Licencia Creative Commons
Archivo Arturo y Adolfo Reyes Escritores de Málaga por Mª José Reyes Sánchez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

jueves, 28 de enero de 2021

CUENTO: "COSA DE HOMBRES" (1902). AUTOR: ARTURO REYES.

 En el siglo XIX la caballerosidad de los españoles se encontraba en entredicho. Eran retratados como irracionales y salvajes, incapaces de controlar sus instintos, irrespetuosos con las mujeres, atributos todos ellos condensados en la imagen del “bruto español”.

 

Pero Arturo Reyes, persona siempre idealista, apoyaba la leyenda de la caballerosidad del hombre español, quien tenía que contar con una serie de cualidades entre las que destacaban el valor, la honradez, la galantería, la cortesía y el respeto.

 

Este cuento, “Cosa de hombres”, fue escrito por mi bisabuelo, plasmando el ideal de la naturaleza humana en su más amplio sentido. Una historia de pasiones, donde el amor es el hilo conductor, y en la que mientras algunos personajes, como Toño el Pastañeta se deja llevar por sus instintos más pasionales, otros personajes como Juan el Rumboso, mantiene en todo momento una conducta cívica, intachable y coherente.

  

Arturo, a través de sus cuentos, y quizás sin saberlo, apoyaba la leyenda de la caballerosidad del hombre español.

  

Esta historia se escribe “entre fogones”, y mientras realizaba esta publicación, me he acordado mucho de Toñi, mi amiga bloguera, que tanto éxito tiene con su blog gastronómico-cultural: “Mi cocina. Carmen Rosa”, y que tanto apoyo me ha ofrecido de forma altruista. Quizás ella no sepa en qué medida se lo agradezco. Este es el enlace para su blog que os recomiendo 100%.

http://micocinacarmenrosa.blogspot.com/

  

Quiero dedicarle a ella este cuento porque sé que lo va disfrutar y por la gran pasión que siempre ha mostrado por la figura de D. Arturo, como ella lo nombra y que a mí tanta gracia me hace ...

 

Y a vosotros/as, lectores y lectoras … Espero que os guste…

 


                            COSA DE HOMBRES


Cuando el tío Pizarroso llegó á su casa, las sombras empezaban á invadir el á modo de embudo formado por los montes, en cuyo fondo blanqueaba el edificio, al borde de una cañada llena de piedras enormes y espesos macizos de adelfas.
 

- Pos di tú que te has dormío en un cajorro – exclamó la tía Tomasa al ver llegar al legítimo dueño de su orondísima persona.

 

- Pos no me he dormío, ni tan siquier he estao á dormivela.

 

- Pos entonces habrás estao de picos pardos en algún abrevaero del monte.

 

- ¡No ha sío malo el abrevaero!

 

- Pos entonces, ¿aónde te has metío, alma condená?

 

- Pos en ninguna parte: una miaja que me entretuve en la encrucijá del Tomillo con Juan el Rumboso y Toñico el Pastañeta, y … ¡arza pa entro, Pimentona, arza pa entro!

 

Y esto lo dijo asestando una cariñosa palmada en una de las poderosas ancas á la mula, á la cual habíale quitado el aparejo mientras hablaba.

 

La cabalgadura, á la cariñosa insinuación, tomó lentamente el camino de la cuadra, mientras el Pizarroso sentábase sobre un capacho, junto á su hermano el Totovías, un viejo enjuto y grave que entreteníase en hacer tomizas para los usos domésticos, mientras el porquero, un rapaz greñudo y andrajoso, contemplaba con famélica expresión, desde la puerta, la gran olla que hervía sobre las enormes trébedes de hierro en la chimenea.

 

- Y ¿qué es lo que dicen el Rumboso y el Pastañeta? ¿Tantas cosas teníais que contaros, que si se entretienen ostedes una miaja más volveis tóos á vuestras casas con barbas corrías?

 

- Y dale, mujer, dale, no seas asina; si me he entretenío ha sío por decirle al Rumboso con toas las veritas de mi alma y con tó mi metal de voz: “¡Ole con ole por los hombres machos con toas las de la ley!” ¡Vaya si es una prenda el viejo! ¡Y con un corazón más grande que una cantera!.

 

- Y eso ¿poiqué? ¿Te ha regalao alguna vestiura pa el Corpus?

 

- No, señora, que lo que ha jechito vale más que tó eso; el Rumboso ha puesto esta tarde su bandera en lo más artico del monte.

 

- No es una noveá en él; ¡ese es de los que siempre se la han traío! – exclamó con voz gutural el Totovías;- pero, á la fin y á la postre, dinos ya lo que ha jecho, que la olla mos espera gruñe que te gruñe.

 

- Pos ha jecho lo que sus voy á contar. Figúrense ostedes que Rosalía, la del cortijo de la Embocaura, que es un pasmo de bonita y que tié un cuerpo que es una parma…

 

- ¡Una parma! Un parmito, ¡más ropa que carne! – dijo con tono desdeñoso la tía Tomasa.

 

- ¡Eso ya sus lo dirá el Pastañeta cuando se case con ella!.

 

- ¡Pos no estás tú mu atrasao de noticias! Rosalía ya no se casa con el Pastañeta, poique se le ha cruzao en el camino ese que dices tú que es una prenda.

 

- A eso voy, mujer, á eso voy; es mu verdá que el Rumboso se le cruzó en el camino, y que, como el hombre tié más fanegas de tierra que nosotros abejas en los panales, al padre de la Rosalía, que es un agonioso, la avaricia se le puso de pie, y cogió á su hija y le dijo que como gorviera á mirar á Toñico les iban á caer cataratas en los ojos á dambos, y que era menester que se pegara manque fuera con liria una sonrisica en los labios pa cuando hablara con el viejo; y la muchacha no entendió de chiquitas, y cuando se le puso a tiro el Rumboso se le echó á llorar, y le dijo que lo que quería jacer con ella era una picardía; que ella no podía peinarse ni despeinarse en el mundo más que pa su Toño; y tan y mientras ella le decía esto al señor Juan, el otro andaba diciéndole á grito pelao á tó el que lo quería oír que no había de parar hasta sembrarle al viejo una almáciga de plomo en el corazón, ó el jierro de su cuchillo en la mismísima boca del estómago.

 

- Y eso era lo que se merecía por dir á meter la pata en unos güenos quereles, valiéndose de que el padre de Rosalía es un “tó pa mí” de cuerpo entero y Toño es un probetico desmamparao.

 

- Tu no estás bien enterá, Tomasa; en estas cosas sa menester ajondar pa verles el fondo. Cuando el hombre se prendó de Rosalía, cuasi naide estaba enterao de esos quereles, poique se querían de contrabando; y lo que pasó fué que el Rumboso, que jacía ya cinco años que no veía á la muchacha, se la topó una tarde en el pueblo, y al hombre se le reverdeció la sangre, y el hombre está más solo que una esparraguera, y la zagala es güena y es bonita, y el hombre no sabía ná de sus amoríos; y cuando el hombre se enteró, ya él le había hablao al de la Embocaura, y ya el Pastañeta andaba de atajo en atajo aconsejándole que se pusiera bien con Dios y que jiciera testamento.

 

- ¿Pero es que no vas á acabar nunca? ¡No ves que se va a pegar la olla!

 

- Ya arremato. Pos bien, esta tarde, miajita antes de que yo llegara, el Rumboso, que iba pa el lagarillo del Zegrí montao en su Ceniciento, que es un jaco que vale un millón, al dir á dar la vuelta al olivar del Tardío, se topó manos á boca con el Toño, que estaba acechándolo entre las pitas de la linde.

 

Naturalmente, al echárselo á la cara, el señor Juan se comió la partía, poique estaba al cabo de la calle en lo tocante á las bocanás del otro; pero el hombre, que es prudente, se jizo el lila, y no hubiera chistao tan siquiera si el otro no se le hubiera atravesao en el camino, con la escopeta montá en la mano, diciéndole que se apeara pa hablar de la Rosalía.

 

Y miá tú lo que son las casolidades; en aquel mesmísimo momento desemboqué yo en la encrucijá, poique esto que yo sus he contao, esto lo sé yo por boca del Rumboso.

 

- Y no acabarás, y la olla gruñe que te gruñe. 

 

- Ya acabo, jambrón, ya acabo. Pos bien, yo, al ver aquello, miré por si encontraba un boquete por donde colarme, pero el señor Juan, al verme llegar, me gritó riéndose:

 

- No te vayas, Pizarroso, no te vayas, que me conviene que veas la corría.

 

Y diciendo esto, saltó en tierra con la misma agiliá con que yo saltaba en mis moceáes, y endispués de jecharle las riendas sobre las crines al Ceniciento, le dijo á Toño al mesmo tiempo que se iba pa él:

 

- A ver si bajas ese juguete, chaval, poique si se te va el tiro y güelo la pólvora, no vas á volver á estornuar en toa tu vía.

 

- Coja osté la suya, mostramo, cójala osté, poique esta tarde me queo con osté, ú osté se quea conmigo.

 

Y esto se lo decía el Pastañeta reculando, jaciéndole puntería, con la cara del color de la gayomba y con los ojos espaventáos.

 

- ¡Yo qué he de quearme contigo! Yo no mato volantones.

 

- No se acerque osté, y coja osté su escopeta; mire osté, mostramo, que hoy le jago yo á osté yesca el pecho.

 

Y entoavía no había arrematao de icirlo, cuando le dio gusto al deo, y ¡pum! ¡vaya un berrío que dio la vizcaína!.

 

- Y qué, encarnó?

 

- Un plomo en un brazo na más, un plomo perdiguero; pero, camará, yo no he visto hombre más vivo ni más bravo que el Rumboso; entoavía no se había arrematao el estampío, cuando la escopeta de Toño y el cuchillo que éste había sacao estaban en la cuneta, y Toño en el suelo, sin poer mover un remo, tan y mientras el señor Juan le dicía con acento enfurecío:

 

- Eso que tú has jecho no se jace; los hombres no pelean sino como Dios manda; ¿y si yo ahora te diera lo que te mereces?

 

- Démelo osté; máteme osté, mostramo; máteme osté, poique si hoy me ha faltao la puntería otro día me pué no faltar…

 

- Anda y alevantáte, y vete, y otra vez no jeches tanta pólvora, poique con tanta pólvora no se le da un tiro á un cerro.

 

Y diciendo esto, él mesmito alevantó al Toño, y le volvió las espaldas, tan tranquilo como si detrás tuviera una pareja de la benemérita.

 

- ¿Y el Pastañeta?

 

- Pos el Pastañeta se queó mirándolo y mirándome como atontao; endispués recogió la escopeta y el cuchillo, y de pronto, cuando ya el Rumboso iba á montar, tira las jerramientas y se va pa el viejo, y baja los ojos, y le dice como si de pronto se hubiera vuelto tartamúo:

 

- Mostramo, perdóneme osté; pero yo estoy loco, yo estoy desesperaíto; yo soy un probe, yo no tengo más calor en el mundo que mi Rosalía, y quitarme á mí mi Rosalía es sacarme el corazón del pecho, y es darme garrote vil, y es …

 

Y al decir esto, se le llenaron los ojos de lágrimas como puños; y miren ostedes, á mí también se me mojaron las parpagueras, poique la verdá es que aquello lo dijo el mozo de un móo… Ya ven ostedes cómo lo diría, que el Rumboso le tendió la mano y le dijo:

 

- Peazo de bruto que eres, ¿poiqué no has hablao asín antes? ¿No comprendes tú que desde el punto y hora en que tú quisiste que me fuera á rumbo de valentía, yo no podía dirme, y que necesitaba antes de dirme probarte á tí y á tó er mundo que me iba poique me daba la gana, poique yo no le hago á naide estorsiones, y además que yo no estoy tan loco que quiera casarme con una jembra prendá de otro hombre? ¿Tú no comprendías eso, peazo de bruto que eres, tú no lo comprendías?

 

Y ná, que se dieron las manos, y que se fué Toño y que yo acompañé un ratico al Rumboso y que me he venío tó el camino diciendo: “Ole con ole por los hombres machos con toas las de la ley”, y lo he venío diciendo con tó el metal de mi voz y con toas las veritas de mi alma.

 

Y momentos después humeaba el sabroso contenido de la olla en el enorme barreño donde la hubo de volcar la tía Tomasa, y sentábanse todos alrededor de la reducida mesa, á la oscilante luz de un enorme candil suspendido del alero de la chimenea, donde entre ramos de verde romero brillaban, como si fuesen de oro, las grandes calderas y los limpísimos peroles.

 

                                                    Arturo Reyes.

 

BIBLIOGRAFIA:


Cuento: “Cosa de hombres”. Reyes, Arturo. Libro: “Del Bulto a la Coracha”. Madrid. R. Velasco, Imp., 1902. Madrid.

2 comentarios:

  1. Aún no sé cómo he podido terminar de leer el cuento, las lágrimas, la emoción y mi agradecimiento me han nublado los ojos y encogido el corazón. Ése cuento de D. Arturo, gracias a tí, ya es todo mío, siento que a través tuya, él me lo ha dedicado. No te imaginas, tu no te imaginas lo que siento por tí y por D. Arturo: no tengo palabras. Sólo te puedo decir que contáis con mi cariño y admiración. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida Toñi: Mi bisabuelo sería muy feliz si hubiera podido conocerte , te lo aseguro. El que una mujer como tú se fijara en su figura, en sus escritos, serían un gran halago para él.

      Y para mí ha sido un enorme placer poder conocerte, ser tu seguidora fiel y sentirme tan feliz con todos los éxitos que cosechas y que tanto te mereces. Siempre mil gracias. Una admiradora.

      Eliminar