Licencia Creative Commons
Archivo Arturo y Adolfo Reyes Escritores de Málaga por Mª José Reyes Sánchez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

martes, 5 de abril de 2022

HOMENAJE DE LOS ESCRITORES ARTURO Y ADOLFO REYES AL PUEBLO UCRANIANO. CUENTO: MEMORIAS DE UN SOLDADO. AUTOR ARTURO REYES.

 Desde que Putin ordenara la invasión de Ucrania y comenzara la guerra, llevo pensando como este blog familiar podría apoyar al pueblo ucraniano y contribuir con ellos en estos momentos tan difíciles.

Mi bisabuelo Arturo y mi abuelo Adolfo, creían en la solidaridad, en el hermanamiento de los pueblos hermanos, y en la necesidad de nutrirnos unos de otros, respecto a la cultura, el lenguaje, el arte, la gastronomía, las costumbres, etc

Hoy se sentirían desolados por la triste situación que Ucrania está viviendo.

El arsenal ruso desarrollado tecnológicamente en los últimos tiempos, con armas de destrucción masiva, utilizadas para exterminar al pueblo vecino, Ucrania, sitiando sus ciudades, bombardeándolas con misiles hipersónicos, obuses, bombas de gravedad, bombas de racimo, ..., y amenazando además con usar su armamento nuclear.

Y como consecuencia millones de refugiados, en su mayor parte mujeres y niños que han tenido que abandonar su país, intentado salvaguardar sus vidas, y dejando atrás sus familias, sus parejas, sus hogares, sus ciudades sumidas en el horror, la desolación, la muerte y la destrucción.

Queremos desde este humilde rincón homenajear al pueblo ucraniano que está demostrando su gran valentía y heroicidad ante Putin y sus secuaces, que no han demostrado ningún tipo de piedad hacia el país vecino. 

No queremos generalizar esta opinión sobre todos los ciudadanos rusos, pues muchos de ellos están en contra de esta guerra, y probablemente hayan sido engañados para llevarlos al frente de batalla.

Esperamos que esta pesadilla acabe pronto y que el mundo actúe en consecuencia y plante cara a este sanguinario dictador. No podemos dejar abandonados a este pueblo hermano, con el que nos une muchos lazos a pesar de las distancias.

Quiero hoy recordar y homenajear a dos mujeres que han formado parte de mi vida y de la de mi familia, de las que solo guardamos buenos recuerdos, Anna y Alicia, mujeres valientes y luchadoras, que dejaron Ucrania buscando una vida mejor en España, y que vivieron etapas muy difíciles hasta que se integraron aquí. Gracias a su fortaleza y buen hacer, supieron crearse un hueco en un país desconocido y en la actualidad residen entre nosotros y han podido reagrupar a sus familiares.




A pesar del transcurrir del tiempo, solo puedo seguir estándole agradecidas, y hoy quiero dedicarles este cuento que Arturo Reyes escribió en sus comienzos como escritor.

 

          MEMORIAS DE UN SOLDADO

A duras penas conseguí descifrar las pocas páginas que contenía aquel resto de un libro de memoria. Tal vez al hilvanar aquellos renglones, pude variar tal o cual oración, pero puedo asegurar que el fondo es el mismo.

Decían aquellas páginas lo que sigue:

23 Diciembre.

¡Qué noche, Dios mío, qué noche de angustias! he estado de descubierta por espacio de ocho horas; mi pobre compañero está en el hospital, medio muerto de frío. ¡Pobre muchacho! es un niño casi, su contextura es delicada, apenas empezó a caer la nieve en copos espesos matizando de blanco los zarzales y las torrenteras, comenzó a dar diente con diente, con titileo espantoso; se puso lívido y a los pocos minutos se dejó caer, preparándose a dormir sobre la nieve.

Como en un tiempo oí contar, que muchos de los soldados franceses que el Imperio arrojará a las estepas de Rusia, murieron helados en aquellas soledades, y que un sueño tenaz era precursor de la muerte, me dio miedo el de mi compañero y tras penosa brega conseguí que se incorporara. Yo tenía un poco de aguardiente que me regaló una patrona generosa en Villamancilla, le di un trago, mi hombre se reanimó, y traguito a traguito dio fin al contenido del frasco, pero no me arrepiento; si no lo hubiese hecho así, estaría el pobrete a estas horas tieso como un palmar en las chumberas del camino.

Yo que soy más robusto, he resistido mejor el relente de la sierra y la nevada; pero no obstante todavía no corre bien la sangre por mis venas y siento frío hasta en la médula de mis huesos.

Verdad que la noche ha sido de prueba, una de las más detestables de esta maldecida campaña.

Las doce serían cuando empezó a zumbar el viento, remedando en las cañadas gigantescos estertores de moribundo.

La campiña en un principio informe y negra, fue adquiriendo a poco ese matiz pálido de la nieve que da frío al alma y al cuerpo.

Como estas líneas las escribo para que tú la leas, Dolores de mi alma, pues aunque muera tengo encomendado que te las lleve cualquier compañero de los que sobrevivan y aquí las promesas son sagradas, voy a relatarte punto por punto todo lo que pensé en esta maldecida noche pasada.

Con el fusil terciado, hundido el rostro en los bordes cubiertos de escarcha de la manta burda, paseaba de acá para allá, venciendo con no poco trabajo la tensión de mis músculos que se negaban a sostenerme y con el oído alerta por temor a una sorpresa.

Sin embargo, en lo que menos pensaba era en los enemigos, ni en mi situación ni en lo frío de la noche.

Pensaba en ti y en mi hijo ¡pobre chiquitín! ya estará hecho un hombrecito – me decía, y recordaba con todos sus encantos, aquellas noches serenas en que ínterin tú rabiabas y pateabas por dormir al niño, yo te leía historias fantásticas de duendes y trovadores, que tanto te gusta oír, comentándolas con besos y miradas fervientes.

Pensaba así y sentía deseos de llorar; no me avergüenzo de decírtelo, aquí nadie se avergüenza de esto; llorar es cosa corriente, lo cual no impide que peleemos como desesperados; ayer vi al coronel de mi regimiento, leyendo una carta ¿y se le caía cada lagrimón! ¡y se le iba cada suspiro… no me atreví a mirarlo frente a frente, no le hubiera gustado ser sorprendido en sus debilidades de hombre de corazón.

Ahora son las ocho de la mañana, la situación no es mala, a las cinco fui relevado, se dio la orden de partir y se armó el barullo de siempre, gritos, toques de cornetas, relinchos, voces estridentes de mando, batir de tambores, carreras, vibraciones metálicas, en fin, lo que no te puedo explicar y emprendimos el camino a marcha forzada, pero a poco llegaron algunos exploradores a todo el galopar de sus caballos, se incorporaron al Estado mayor y dos segundos después, vibraban en el aire los agudos toques de los cornetines y nos deteníamos todos con automático concierto.

Nosotros interrogamos con los ojos a los sargentos, estos a los oficiales y aquellos a los jefes que se apiñaban en la vertiente de una colina.

Momentos después supimos lo que pasaba, los exploradores tropezaron con las descubiertas de una brigada francesa, los nuestros pudieron retroceder sin ser vistos y el General ordenó que nos encastilláramos en las alturas para caer sobre los enemigos, cuando estos penetraran en los desfiladeros.

Dentro de muy poco espero se arme el zafarrancho, te estoy escribiendo en la saliente roca, detrás de la que estamos parapetados un centenar de hombres, si no fuera porque pienso en ustedes me entusiasmaría la perspectiva.

¡Qué sierra más grandiosa, más agreste, más selvática! sobre nuestra cabeza amenaza desplomarse una roca, que ella sola bastaría para formar una montaña.

Las águilas y los cuervos baten sus alas delante de nosotros, y los valles, desde estas alturas, semejan cóncavos suaves en las hendiduras de los montes.

Tengo miedo, ¿a qué negártelo? siempre me estremezco en los preludios de la lucha, después no; cuando arrecia el combate no sé lo que me pasa, soy sincero, no me acuerdo de nada, parece que bañan vapores ardientes mi cerebro y siento tan solo anhelo de matar, de destruir todo lo que encuentro a mi paso; es una calentura horrible que reseca las fauces y abrasa la cabeza; en esos instantes no me aterra la muerte, no me conduelo de los que caen y solo me combate una cólera letal y rugiente, una especie de vértigo sangriento, el frenesí de la pelea, y cada vez que hundo mi bayoneta en las entrañas de un enemigo, siento un regocijo feroz, infinito, inexplicable, más propio de la bestia que del hombre.

Voy a tener que dejar de escribirte, ya se escucha ese rumor sordo y persistente que precede a un ejército.

Ya por tal o cual ribazo, se divisan a trechos haces apiñados de bayonetas e inconscientemente se aferran nuestras manos a los fusiles.

Cada vez que guardo estas memorias para entrar en combate, pienso que una bala puede poner término a ellas.

Adiós, Dolores mía, hasta luego o hasta… sí, hasta luego, Dios no puede permitir que yo muera, ¡qué sería de ustedes mañana, ea… fuera pensamientos lúgubres! Ahora coloco esta libreta sobre mi corazón y no hay miedo. Adiós…

Así terminaban aquellas páginas y en vano busqué algo más que leer en ellas; solo en un extremo vi una pequeña rotura en forma de circunferencia, con los bordes quemados y con algunas manchas de sangre renegridas por el tiempo.

                                                 Arturo Reyes

 BIBLIOGRAFÍA:

Libro: El Sargento Pelayo. Bocetos de una novela. Memorias de un soldado, pags.109 – 116. Madrid. Imprenta de Fortanert. Calle de la Libertad, núm. 29. 1888.

No hay comentarios:

Publicar un comentario