Quiero dedicar este relato poético a D. Pedro Cantalejo, un malagueño que nació en Casabermeja, y se crio en el barrio de la Trinidad. Trabajó desde muy joven en una fábrica de cervezas que D. Luis Franquelo y su esposa, abrieron en el Perchel, donde se producía la famosa cerveza Victoria, “malagueña y exquisita”.
D. Pedro se granjeó la amistad y la confianza de su jefe, quien me imagino que se sentiría muy satisfecho con su empleado, pues además de ser una excelente persona, era un trabajador inagotable, que se especializó en el trabajo con el acero, convirtiéndose en todo un experto.
D. Pedro era muy aficionado a la pintura, y tras su fallecimiento, dejó como legado a su familia, numerosos cuadros con temáticas muy variadas.
Su nuera, Toñi, una conocida
bloguera culinaria malagueña, con la que me une una relación de amistad muy hermosa,
quiso que una de las obras de su suegro, colgara de las paredes de nuestra
casa, y nos regaló un precioso cuadro con un tema muy marinero, “muy paleño”, "como ella y mi marido", una obra que siempre nos acompañará, y para la cual he creído
oportuno, dedicarle una poesía que escribió mi bisabuelo Arturo, y que fue publicada
en su primer libro de poesías, Ráfagas, editada en 1898.
Quiero agradecerle a Toñi y a su
marido, Pedro, el precioso regalo que nos hicieron, y que tanta ilusión nos
hizo. Y como las promesas hay que cumplirlas aunque vengan con retraso, hoy
queremos unir a dos personas que vivieron en épocas diferentes pero que
probablemente se hubieran conocido en el barrio de la Trinidad, si hubieran
sido coetáneos.
Y también quiero darle las
gracias a Antonio Rubio, porque a él le pedí que me hiciera llegar el cuadro, y
dicho y hecho, Y a pesar de las circunstancias, me lo entregó una bonita tarde
del pasado mes de agosto.
UNA HISTORIA VULGAR
I
En un lecho de piedra
que el mar perenne baña,
aún se eleva una mísera cabaña
que empavesa la yedra
escalando sus muros grieteados
y cubriendo sus negras hendiduras
con sus verdes encajes, que agitados
por el viento parecen
fatídicos espectros que retuercen
contra el muro sus cuerpos enlutados.
Semejan los contornos un desierto;
todo parece yerto
en todo aquello que la vista alcanza;
no se ve ni una flor sobre la tierra
desde el mar a la sierra,
que levanta su mole en
lontananza,
desgarrando el dosel del infinito
con su inmensa corona de granito.
A los pies de la choza el mar se
agita,
ora ruge y palpita
levantando en montañas su oleaje,
ora entona sentidas barcarolas
y dibuja en sus playas con sus olas
randas divinas de armiñado
encaje.
Allí la vida es triste y
silenciosa,
todo duerme y reposa
en torno a la cabaña de mi
cuento,
menos el pobre pescador anciano
que habita la cabaña, un veterano
de la playa, que aún gana su
sustento
luchando con las olas, mano a
mano.
En su frente cansada
grabó la ancianidad su augusto
sello,
blanqueó su cabello
y llenó de nostalgia su mirada;
pero aún queda a su cuerpo
enflaquecido
algo de lo que ha sido,
un resto de valor y de energía,
aún maneja los remos fácilmente,
aún tira de la red con valentía,
y con la pesca que recoge al día
se marcha alegremente
a venderla en el pueblo más vecino,
que dista de la choza gran tirada,
y termina el anciano su jornada
sin descansar jamás en el camino.
II
El ventero del pueblo que era un
santo,
que siempre estaba al tanto
de la vida de todos, cierto día
en que le preguntara por el
viejo,
frunciendo el entrecejo
me dijo con humilde cortesía.
¡El viejo de la choza!, ¡buen
sujeto!
Si yo no fuera como soy discreto
y poco mal pensado,
le diría que imagino
que ese viejo marino
ha de ser un bandido disfrazado.
Entré en curiosidad y una mañana,
al despuntar el día,
salí con dirección a la lejana
choza del pescador, cosa que puso
con semblante mohíno al posadero,
que como santo al fin, el tal
supuso
que pudiera robarme el viejo
intruso
el reloj, las sortijas y el
dinero.
En dos horas me puse en la
cabaña,
llegué con ansia extraña
hasta el mismo dintel, sobre una
roca
estaba el pobre pescador sentado
componiendo su red tranquilamente.
Se alzó al verme llegar, hasta su
lado,
y con aire cortado
contestó a mi saludo
humildemente.
Alegando cansancio, sobre el
suelo
me senté, para darle compañía,
y a la hora el abuelo
conmigo compartía
de la pesca y la mar que
bramadora
en las áridas calas embestía,
yo aprendí en aquel día
todo un curso de pesca en una
hora.
III
Tras dos semanas de amistoso
trato
rompió su hondo recato,
y una mañana me contó su historia
reclinados los dos sobre la
arena;
aún me parece que su voz resuena
como un seco estallido en mi
memoria.
No sé dónde nací, me dijo el
viejo,
solo recuerdo bien que a los diez
años
era solo en el mundo y que vivía
del pescado del copo que caía
al salir de la mar sobre la
playa,
a costa del furor de los patrones
que en muchas ocasiones
azotaron mi cuerpo con la tralla.
Vendía el pescado por cualquier
cosa,
dormía en el verano
en la playa arenosa,
escuchando el rumor del océano
que entonaba su eterna cantinela,
y en el invierno tiritando y
yerto,
buscaba un dormitorio más
cubierto,
en las barcas varadas en la
arena.
Así pasó mi infancia y llegué a
hombre,
a esa edad en que el niño se
agiganta
y en que afanoso la cerviz
levanta
para ver su mañana tan soñado.
Yo vi un mundo de luz y en este
mundo,
miré un surco profundo
de sombras tristes por doquier
poblado.
Una vez al cruzar por un paseo,
miré a un viejo llorar
amargamente,
estrechaba su mano fuertemente
la mano de un rapaz flacucho y
feo.
Lloraba de dolor y de coraje
porque al ir a pedir una limosna
a un caballero de flamante traje,
con esa impertinencia
que engendra la vejez y la
indigencia,
tanto llegó a cansarle con su
duelo
que aquel le dio villano
un violento empujón al pobre
anciano
que al rodar por el suelo,
contra las piedras se partió una
mano.
Ardí en indignación y en rabia
loca
y su conducta reproché iracundo,
con desprecio profundo
me miró él y al entreabrir la
boca
un torrente de ultrajes brotó de
ella.
No sé qué pasó en mí en aquel
instante,
yo nunca me he sentido tan
gigante
como la noche aquella
en que loco, o quijote, o
justiciero
por vengarme y vengar al pobre
anciano
puse mi ruda mano
en el rostro de aquel mal
caballero.
Fui llevado a la cárcel, donde
estuve
hasta cumplir la pena que en
castigo
de mi horrible atentado
me impuso el noble juez, todo
indignado,
porque aquel caballero era su
amigo.
También hubo un testigo
que juró y perjuró, noble y
sincero,
que yo herí por robar al
caballero,
y aquel que tal jurara, fue el
mendigo.
Desde allí fui a servir como
soldado
y al salir del cuartel, ya
licenciado,
llevaba como mi único tesoro,
un balazo ganado
luchando por mi patria allá en el
moro.
Después volví a la playa, donde
un día
viviera del pescado que caía
de la red, al salir sobre la
playa.
Yo le juro, señor, que ni un momento
turbé el dulce contento
de los chicos del copo con mi
tralla.
Era todo mi afán, vivir honrado,
ganar algún dinero
para comprar un bote, que velero
arrastrara la red con el pescado,
y feliz y tranquilo,
escoger en el gremio compañera,
que por siempre conmigo
compartiera
la choza que soñaba como asilo.
IV
Permita V., me dijo el solitario
pescador, con voz ruda,
que descanse un momento
solamente,
pues ya llego al final de mi
calvario;
y encendiendo su pipa lentamente
con aire triste y con cuidado
sumo,
miró algunos segundos fijamente
perderse entre las tinieblas del
ambiente
los mil espectros que fingiera el
humo.
Así siguió su comenzada historia:
-Hay un mundo de gloria,
y un mundo de dolor y de fatiga
en esta etapa que a contarle voy;
le juro por quien soy
que será la verdad lo que le diga.
Conocí a una mujer en mala hora,
yo no sé si era hermosa, más lo
cierto
es que yo la adoré, como se adora
la vida, si en la barca pescadora
nos coge el temporal, lejos del
puerto.
La amé mucho, señor, la amé ferviente
y un día, enamorado y sonriente,
la llevé hasta el altar de la abadía,
¡qué instante más hermoso aquel instante
en que lleno de afán y delirante,
besé aquella mujer que ya era mía!
Algún tiempo pasó, y una mañana
en que salí a la mar, rugió tan
fuerte
el rudo temporal, que fuera vana
empresa echar la red, y a la cercana
costa viramos, por mi triste
suerte,
luchando con las ondas que a los
cielos
lanzaban sus espumas,
casi perdidos en las blancas
brumas
que esparcían doquier sus densos
velos.
A la playa arribamos felizmente,
yo llegué hasta mi choza, estaba
abierta,
y al empujar la puerta,
algo terrible me azotó la frente.
En brazos de mi hembra tan
querida
miré a otro hombre a quien llamé
mi amigo.
Yo mismo les impuse su castigo,
fui alevoso y cruel, fui
parricida,
porque con hondas sañas,
o bien loco o quijote o
justiciero,
hundí mi fuerte acero,
sin pensar que lo hundía, en sus
entrañas
Confesé mis delitos y mis jueces
más buenos que otras veces
me impusieron cadena por diez años.
No fui como en antaños,
me cansé de ser bueno, por
fortuna,
y en verdad, le confieso,
que no hubo en el penal ningún
exceso
en que yo no tomara parte alguna;
y fui tahúr y jugador y el día
que cumplí mi condena ya tenía
en mi cinto algún oro amontonado,
fortuna que jamás había logrado
cuando homenaje a la virtud
rendía.
Compré ese pobre bote y estas
redes,
y labré esta cabaña donde miro
deslizarse el final de mi existencia.
-No le grita, le dije, su
conciencia?
Me miró tristemente, dio un
suspiro
que pareció aliviarle de un gran
peso,
y sin mostrar por mi pregunta
enojos.
-Yo no sé lo que es eso
y soy feliz, me respondió el
anciano,
secando con el dorso de su mano
el llanto que brotaba de sus
ojos.
ARTURO
REYES
BIBLIOGRAFÍA:
- "Una historia vulgar". Libro Ráfagas. Poesías de Arturo
Reyes Aguilar. Málaga, Imprenta de Manuel Cerbán. Baños
de las Delicias. 1889. Pags. 57 – 70.
ENLACE BLOG TOÑI MI COCINA:
Cómo darte las gracias? No hay palabras, lo que sentimos Pedro y yo en el corazón no lo puedo transmitir en éstos momentos. Un honor para mi suegro, estoy totalmente segurisima, que una de sus obras estén en tu poder y en ése archivo tan especial de tu bisabuelo y tu abuelo...que tu con tanto arte publicas. Gracias, gracias, gracias....por todo, pero ante todo por tu amistad, cariño y presentarme a D. Arturo y su hijo......
ResponderEliminarQuerida Toñi: Las gracias os las tengo que dar yo a vosotros. Y a ti porque siempre me has acompañado y apoyado en este camino que un día decidí descubrir y que es un rincón donde me siento libre y muy a gusto. Tú me has ayudado mucho aunque no lo creas. Un fuerte abrazo y mil gracias.
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