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lunes, 24 de enero de 2022

HOMENAJE A D. PEDRO CANTALEJO. POESÍA "UNA HISTORIA VULGAR".

Quiero dedicar este relato poético a D. Pedro Cantalejo, un malagueño que nació en Casabermeja, y se crio en el barrio de la Trinidad. Trabajó desde muy joven en una fábrica de cervezas que D. Luis Franquelo y su esposa, abrieron en el Perchel, donde se producía la famosa cerveza Victoria, “malagueña y exquisita”.


D. Pedro se granjeó la amistad y la confianza de su jefe, quien me imagino que se sentiría muy satisfecho con su empleado, pues además de ser una excelente persona, era un trabajador inagotable, que se especializó en el trabajo con el acero, convirtiéndose en todo un experto.


D. Pedro era muy aficionado a la pintura, y tras su fallecimiento, dejó como legado a su familia, numerosos cuadros con temáticas muy variadas.

 

Su nuera, Toñi, una conocida bloguera culinaria malagueña, con la que me une una relación de amistad muy hermosa, quiso que una de las obras de su suegro, colgara de las paredes de nuestra casa, y nos regaló un precioso cuadro con un tema muy marinero, “muy paleño”, "como ella y mi marido", una obra que siempre nos acompañará, y para la cual he creído oportuno, dedicarle una poesía que escribió mi bisabuelo Arturo, y que fue publicada en su primer libro de poesías, Ráfagas, editada en 1898.

 

Quiero agradecerle a Toñi y a su marido, Pedro, el precioso regalo que nos hicieron, y que tanta ilusión nos hizo. Y como las promesas hay que cumplirlas aunque vengan con retraso, hoy queremos unir a dos personas que vivieron en épocas diferentes pero que probablemente se hubieran conocido en el barrio de la Trinidad, si hubieran sido coetáneos.

 

Y también quiero darle las gracias a Antonio Rubio, porque a él le pedí que me hiciera llegar el cuadro, y dicho y hecho, Y a pesar de las circunstancias, me lo entregó una bonita tarde del pasado mes de agosto.




 A todos ellos le dedicamos esta historia que aunque mi familiar le adjudicara el calificativo de “vulgar”, a mi modesto entender, es el relato de una historia sorprendente cargada de sentimientos y emociones.

 

 UNA HISTORIA VULGAR

 

                I


En un lecho de piedra

que el mar perenne baña,

aún se eleva una mísera cabaña

que empavesa la yedra

escalando sus muros grieteados

y cubriendo sus negras hendiduras

con sus verdes encajes, que agitados

por el viento parecen

fatídicos espectros que retuercen

contra el muro sus cuerpos enlutados.

 

Semejan los contornos un desierto;

todo parece yerto

en todo aquello que la vista alcanza;

no se ve ni una flor sobre la tierra

desde el mar a la sierra,

que levanta su mole en lontananza,

desgarrando el dosel del infinito

con su inmensa corona de granito.

 

A los pies de la choza el mar se agita,

ora ruge y palpita

levantando en montañas su oleaje,

ora entona sentidas barcarolas

y dibuja en sus playas con sus olas

randas divinas de armiñado encaje.

 

Allí la vida es triste y silenciosa,

todo duerme y reposa

en torno a la cabaña de mi cuento,

menos el pobre pescador anciano

que habita la cabaña, un veterano

de la playa, que aún gana su sustento

luchando con las olas, mano a mano.

 

En su frente cansada

grabó la ancianidad su augusto sello,

blanqueó su cabello

y llenó de nostalgia su mirada;

pero aún queda a su cuerpo enflaquecido

algo de lo que ha sido,

un resto de valor y de energía,

aún maneja los remos fácilmente,

aún tira de la red con valentía,

y con la pesca que recoge al día

se marcha alegremente

a venderla en el pueblo más vecino,

que dista de la choza gran tirada,

y termina el anciano su jornada

sin descansar jamás en el camino.

 

                  II

El ventero del pueblo que era un santo,

que siempre estaba al tanto

de la vida de todos, cierto día

en que le preguntara por el viejo,

frunciendo el entrecejo

me dijo con humilde cortesía.

¡El viejo de la choza!, ¡buen sujeto!

Si yo no fuera como soy discreto

y poco mal pensado,

le diría que imagino

que ese viejo marino

ha de ser un bandido disfrazado.

 

Entré en curiosidad y una mañana,

al despuntar el día,

salí con dirección a la lejana

choza del pescador, cosa que puso

con semblante mohíno al posadero,

que como santo al fin, el tal supuso

que pudiera robarme el viejo intruso

el reloj, las sortijas y el dinero.

 

En dos horas me puse en la cabaña,

llegué con ansia extraña

hasta el mismo dintel, sobre una roca

estaba el pobre pescador sentado

componiendo su red tranquilamente.

Se alzó al verme llegar, hasta su lado,

y con aire cortado

contestó a mi saludo humildemente.

 

Alegando cansancio, sobre el suelo

me senté, para darle compañía,

y a la hora el abuelo

conmigo compartía

de la pesca y la mar que bramadora

en las áridas calas embestía,

yo aprendí en aquel día

todo un curso de pesca en una hora.

 

              III

Tras dos semanas de amistoso trato

rompió su hondo recato,

y una mañana me contó su historia

reclinados los dos sobre la arena;

aún me parece que su voz resuena

como un seco estallido en mi memoria.

 

No sé dónde nací, me dijo el viejo,

solo recuerdo bien que a los diez años

era solo en el mundo y que vivía

del pescado del copo que caía

al salir de la mar sobre la playa,

a costa del furor de los patrones

que en muchas ocasiones

azotaron mi cuerpo con la tralla.

Vendía el pescado por cualquier cosa,

dormía en el verano

en la playa arenosa,

escuchando el rumor del océano

que entonaba su eterna cantinela,

y en el invierno tiritando y yerto,

buscaba un dormitorio más cubierto,

en las barcas varadas en la arena.

 

Así pasó mi infancia y llegué a hombre,

a esa edad en que el niño se agiganta

y en que afanoso la cerviz levanta

para ver su mañana tan soñado.

Yo vi un mundo de luz y en este mundo,

miré un surco profundo

de sombras tristes por doquier poblado.

 

Una vez al cruzar por un paseo,

miré a un viejo llorar amargamente,

estrechaba su mano fuertemente

la mano de un rapaz flacucho y feo.

Lloraba de dolor y de coraje

porque al ir a pedir una limosna

a un caballero de flamante traje,

con esa impertinencia

que engendra la vejez y la indigencia,

tanto llegó a cansarle con su duelo

que aquel le dio villano

un violento empujón al pobre anciano

que al rodar por el suelo,

contra las piedras se partió una mano.

 

Ardí en indignación y en rabia loca

y su conducta reproché iracundo,

con desprecio profundo

me miró él y al entreabrir la boca

un torrente de ultrajes brotó de ella.

No sé qué pasó en mí en aquel instante,

yo nunca me he sentido tan gigante

como la noche aquella

en que loco, o quijote, o justiciero

por vengarme y vengar al pobre anciano

puse mi ruda mano

en el rostro de aquel mal caballero.

 

Fui llevado a la cárcel, donde estuve

hasta cumplir la pena que en castigo

de mi horrible atentado

me impuso el noble juez, todo indignado,

porque aquel caballero era su amigo.

También hubo un testigo

que juró y perjuró, noble y sincero,

que yo herí por robar al caballero,

y aquel que tal jurara, fue el mendigo.

 

Desde allí fui a servir como soldado

y al salir del cuartel, ya licenciado,

llevaba como mi único tesoro,

un balazo ganado

luchando por mi patria allá en el moro.

 

Después volví a la playa, donde un día

viviera del pescado que caía

de la red, al salir sobre la playa.

Yo le juro, señor, que ni un momento

turbé el dulce contento

de los chicos del copo con mi tralla.

 

Era todo mi afán, vivir honrado,

ganar algún dinero

para comprar un bote, que velero

arrastrara la red con el pescado,

y feliz y tranquilo,

escoger en el gremio compañera,

que por siempre conmigo compartiera

la choza que soñaba como asilo.

 

        IV

Permita V., me dijo el solitario

pescador, con voz ruda,

que descanse un momento solamente,

pues ya llego al final de mi calvario;

y encendiendo su pipa lentamente

con aire triste y con cuidado sumo,

miró algunos segundos fijamente

perderse entre las tinieblas del ambiente

los mil espectros que fingiera el humo.

 

Así siguió su comenzada historia:

-Hay un mundo de gloria,

y un mundo de dolor y de fatiga

en esta etapa que a contarle voy;

le juro por quien soy

que será la verdad lo que le diga.

 

Conocí a una mujer en mala hora,

yo no sé si era hermosa, más lo cierto

es que yo la adoré, como se adora

la vida, si en la barca pescadora

nos coge el temporal, lejos del puerto.

 

La amé mucho, señor, la amé ferviente

y un día, enamorado y sonriente,

la llevé hasta el altar de la abadía,

¡qué instante más hermoso aquel instante

en que lleno de afán y delirante,

besé aquella mujer que ya era mía!

 

Algún tiempo pasó, y una mañana

en que salí a la mar, rugió tan fuerte

el rudo temporal, que fuera vana

empresa echar la red, y a la cercana

costa viramos, por mi triste suerte,

luchando con las ondas que a los cielos

lanzaban sus espumas,

casi perdidos en las blancas brumas

que esparcían doquier sus densos velos.

 

A la playa arribamos felizmente,

yo llegué hasta mi choza, estaba abierta,

y al empujar la puerta,

algo terrible me azotó la frente.

En brazos de mi hembra tan querida

miré a otro hombre a quien llamé mi amigo. 

 

Yo mismo les impuse su castigo,

fui alevoso y cruel, fui parricida,

porque con hondas sañas,

o bien loco o quijote o justiciero,

hundí mi fuerte acero,

sin pensar que lo hundía, en sus entrañas

 

Confesé mis delitos y mis jueces

más buenos que otras veces

me impusieron cadena por diez años.

No fui como en antaños,

me cansé de ser bueno, por fortuna,

y en verdad, le confieso,

que no hubo en el penal ningún exceso

en que yo no tomara parte alguna;

y fui tahúr y jugador y el día

que cumplí mi condena ya tenía

en mi cinto algún oro amontonado,

fortuna que jamás había logrado

cuando homenaje a la virtud rendía.

 

Compré ese pobre bote y estas redes,

y labré esta cabaña donde miro

deslizarse el final de mi existencia.

-No le grita, le dije, su conciencia?

Me miró tristemente, dio un suspiro

que pareció aliviarle de un gran peso,

y sin mostrar por mi pregunta enojos.

-Yo no sé lo que es eso

y soy feliz, me respondió el anciano,

secando con el dorso de su mano

el llanto que brotaba de sus ojos.

 

   ARTURO REYES

 

BIBLIOGRAFÍA:

- "Una historia vulgar". Libro Ráfagas. Poesías de Arturo

Reyes Aguilar. Málaga, Imprenta de Manuel Cerbán. Baños

de las Delicias. 1889. Pags. 57 – 70.

 

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3 comentarios:

  1. Cómo darte las gracias? No hay palabras, lo que sentimos Pedro y yo en el corazón no lo puedo transmitir en éstos momentos. Un honor para mi suegro, estoy totalmente segurisima, que una de sus obras estén en tu poder y en ése archivo tan especial de tu bisabuelo y tu abuelo...que tu con tanto arte publicas. Gracias, gracias, gracias....por todo, pero ante todo por tu amistad, cariño y presentarme a D. Arturo y su hijo......

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  2. Querida Toñi: Las gracias os las tengo que dar yo a vosotros. Y a ti porque siempre me has acompañado y apoyado en este camino que un día decidí descubrir y que es un rincón donde me siento libre y muy a gusto. Tú me has ayudado mucho aunque no lo creas. Un fuerte abrazo y mil gracias.

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