Mi bisabuelo Arturo
cultivó la amistad como un pilar fundamental de su vida. Los que bien le
conocían, lo definían como un amigo incondicional, al que no le gustaban en
absoluto las habladurías ni las críticas negativas. Delante de él no se podían hacer
observaciones sobre los trabajos realizados por ninguno de sus amigos, y lo más
particular de todo es que los defendía, en algunos casos, sin haberse tomado el
trabajo de leer sus obras.
En esta época Málaga
brilla por su esplendor cultural. Una ciudad con muchas inquietudes
intelectuales, con un gran plantel de artistas que se reunían en cafés y
ventorrillos, verdaderos centros de la vida y social de aquel tiempo.
En estos
lugares se celebraban las famosas "tertulias”, reuniones espontáneas en las que,
en un ambiente distendido, un grupo de amigos y
colegas, en torno a una cerveza o un buen vino, podían compartir sus ideas, sus experiencias, sus deseos, sus
proyectos.
El estrecho vínculo que les unía, los hacía trabajar en equipo,
colaborar unos con otros, convirtiendo a nuestra ciudad, Málaga, en un importante referente
cultural en la España de finales del siglo XIX y principios del XX.
Nota: Portada del libro escrito por el ilustre historiador malagueño, D. Francisco Bejarano Robles, sobre los "antiguos cafés de Málaga ... y otros establecimientos". Editorial Sarriá. Málaga 2003.
De todo ello nos informa
como siempre, nuestro querido catedrático D. Cristóbal Cuevas:
“Este mismo incremento
de afecto le lleva por entonces a intensificar las relaciones con sus amigos,
en un ambiente cada vez más cariñoso y sereno.
Frecuentemente, se reúne
con los más íntimos, en su casa, o en los locales de la Academia y hablan
interminablemente de religión, arte, política, literatura, o de los nimios
acontecimientos del día.
“A la Academia –
recuerda Antonio de Nicolás- me llevó una noche [Narciso Díaz de Escovar] ya
bien mediado el otoño [de 1908], para presentarme al insigne Arturo, que allí
explicaba no recuerdo qué asignatura.
Concluidas las clases,
comenzó la acostumbrada tertulia, que se prolongó más de lo ordinario, y quedé
admiradísimo de su ardorosa sinceridad, de su modestia huraña, de su trabajosa
vida y sus esfuerzos de autodidacto, del respeto y agradecimiento extremados
con que pagaba el menor favor recibido, de su profundo amor a las cosas que
fueron, de su soñador e inexplicable optimismo y del fervoroso culto rendido a
su patria chica, en la que no quería ver ni pecados ni aun defectos. Su crítica
literaria fue demasiado benévola, y manifiesta su repugnancia a toda
murmuración.”
En otras ocasiones,
aunque cada vez con menos frecuencia, acudía a las reuniones de escritores y
artistas en cafés o ventorrillos, donde, tras escuchar a los contertulios y
razonar sus propias teorías, intentaba ponerse a tono apurando unos sorbos de
vino o un vaso de cerveza.
Así nos lo ha pintado un
periodista de la época: “Al rincón apacible acudía de tarde en tarde … el magno
poeta y novelista, que tiene dentro de sí, de su alma tímida y humilde, su
enemigo mayor. Arturo Reyes se sentaba en un extremo, hablaba nervioso y
rápido, con andalucismo simpático, apuraba el bock o la caña y tornaba
enseguida al sosegado retiro del hogar.”
Continuará…
BIBLIOGRAFÍA:
- “Arturo Reyes. Su vida
y su obra. Un enfoque humano del andalucismo literario”. Cuevas García,
Cristóbal. Editado por la Caja de Ahorros Provincial de Málaga. Obra Cultural.
C. S. I. C. 1974.
- Archivo familiar Reyes
(ART).
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