Hoy en vísperas del Día de la Mujer quiero comenzar a celebrarlo, y voy a seguir publicando sobre la ilustre actriz malagueña Rosario Pino. Mujer de humilde cuna que dedicó su vida a trabajar y a ser embajadora de la cultura en nuestro país y en Latinoamérica.
NOTA: ¡Que guapa, elegante y distinguida está nuestra artista en esta antigua postal! ...
En homenaje a la gran actriz, voy a seguir publicando la crónica que encontré navegando por Internet, en el que la Revista Blanco y Negro en junio de 1913, rinde un sentido homenaje a la actriz por su fallecimiento. Está firmado por F. S., persona de la que desconozco su identidad pero que me encantaría saber quién es, quizás… un actor y escritor de origen madrileño o afincado en Madrid, que la conocía muy bien y al que se le veía muy afectado por su fallecimiento.
Bueno proseguiremos con la crónica…
"El champaña, eso es lo que representaba Rosario Pino en nuestra escena. Vino con la comedia del bulevar; esa comedia francesa y cosmopolita que llenaba los teatros del mundo.
Al realismo burgués, y a ratos campesino de nuestro teatro, le llegaban un aire mundano, aristocrático y galante galopando sobre las nubes, por encima del Pirineo. Y esa Europa que venía nos las traía Benavente, sobre sus hombros tan menudos y tan fuertes en la historia de nuestro teatro contemporáneo.
Y la muchacha andaluza, la chiquilla malagueña que no dejaba de ser española - ¡Y tan española! -, que se había iniciado en la zarzuela, donde aprendió, como casi todos nuestros grandes artistas, la variedad realista y pintoresca de su arte, pasaba de la música al verso, sin dejar de ser música, en su inolvidable creación de “La Praviana”, de Vital Aza; a ser la mocita casera, muy de su tierra, un alma mora cautiva en “Las Flores”, de los Quintero; y era después la dama un poco demimondaine de “El Adversario”, de Corpus, y luego, todas las heroínas del teatro psicológico de Benavente, hasta representar en “La Cursi”, al iniciarse el siglo XX, la transformación de las señorita provinciana que se convierte en la Señorita Madrid.
Todo en ella era distinción y buen hábito. Buen hábito, porque había aprendido en la Academia de Declamación de Málaga, con Narciso Díaz de Escovar, el maestro andaluz, que le quitó de la boca el ceceo de su región, sin darle las jotas de hierro y las elles amartilladas del castellano castizo.
Por eso si podía con los versos de “Don Gil de las Calzas Verdes”, podía también descastellanizar su dicción en las obras traducidas, en un idioma español - el español de todo el mundo que conquistó España, que es la sal del castellano mezclada con miel cuando aprenden a decirlo labios andaluces.
Buen hábito – importa repetirlo- porque se había iniciado en las zarzuelas donde la variedad se opone a la momificación y al amaneramiento. Intuición, de tal fuerza, que ella, que era una burguesa andaluza, que amaba con profusión y gustaba de comer sus gachas – sus poleás- y beber el áspero frío del gazpacho. Sin embargo en la escena, no tenía brazos sino manos para partir las crevettes de la cena galante de “Divorciémonos”- ¿lo puede olvidar el gran Emilio Thuiller? – como el más distinguido de los gourmets y llevarse la flor roja de la boca al cristal del champaña, que ponía lumbre de oro en sus “claras pupilas de estrella”…
F.S.
(...)
BIBLIOGRAFÍA:
- Revista Blanco y Negro- F. S.- 16-07-1933. Hemeroteca ABC. Pags.19-23.
(http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/blanco.y.negro/1933/07/16/019.html).
Continuará...
una buena definición del habla andaluz: la sal del castellano. ;))
ResponderEliminarbesitos
estoy deseando leer las siguientes entradas de esta incansable mujer trabajadora y embajadora del arte.
ResponderEliminarUn abrazo