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domingo, 4 de octubre de 2020

UNA ETERNA RELACIÓN DE AMISTAD: ARTURO REYES Y GONZALO DE CASTRO (2).

Hoy vamos a adentrarnos en la vida del escritor malagueño Arturo Reyes a través del prólogo que escribió para el libro Poesías Póstumas de D. Gonzalo de Castro. 

 

Me ha parecido muy interesante el texto porque el autor nos habla en primera persona y revela datos interesantes sobre la vida en la Málaga decimonónica así como también nos define rasgos de su personalidad y nos explica la amistad profunda y verdadera que le unía tanto con el escritor madrileño Gonzalo de Castro, así como con sus inseparables amigos Narciso Díaz de Escobar y Eduardo León.

 

Quiero dar las gracias a la bisnieta de D. Gonzalo de Castro, Carmen, quien me envió este prólogo, ya que gracias a ella, estas impresiones de mi bisabuelo verán la luz.

 

Espero que disfrutéis con su lectura, y con el lenguaje cómico e irónico, que mi bisabuelo Arturo solía utilizar. 




                       RECUERDO…

 

Recuerdo que hace ya muchos años (diez y siete ó diez y ocho por lo menos), estábamos una tarde del mes de Junio, Narciso Díaz de Escobar y yo, en Natera, un á modo de recreo donde solía Narciso pasar con todos los suyos, los días más abrasadores del estío.

 

Hallábame tumbado al pie de uno de los añosísimos árboles del jardín, contemplando con casi romántico arrobamiento el azul horizonte por entre el verde ramaje, cuando mi amigo, que recitaba, con acento un tantico llorón, algunas de las poesías de su inagotable repertorio, díjome deteniéndose delante de mí y como con el deliberado propósito de hacerme pagar caro el glacial indiferentismo con que yo solía y aun suelo acoger sus líricas declamaciones:

 

- ¿Ah, se me olvidaba decirte, que esta tarde tendremos visitas!

 

Ante  la para mí, por aquel entonces, imponente amenaza, me incorporé de un salto y pregunté á mi amigo.

 

- ¿Visitas?... dices que esperas visitas?

 

- Sí, la de unos escritores que han llegado recientemente á Málaga.

 

- ¿Y quiénes son esos escritores?

 

- Uno de ellos un poeta que vale un mundo: ¡Gonzalo de Castro!.

 

- Como no lo había oído nombrar nunca, y para Narciso no ha existido ni existirá seguramente poeta que no sea digno de ser eternizado en mármoles y en bronce, me encogí desdeñosamente de hombros.

 

- ¿Y quiénes vienen además de esa maravilla? – le pregunté.

 

- Pues Eduardo León y Serralvo, y otro señor de cuyo nombre no me acuerdo.

 

- ¡Pues allá tú con tus visitantes! – exclamé mal humorado; y dicho esto, me encaramé con la agilidad propia de mis, por aquellos tiempos, años juveniles, á lo más alto de uno de los más apartados árboles del reducidísimo huerto.

 

No me valieron mis mañas, y algunos minutos después llamábame Narciso con implacable insistencia.

 

No tuve más remedio que abandonar mi casi aéreo refugio, y momentos después encontrábame entre Gonzalo de Castro, Eduardo León, hoy director de El Cronista, Vice-Presidente de la Diputación, pluma brillantísima y acerada, y además mi hermano por el hondo afecto que nos une, y otro señor canoso, barrigón y de semblante de expresión vulgar y bondadosa.

 

Y hablemos del autor de “Ciencia y Fe”. La primera impresión que causó en mí no fue muy lisonjera para su persona: su cuerpo desmedrado y falto de elasticidad y gallardía; su rostro anguloso y pálido, su pelo escaso y rubio, su frente abombada y desigual como los terrenos volcánicos; sus ojos claros, de penetrante mirada, y algo de austero, en fin, en su expresión, no despertaron mis simpatías, que se inclinaron desde aquel momento hacia León, moreno, flacucho, bilioso, de mirada inteligente y maliciosa sonrisa.

 

Después de los saludos de rúbrica, nos sentamos todos, dispuestos á dar á conocer nuestros mayores ó menores méritos; y á la primera de cambio, hundió aquel señor canoso y vulgarote la mano en el bolsillo interior de la americana, dio á luz y blandió á modo de arma homicida un imponente mamotreto, y jamás olvidaré aquella lectura, aquella hora inacabable en que, á poder, hubiera hecho pagar caro á Narciso su pérfido llamamiento.

 

Terminado que hubo aquel señor de leer sus Paralelos, y después de habernos enjugado todos la sudorosa frente, dio lectura León á uno de sus artículos, llenos de gracejo y donaires, que obró en mí á modo de poderoso reactivo, y fue devolviéndome poco á poco la perdida calma.

 

Y llególe el turno á Gonzalo; y cuando éste hubo dado fin á la lectura de una de sus poesías, le miré lleno de asombro: ya no era Gonzalo para mí el visitante escuálido y sin gallardías, de rostro demacrado y pálido; era el poeta de imaginación potente y creadora, dominador de la expresión y del ritmo; era, en fin, el ilustre autor cuya pérdida lloramos.

 

Desde el momento en que hube de admirarle por primera vez, hasta el último de su existencia, nos unieron fraternales simpatías, inalterable cariño, y cada vez que la fama hacía resonar su nombre en mis oídos, sentíame orgulloso, como si fueran propios los triunfos por él conquistados.

 

Murió el poeta, y como todos ó casi todos los que rendimos culto fanático al Arte y á las letras, murió obscurecido, legando á sus huérfanos escaseces y amarguras y un nombre del que bien pueden sentirse orgullosos; y hoy uno de sus amigos más leales, Roberto Robert, me dice: - Usted, á quien tanto quiso el cantor, usted debe de prologar sus últimas composiciones.

 

Robert no debió asociar personalidad tan modesta como la mía á tan meritísima empresa; yo hubiera rechazado honor tan inmerecido, pero Robert invocó la amistad que con Gonzalo me uniera, me habló de sus huérfanos y cedí á sus deseos, y esta es la causa de que yo tenga hoy la osadía de escribir de aquel cuya labor literaria hízole, á mi entender, acreedor á figurar en una de las cúspides más altas de la literatura española.

 

No es mi intento abordar los para mí desconocidos campos de la crítica, y sí solamente dedicar un recuerdo á aquel de quien un día hube de decir, en un momento de espontaneidad y entusiasmo, refiriéndome á uno de sus volúmenes de versos.

 

- No es Gonzalo de Castro el cantor de las sensaciones íntimas del alma; es el cantor de la inteligencia; su gigantesca lira es el “Progreso”. Gonzalo de Castro no debe figurar, á mi entender, como prosélito de nadie en ninguno de los sistemas líricos que hoy predominan; su musa se aparta valientemente de toda senda conocida, y subjetivo en cierto modo, por su manera especial de ver y sentir las cosas, y objetivo por el mundo externo que canta con preferencia, se eleva por horizontes nuevos, y desde las nubes y desde las auroras canta sus himnos, que, si bien no siempre electrizan el corazón, producen el éxtasis con sus inimitables armonías, y deslumbran al pensamiento con sus mágicos resplandores.

 

Esto decía y esto repito hoy; sus poesías póstumas, no sólo rivalizan con las anteriores, sino que muchas de éstas son superadas por las que hoy salen á luz en este volumen.

 

Entre ellas abundan las que tanto escasean en sus otras colecciones, las íntimas, las que nacen del alma estremecida, empapadas en lágrimas, y en las que el sollozo se hace ritmo, y no puedo sustraerme á anticipar á sus lectores algunas de las admirables estrofas, modeladas en su alma por el dolor al evocar el recuerdo tristísimo de la noche fatal en que contemplara, pálida y expirante, en los umbrales de la Eternidad, á la adorada compañera:

 

Angustiada, espectral, moribunda,

impregnado en sudor el cabello, 

expirantes las negras pupilas,

estabas inmóvil, tendida en el lecho.

Ya tenía tu carne adorada

misteriosas quietudes de sueño,

rigideces tenaces de piedra,

(…)

 

¿Á qué seguir enumerando bellezas? Leed sus poesías y ya se convencerán los que las lean de que ó fue el cariño que á él me uniera, lo que me llevó á encomiar la labor de un cantor cuyo nombre glorioso debe de brillar entre los de aquellos que han sido y serán eternamente honra y prez de nuestra literatura, como brillará también en mi memoria entre los que siempre me han de acompañar en mi peregrinación por la vida.

 

                       ARTURO REYES.

 


BIBLIOGRAFÍA:

 

Poesías Póstumas. Autor: Gonzalo de Castro. Prólogo de Arturo Reyes. Madrid. Imprenta Valero. 1906.

2 comentarios:

  1. ¡¡ Precioso, sencillamente precioso y emotivo !! Una vez más, mientras leía me he sentido al lado de D. Arturo, casi, casi puedo decir sin rubor alguno, que siento su voz.
    Gracias una vez más por compartir su vida, sus vivencias, sus pensamientos, sus escritos, su arte......

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    1. Querida Toñi: Como siempre muchísimas gracias por tus bonitas y sinceras palabras que siempre me ayudan y me apoyan.

      A mí me ha pasado lo mismo. Yo me sentía muy cercana, junto a él y sus colegas. La verdad es que es un escrito inédito que me ha encantado conocer pues nos descubre rasgos de su personalidad y vivencias muy bonitas y simpáticas junto a sus grandes amigos. Un fuerte abrazo guapaaaa

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