el mismo terno de cordobán conque su madre lo echó al mundo, se abre paso a
rempujones, salta a la borda, se quea mirando la mar, como si quisiera dragar
el puerto con la pupila, y de pronto pum, al agua de cabeza! y... vamos,
caballeros, ¡que me río yo de los delfines y de los atunes y de los peces
espadas!
- ¡Como que nada el gachó
más y mejor que una liza!—exclamó con entusiástica entonación el Jureles.
- ¡Que si nada! Camará si
nada el gachó! Pos bien, como sus diba diciendo, se tira a la mar de cabeza el
Adolfo, se hunde, saca a poquito la gaita, toma resuello pa una quincena, se
vuelve a hundir, y cuando ya estábamos tos con el corazón encogío y pensando
que dambos se habían dio en busca de los del Reina Regente, vimos salir
otra vez a cien brazas lo menos al capataz con el de la Canela trincao
por el morrillo, y... na, caballeros, que a los cinco minutos estaban los dos a
bordo, el uno fumándose su pipa y el otro devolviéndole al puerto to el salitre
que el hombre se había bebío.
- ¿Pero en qué queó lo de
la custión? - preguntóle al Cantinero uno de aquellos proceres de voz
ronca, rostro atezado y hercúlea contextura.
- ¿Que en qué queó? - repúsole
aquel con aire satisfecho.
- Pos queó en lo que
debía quear, en una cosa más reonda que una piña; queó en que el Adolfo, asín
que se hubo secao y vestío, se fue pa el otro y le dijo que él se venía pa
tierra y que en tierra lo esperaba pa darle remate al negocio que dambos tenían
entre manos; y en que el de la Canela, se alevantó al oírlo, se fue pa
él, lo miró con cara de niño llorón, le echó los brazos al cuello, pegó su cara
contra la cara del otro, y que no sean menos de quince las puñalás que me den
si no fueron dos los besos que le soltó al Adolfo el de la Canela en
mitá de los carrillos.
Y un prolongado murmullo
de aprobación brotó de aquellos pechos varoniles, celebrando todos al unísono
aquellos besos conque hubieron de poner fin a sus malas intenciones dos de los
más famosos, de los más duros de roer y de los de más tronío de los
hombres de mi tierra.
BIBLIOGRAFIA:
Cuento: De mar y tierra. Autor: Arturo Reyes. Libro: De Andalucía. Cuentos. Pags: 23 – 36. Editado por R. Velasco, imp. 1910.
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