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Archivo Arturo y Adolfo Reyes Escritores de Málaga por Mª José Reyes Sánchez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

domingo, 17 de marzo de 2019

CUENTO "ALMAS HONRADAS". AUTOR: ARTURO REYES.

Hoy queremos que conozcáis este cuento de mi bisabuelo Arturo, que espero que sea de vuestro agrado. En sus escritos el autor nos acerca a las vidas de nuestros antepasados, al conocimiento de nuestras antiguas tradiciones. Estos cuentos forman parte de nuestra esencia porque para comprender nuestro presente, tenemos que acercarnos y conocer nuestro pasado. 



                               ALMAS HONRADAS

Dolores se sentó, meditabunda, en el murete adosado a la fachada del edificio y posó, distraída, la mirada en el bellísimo paisaje.

Un espléndido sol otoñal ponía sus áureas pinceladas en la riente perspectiva, en las doradas cúspides de los montes, en las floridas laderas, en las que acá y acullá blanqueaban los nevados caseríos; en los grandes macizos de verdores que festoneaban las márgenes del río, salpicados de rojas adelfas y de blanquísimos rosales.

Dolores, que podría contar veinte abriles, era de cuerpo cenceño y gentil, de semblante agraciado y de tez en que la vida desbordaba en cálidas entonaciones; de ojos de mirar risueño, de boca fresca y fragante y de pelo abundantísimo, cuidadosamente recogido bajo un pañizuelo color de grana, como de color de grana era el zagalejo que cubría su airosa figura, adornada además con un corpiño de percal rameado, amplio delantal de mallorquín y recios zapatones de vaqueta.

Cuando más embebecida parecía estar en su meditaciones, poco gratas al parecer, destacóse en el umbral de la casa la figura desmedrada y sarmentosa de su padrino, el señor Frasco, el Zorzales, un viejo de grandes ojos azules, de tez rugosísima y de blanquísimos cabellos.

Qué, ¿se va osté ya, padrino? – le preguntó, incorporándose rápida y acercándose al anciano la muchacha.

-Sí, mi prenda – repúsole aquél con acento cariñoso -. Voy a dalle un vistazo al jabal y un meneón a los yeros.

-Menester es que se vaya su mercé dejando de tantísimo matarse, que no está ya su mercé pa meterse en tantísimas jonduras, que ya es mucho lo que ha meneao su mercé las aspas de su molino.

-Si que ties razón, pero  es que el día en que yo no me puea menear, ese día me muero de reconcomia – díjole con expresión distraída el viejo, el cual, tras poner una mirada inquieta en uno de los edificios más cercanos, que blanqueaba en una loma próxima, continuó dirigiéndose a las muchacha:

-Miá, que cuando venga el Breñas me lo mandas en seguiíta aonde yo esté, que estaré en el “Tajo del Tardío”.

Y dicho esto penetró el viejo en la casa, de la que volvió a salir a poco al hombro la azada, y momentos después se perdía de vista por entre los verdinegros olivares que parecen jadear eternamente trepando, torcidos y retorcidos, por la empinada vertiente de la pintoresca montaña.

Arrojó el Zorzales la azada en la tierra removida recientemente y sentóse cejijunto y sombrío sobre una de las desigualdades del terreno, reflejando en su rostro la terrible lucha que libraban en su corazón, de una parte, su conciencia y, de otra, las razones con que pretendía acallar su voz inflexible y acusadora y -¡Güeno! – musitó con voz sorda y colérica -; güeno que tú me gritaras si yo juera el mesmo que juí; si ahora, como entonces, estuviera sortando por ca poro de mi cuerpo un borbotón de resina y de ca martillazo el corazón me aupara toíta la tabla del pecho, que otra hubiera sío la verea que yo hubiera pisao de ser yo lo que juí; pero es que, con razón, ya no quiée pelear conmigo el Pintao porque es que yo ya estoy jechito una lástima; pero es que yo no podía consentir tampoco en llevarme al otro mundo la ofensa que a mí me jizo, porque es que la cosa es de las que chorrean sangre, y si él se aterminó a jacer aquella charraná con la hija de mi hermana, jue porque sabía que no había un hombre que le cobrara en plumas de las alas e su corazón su mala chanaíta, y a la probetica Remedios su deshonra fue la que se la llevó a la seportura, y aluego que la muerte por mo de la cual anda juío la jizo de muy malilla manera, porque el probe de Tobalo estaba ya en el suelo cuando le tiró con la cachicuerna, y Tobalo era un mozo que yo estimaba de verdá, y aluego que eso de venirse a esconder cuasi a dos pasos e mis cubriles, es venir a mojarme las orejas con saliva, y sobre to, que yo tenía el deber de elatarlo, y como tenía el deber, pos por eso lo he delatao.”

No obstante estos razonamientos, no conseguía el viejo hacer callar aquella voz que tan tercamente hacíale oír sus acusadoras inflexiones desde que horas antes diera orden al Breñas de llevar la carta delatora al jefe del puesto cercano.

El sol empezaba a ocultarse tras los picachos de la montaña, y sus últimos rayos incendiaban el celaje, dándole tonos de púrpura y de oro. Ya seguramente el Breñas habría entregado la carta al sargento Torrente, y pronto se dirigiría éste hacia casa del Naranjero, donde podría sorprender al matador de Tobalo, y su delator podría verle pasar atado codo con codo por delante de su casa.

Algunas gotas de frío sudor surcaron la frente del Zorzales, y tirando, al pensar esto, violentamente el cigarro que fumaba, echóse al hombro la chaqueta y la azada y se encaminó hacia su hogar, abrumado, más que por el peso de los años, por uno misterioso que angustiábale el corazón y llénabale de sombras el pensamiento.

-Qué, ¿viée osté mu cansao? – le preguntó Dolores saliendo a su encuentro en la cuesta y aliviándole del peso de la azada.

-Sí, que con razón ice la copla que pa las cuestas arriba quieo mi mulo – repúsole el Zorzales, pretendiendo enmascarar con una sonrisa su profundo desasosiego.

-Cuando yo le digo a su mercé que no está ya su mercé pa meterse en esas trabajeras…

-El viejo penetró en la casa y se sentó sombrío y silencioso junto a la amplia chimenea.

-Pos yo, tan y mientras acaba de cocer la puchera, voy a tender la ropa que acabo de traer del río – dijo Dolores, dirigiéndose hacia la puerta del hogar.

El viejo, que no podía permanecer sentado, empezó a pasear inquieto y febril por el interior de la cocina, alumbrada por los últimos resplandores del crepúsculo vespertino, y sin atreverse a asomarse al umbral de la casa por temor, sin duda, a ver pasar por delante de él y escoltado por la Guardia Civil, al matador de Tobalo y burlador de su sobrina.

Además de su conciencia, abrumaba su espíritu el pensar lo que dirían de él sus antiguos camaradas cuando se enterasen de que no había encontrado medio mejor y más generoso de realizar su venganza que delatar al fugitivo al jefe del puesto, y antojábasele ver las miradas de reproche y desdén con que todos le acogerían.

Concluído que hubo Dolores de tender la ropa, penetró ligera como una ardilla y con la copla en los labios en la casa, y minutos después colocaba limpio mantel sobre la blanca mesa de pino, y

-Qué, padrino, ¿se han hecho ganas de comer? – le preguntó con acento alegre como el cantar de un pájaro.

-No, hija, que no tengo ni chispita de ganas de abrir la boca – repúsole sombríamente el Zorzales.

Dolores posó en él sus grandes ojos, en que desbordaban la ternura y la malicia, y acercándose a él de repente y sentándosele sobre las rodillas, rodeóle el cuello con un brazo, y

-¿Qué le pasa hoy a mi viejo parral sin pámpanas ni racimos? ¿Qué le pasa a la presona más quería que Dios puso en sus pejuares? – le preguntó con voz zalamera.

El viejo, a la caricia del único ser que hacíale grato el triste invierno de su vivir solitario, sintió que el secreto de su traición forcejeaba por brotar en su labios, y no sintiéndose con fuerzas para oponerse a aquella expansión de su angustiado espíritu: 

-Pos sí -dijo con voz turbada-; me pasa algo que no sé cómo decírtelo, y es que me parece que al cabo de cuasi ochenta años de estar mirando a toíto er mundo cara a cara, voy a arrematar por no poer mirar ni a mi sombra frente a frente.

¿Usté? –exclamó llena de asombro Dolores. ¿Usté no poer mirar a la gente cara a cara?

-Yo, sí, yo –murmuró sombríamente el viejo; y después, tras breves instantes de silencio, exclamó con acento reconcentrado-: Camará, y en qué horita más negra que escribí yo anoche esa carta maldecía.

-¿Qué carta? ¿La del señó Bartolo?

-No, hija mía; la del señó Bartolo no; la que tú le diste esta mañana al Breñas pa que se la llevara en seguiíta al comandante del puesto de “Vizcaíno”

Dolores miró con expresión triunfal al viejo, cogió su rostro rugoso entre sus manos, endurecidas en los diarios quehaceres, quedósele mirando de hito en hito, y tras un brevísimo silencio,

-Vamos a ver, ¿qué daría usté ahora por no haber mandao a su destino esa carta?- le preguntó.

-¿Qué sé yo lo que daría!

- ¿Daría usté un beso?

- Un millón de besos daría yo – le dijo el viejo mirando lleno de ansiedad a la muchacha, la cual, poniendo cerca de los labios de aquél la sonrosada mejilla y urgándose ésta con un dedo, le dijo sonriendo picarescamente:

- Pos encomience usté a besar, que yo iré llevando la cuenta.

Y ya empezaban a asomar en el pálido horizonte  algunas estrellas cuando exclamó el señor Frasco el Zorzales con acento de súplica:

- Chiquilla, por los ojitos e tu cara que ya van más de dos mil millones y ya me duele jasta el corazón, a pesar de que, como ice la copla,

Mismamente dos panales 
tiée mi niña por mejillas, 
llenos de miel de rosales.


Arturo Reyes.

BIBLIOGRAFÍA:

* El Imparcial”, sección de los lunes, Madrid, 9 – X- 1911.

* “Cuentos andaluces”. Autor: Arturo Reyes. Tomo 1. Edición Homenaje del Excmo Ayuntamiento de Málaga, 1964. Gráficas San Andrés, Málaga. Pags 87-90.

domingo, 10 de marzo de 2019

CUENTO "ALMA ANDALUZA". AUTOR: ARTURO REYES.

Tras muchos tiempo sin publicarse nada en el blog, y teniendo la necesidad de no abandonarlo por la promesa que me realicé a mi misma, en honor a mi padre ya fallecido, de que seguiría su estela y que daría voz a mis antepasados, vuelvo a retomar esta labor que me impuse, por lo que a partir de ahora espero seguir dando a conocer la obra de mi bisabuelo Arturo de forma continuada, y hoy vamos editar en el blog otro de sus cuentos cortos, "Alma andaluza", que nos recuerdan el pasado de nuestra Andalucía y que espero os guste.

Esta semana ha sido muy especial porque hemos celebrado el día internacional de la Mujer Trabajadora, y me he prometido a mí misma seguir con este trabajo, que tantas recompensas me ha aportado, porque quiero dejar constancia que todas las mujeres formamos parte de la historia, cada una a nuestra manera, y yo lo haré volviendo a publicar en este espacio humilde y familiar en que puedo expresar mis sentimientos y emociones libremente, que perdurarán, eso espero, en el tiempo, y que servirán para que pueda ser leído por todos aquellos a los que interese.

Esta publicación se la quiero dedicar a una amiga muy especial, que se llama Gema, a la que quiero como a una hermana, y a la que considero un fuerte baluarte de mi vida. Ella es santanderina pero su corazón y su alma forman parte de nuestra tierra. Hoy es su cumpleaños, y quiero que este sea mi regalo para ella. 
¡¡¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!!!


Nota: Imagen de Trini La Goletera, que representa a la mujer malagueña del siglo XIX, reivindicando también la igualdad entre mujeres y hombres, en el día internacional de la Mujer Trabajadora.
                        
                                ALMA ANDALUZA

- Pero Juan, por la Virgen Santísima, ¿por qué has vinío? – exclamó Dolores, mirando con expresión de miedo y asombro a su hermano.

- No podía, hermana, no podía – repúsole éste con voz apagada-; me estaba picando un alacrán en el corazón. Desde que me dijeron que, valiéndose de que yo no podía pisar estas lindes, le había vuelto a poner los puntos a mi Rosalía Antoñito el Ecijano, no podía pegar los ojos ni respirar tan siquiera, y desesperaíto ya, esta mañana comprendí que si no venía se me diba a romper el pecho, y cogí la escopeta, monté en mi Tordillo, le metí espuela, y na, que aquí me tiées. Pero no te apures tú, que el potro lo he dejao en la choza del Mejorana, y pa entrar aquí lo he jecho por el corral. Como que pa no verme, ni la luna me ha visto, porque la tapó una nube.

- Pero si es que no has debío venir; si es que lo que te han dicho no es verdá; si es que el Ecijano, desde que tu te juiste, no ha güerto a cruzar con Rosalía ni una mirá, ni una sola.

- De eso no me platiques – exclamó bruscamente, frunciendo el ceño el Petaquero.

- Pero si es que manque fuera asín; manque fuera verdá que el Ecijano la había mirao, ¿ a ti qué te importa que la mire jasta que se le sequen los lagrimales? ¿Qué te importa a ti que él la mire, si tu Rosalía, desde que tú tuviste que dirte al monte, no vive más que pensando en si se pondrá u no se pondrá bueno Joseíto el Retamales?

- Me han dicho que, felizmente, está mejor Joseíto.

- Sí que está mejor, y, según dice el méico, Dios mediante, se pondrá güeno del to. Pero eso, esgraciámente, tiée que traer cola: su hermano Alfonso el Posaero ha jurao que te tiée que cobrar con usura la puñalá que le pegaste a Joseíto.

- Él se la buscó, que yo no le quería malillamente; pero yo no podía pasar por otro punto; que no me poía yo quear sin cobrarme aquel guantazo.

Y al recuerdo del ultraje recibido centelleáronle a Juan los enormes ojos oscuros, y tras algunos instantes de silencio continuó:

- Mira, Olores, lo que sa menester es que yo platique con mi Rosalía, que tengo yo ya muncha jambre de mirarme, manque no sea más que un minuto, en las niñas de sus ojos.

- Pero ¿no comprendes tú que si te ve cualisquiera que no te quiera bien, a los dos minutos te están jaciendo un saludo los del correaje amarillo?

- ¿Y te crees tú que habiendo yo vinío al pueblo na más que pa ver a mi Rosalía, me voy yo a dir sin miralla ni platicalla?

- Pero ¿no comprendes tú – insistió Dolores- que este pueblo le cabe a cualisquiera en la parma de la mano y que son muchos los ojos que te espían?

Se encogió de hombros el Petaquero, y

- Mira – le respondió-: no te emperres en lo que no puée ser, y si me quiées jacer un favor, te vas ahora mesmito a ca  de mi Rosalía y le ices que dentro e un rato estoy yo allí, en la puerta de su corral, esperando a que salga la estrella que más reluce.

- No; lo mejor será que yo vaya en busca suya y que se venga conmigo – dijo, pensativa, Dolores.

Y minutos después salía de la casa Dolores, no sin poner antes una mirada recelosa en los vecinos, que, sentados en las puertas de sus respectivas viviendas, disfrutaban de la fresca brisa de la noche, saturada de los perfumes que arrancara a su paso por las altas cumbres y por las pintoresca vertientes de las floridas montañas.


                                  *       *       *

- Sa menester que te vayas a escape, Juan, pero que a escape – exclamó Antonio el Cartameño con voz jadeante, penetrando como una tromba en la habitación donde, en unión de Dolores, dialogaban, susurrantes y apasionados, Rosalía la de los Mimbrales y Juanico el Petaquero

Miró éste sorprendido al recien llegado, y sin perder la serenidad e intentando tranquilizar con una sonrisa a la hembra adorada, preguntó a aquél con acento reposado:

- Pero ¿qué es lo que pasa, Antoñico, pa que yo tenga que salir como una bala?

¿Qué quiées que pase? Que te ha visto saltar por la tapia del corral Pedrote, el mozo de la posá de Alfonsico el Retamales.

- ¿El de la posá del hermano de Joseíto? – preguntaron, asustadas y simultáneamente, ambas mujeres.

- El mesmo que viste y calza, y menester  es no jechar en orvío que ese mozo le tiée mucho que agradecer a Alfonso el Posaero.

- Pero ¿a ti quién te ha dicho que a mí me ha visto Pedrote?

- Pos me lo ha dicho Cachorrito, que se trompezó con Pedrote jace una miaja, y como el Pedrote diba como el que va por los Santos Olios, pos Cachorrito le preguntó que aónde diba resollando como un fuelle, y el otro le dijo que diba en busca de su amo, por si su amo quería tirar a una liebre a la que tiée la mar de ganitas y a la que él había visto por casolidá meterse en una camá, y como el Cachorrito es un vivo, al trompezarse conmigo, pos el hombre me contó lo que yo sus he contao, diciéndome que me lo contaba por si a mí me convenía.

Todos los allí reunidos habían ido palideciendo a medida que hablaba el Cartameño. Rosalía había fruncido la frente; Dolores miraba a su hermano con expresión asustada; el Petaquero dominó sus inquietudes, y

- Güeno – exclamó, incorporándose -; pos entonces lo mejor que hago es coger el avichucho y dirme a recoger mi Tordillo, y dentro de na que me busquen, que cualisquiera encuentra un tordo entre tantos olivares.

- No, eso no puée ser. Si Pedrote le ha avisao a Alfonso, éste fijamente se lo habrá dicho al cabo, y el cabo fijamente le habrá dao orden a las parejas de jacerte una encerrona.

- Pos probaré fortuna – dijo serenamente el Petaquero -; y con que yo puea jechalle los calzones encima a mi Tordillo

- Pero y si no puées jecharselos, ¿aónde vas a buscar abrigaero?

Se encogió ligeramente de hombros Juan, y

- Allá veremos qué es lo que pasa – murmuró, y cinco minutos después saltaba, ágil como un gamo y sigiloso como una sombra, por encima de la albarrada que defendía el corral de la pobre vivienda de su hermana Dolores la Veterana.

    
                               *    *    *


- ¿Y como ha sío eso? – preguntó Rosalía, con la cara radiante de gozo, a Antoñico el Cartameño.

- Pos, hija, que Juanico sabe más que un letrao y que el Alfonso es un hombre cabal y con un corazón más grande que dos canchales.

- Pero cuéntame cómo pasó la cosa, que estoy que me muero de alegría.

- Mía, te lo contaré toíto: Juan, al salir de la casa, se fué erecho como un tiro pa el chozón del Mejorana en busca de su jaco; pero como antes de llegar le dieron en la nariz malos olores, pos el mozo, como sin su Tordillo no podía llegar a la sierra antes de que clareara, y como pa dir a la sierra tiée que atravesar cuasi toa la campiña, y a la luz del sol en la campiña estaba vendío, pos en lugar de acubrilarse aquí o allí, aonde fijamente arguien le hubiera visto al amanecer, pos el mozo se gorvió al pueblo y se metió, saltando el muro, en la posá, en la mismita posá de Alfonsico el Retamales.

- ¿En la posá de Alfonso? – exclamó, mirando asombrada a su interlocutor, Rosalía.

- Como te lo digo: en la posá de Alfonso – repitió sonriendo el Cartameño.

- Pero ¿mi Juan está loco de remate?

- ¡Qué ha de estar loco tu Juan! Tu Juan sabe jasta latín, y la prueba la tiées en lo que pasó: en que, al verlo elante de él, el Alfonso lo primero que jizo fue tirarse a la cara la vizcaína; pero tu Juan soltó la escopeta, tiró el cuchillo y le dijo al Retamales:

Aquí estoy; me tiéen tomás toas las salías del pueblo y no pueo arrecoger mi jaco, que lo tengo en el chozón del Mejorana; y al verme sin salía, pos me dije yo: “Lo mejor que jago es dirme a ca de Alfonso, porque el Alfonso será mu capaz de matarme cara a cara, pero no es capaz de vender a un hombre perseguío que, buscando amparo, se le meta en sus cubriles.”

- ¿Y Alfonso qué dijo a eso?

- Pos Alfonso, según me han contao, se mordía los puños de rabia que le dió; pero como el hombre es un hombre, pos lo que pasó fué que tan y mientras los civiles se han pasao la noche dando tiritones en el Chaparral, nuestro Juan se la ha pasao durmiendo como un lirón en la posá del Alfonso, y esta mañana, al amanecer, tan y mientras las parejas venían al pueblo, Juan se despidió del posaero, que le ha prometido no parar jasta hacerlo más peazos que piñas tiene un pinar, y se fue al chozón y trincó su Tordillo; y na, que a estas horas dará gusto verle correr por esos montes e Dios con su escopeta en la mano.

                                                 Arturo Reyes

BIBLIOGRAFÍA:

Cuento “”Alma andaluza”. Autor: Arturo Reyes.

* Publicado en El Imparcial, sección de los lunes. Madrid, 14 – III-1910.

* Publicado en "Cuentos Andaluces" de Arturo Reyes. Pags 23 – 26. Homenaje del Ayuntamiento de Málaga. 1964. Gráficas San Andrés. Málaga.