Hoy el catedrático de Literatura D. Cristóbal
Cuevas nos avanza como será el fin de la existencia de mi bisabuelo. Corre
el año 1913 y solo quedan seis meses para que el artista nos dé su último
adiós. Estos momentos fueron muy tristes y difíciles para él y también para
nosotros que también nos rebelamos ante la injusticia de una muerte temprana -
49 años-, en la plenitud de su vida y de su obra. Son circunstancias tristes
que no podemos obviar a pesar de que nos cueste la propia vida publicarlas…
“El año 1913 se presenta desde el principio para
Reyes con todos los síntomas de una inminente y definitiva consumación. La
enfermedad lo acosa sin piedad, acorralándolo en su casa, de la que sale cada
vez menos.
Horas y horas permanece en su angosto despacho,
al que él llama pomposamente “gabinete de estudio”, y que presiden dos retratos
suyos, uno con atuendo del siglo XVI y otro a la moda actual, mientras toda
clase de antiguallas, esparcidas en pintoresco desorden, ponen una nota exótica
en el ambiente. Allí, o en su alcoba, sentado en la cama, el poeta hace
desesperados esfuerzos por resistir, trabajando agónicamente en su obra
literaria.
Nota: Es en este edificio de la Plaza de la Merced dónde Arturo vivió los últimos años de su vida. Ninguna placa conmemora el lugar donde falleció a pesar de que se pidió al Ayuntamiento de Málaga que cumpliera la promesa que habían hecho los alcaldes de la época.
Nota: Es en este edificio de la Plaza de la Merced dónde Arturo vivió los últimos años de su vida. Ninguna placa conmemora el lugar donde falleció a pesar de que se pidió al Ayuntamiento de Málaga que cumpliera la promesa que habían hecho los alcaldes de la época.
Antonio de Nicolás lo evoca en este escenario, “entre el humo producido por el constante cigarro y el casi continuo canto de un canario predilecto, tan alegre a la luz de la lámpara eléctrica como a la del mismísimo sol; tomando sorbos de café con leche, único líquido que no repugnaba a su estómago, y sufriendo vómitos que seguían a cualquier comida por sobria que fuera.”
En estas circunstancias, Arturo escribe sin
descanso, sobreponiéndose con titánico esfuerzo a la ruina de su cuerpo. “Su
visión clara del mundo – observa su hijo Adolfo – fue más fuerte que la
enfermedad. Así, el trastorno, la depresión de sus nervios, le empeoró el
estómago, le atacó el corazón; pero fue impotente contra su imaginación
sublimada, y mientras su estado no le permitía muchas veces salir de su cuarto
de trabajo, levantarse del lecho aún, hacía novelas, cuentos, poesías; toda esa
producción última, que la crítica llamaba de apogeo, en sazón, cuando de su
mano desmayada se escapaba la pluma.”
Produce así el poeta lo que su hijo llamó con
singular acierto “una labor sobreexcitada, hecha en un gradual agotamiento de
salud, siempre creyendo que el último libro lo sería para siempre.” Como
Cristóbal, el protagonista de su novela Cielo Azul, “cuando la fiebre
amortiguaba su violencia, érale grato dejarse arrastrar por su pensamiento, que
a medida que el cuerpo perdía sus vigores, parecía adquirir vuelo más potente.”
En su modestia, el escritor malagueño pretendía
atribuir esta fiebre creadora a la necesidad de atender sus obligaciones
materiales. Así lo dice a su amigo D. Francisco Such, en carta ya citada: “Mi
producción como es natural, y como consecuencia de esto [sus enfermedades]
debía ser más limitada, pero como son muchas mis obligaciones, y para
atenderlas no me es posible abrir un paréntesis de reposo en mi constante
laborar, he venido sacando fuerzas de flaqueza, gastando mis limitados
repuestos de energía para hacer frente a un trabajo excesivo del cual necesito
para vivir.” Sin embargo, no era ésta la causa única, ni siquiera principal, de
su trabajo. Por encima de todo estaba su inquietud de artista, esa necesidad de
expresión que se sobrepone a todo, y contra la que es inútil luchar.
Él mismo lo dirá en el poema que cierra sus
obras, “Indocil”, último canto de Del crepúsculo:
“¡Necesito escribir!, empeño es vano
que a mis antojos escribir intente;
cuando no quiere despertar la mente
inútilmente en escribir me afano.
Su fiera libertad es mi tirano
que mis ruegos escucha indiferente,
y ora, llena de amor, besa mi frente,
ora enmudece cual glacial arcano.
Tan sólo su capricho es mi bandera;
indómito corcel, en su carrera
nunca fue esclavo del capricho ajeno.
Su altiva independencia nunca abate,
y lo mismo desdeña el acicate,
que siempre supo desdeñar el freno.”
Continuará…
BIBLIOGRAFÍA:
- “Arturo Reyes. Su vida
y su obra. Un enfoque humano del andalucismo literario”. Cuevas García,
Cristóbal. Editado por la Caja de Ahorros Provincial de Málaga. Obra Cultural.
C. S. I. C. 1974.
- “Cielo Azul. Novela
andaluza”. Reyes, Arturo. Málaga. Tip. Zambrana Hnos., 1910.
- “Del Crepúsculo”.
Poesías póstumas. Reyes, Arturo. Málaga, Zambrana Hermanos. Impresores. 1914.